Una multitud acongojada despidió con un tango este jueves en la capital argentina a Tita Merello, una mujer que transitó casi todo el siglo XX como figura emblemática de la música, el cine y el teatro de Buenos Aires.
Yo soy la morocha, la más agraciada…, desentonaban con la voz quebrada por la pena centenares de admiradores, junto a amigos y familiares, que le rindieron así su particular homenaje a Tita de Buenos Aires junto al panteón donde fue depositado el féretro con sus restos en el cementerio de Chacarita.
Las exequias comenzaron temprano en la mañana de este jueves con una misa en la iglesia San Pedro Telmo, ubicada en el antiguo barrio San Telmo de Buenos Aires, donde 98 años atrás había nacido la popular cantante y actriz.
Esa también fue la iglesia donde fue bautizada con el nombre de Ana Laura a pedido de sus padres, una planchadora analfabeta y un cochero que murió apenas cuatro meses después de haber nacido su hija.
El cortejo siguió luego recorriendo los sitios que marcaron la vida de la cantante. El conventillo donde se crió, la casa en la que vivió cuando ya era famosa y la clínica Favaloro, el lugar en el que pasó los últimos cinco años de su vida, asistida y acompañada por médicos, enfermeros y amigos.
Era una auténtica argentina, repitieron familiares y amigos. Van a pasar muchos siglos para que surja otra como ella, añadió un anciano admirador. A pesar de que Merello murió el martes, sus compañeros artistas parecían negarse a aceptarlo.
Vamos a hacer de cuenta que se fue de gira, y que le está yendo tan bien en esa gira que tardará mucho en regresar, invitó a pensar el presidente de la Asociación Argentina de Actores, Osvaldo Miranda. Se fue a descansar, dijo a su vez, el autor Ben Molar.
La muerte la encontró a Merello cuando ya se veía muy cansada, pero lúcida como siempre. Me está llegando la hora, repetía a sus allegados en las últimas horas. Quítenme este respirador que quiero descansar, pidió al final a sus médicos. Poco después falleció de un paro cardíaco antes de Nochebuena.
Merello se crió casi sola y así murió, acompañada, pero sola. Tenía cinco años cuando su madre la internó en un asilo para menores desamparados, después trabajó en Montevideo de mucamita sin sueldo, como solía decir ella, y luego ordeñando vacas y otras tareas de peón en un establecimiento rural cercano a Buenos Aires.
Cuando todavía era adolescente volvió a la capital argentina sin saber leer ni escribir. A la par que aprendía a escribir las primeras letras comenzó a descubrir los secretos de un escenario, una tabla de salvación para una vida que se vislumbraba de soledad y marginalidad.
Pasó rápidamente del teatro de revistas de segunda clase a los grandes escenarios del centro de Buenos Aires y de allí al cine y al tango.
Los productores la definían como una vedette rea por su forma arrabalera para interpretar tangos. Su estilo no se asemejó a ninguno de sus colegas de la época ni tampoco hizo escuela luego. Era audaz, desenfadada y, como precisó la cantante Lidia Borda, traducía en estética su propio sufrimiento.
El tango Se dice de mí, de Leopoldo Díaz Vélez, pareció escrito para ella.
Se dice que soy fea, que camino a lo malevo (arrabalero), que soy chueca (piernas arqueadas) y que me muevo con un aire compadrón (pendenciero), interpretaba como ninguna la actriz. Los críticos la comparan con la sueca Greta Garbo o la alemana Marlene Dietrich, aunque remarcan que era argentina hasta la médula.
Fue protagonista de más de 30 largometrajes desde los años 30 hasta mediados de la década del 80, con actuaciones memorables en Filomena Marturano (1950) y Los isleros (1951).
Pero un hito en su carrera fue Tango, de 1933, la primera película sonora de la cinematografía argentina, que protagonizó junto a Luis Sandrini, fallecido en 1974.
En mi vida hubo muchos hombres entre bastidores, algunos no dejaron ni el recuerdo, otros dejaron una estela que el tiempo borró, pero hubo uno que fue el hombre de mi vida, y se llamaba Luis, reconoció ya anciana en alusión a Sandrini.
De esa relación, la más perdurable en su vida, no hubo otros frutos que la melancolía y la nostalgia. No se casaron ni tuvieron hijos.
La imagen de Merello fue la de una mujer sola, aunque rodeada de afectos y de popularidad, que trabajó también en televisión y radio hasta casi cumplir 80 años.
¿Qué es más cruel, el olvido o la muerte?, le preguntaba al conductor de un programa nocturno de Radio Mitre, de Buenos Aires, donde ella misma llamaba para transitar sus horas de insomnio. Su respuesta a la pregunta era obvia. La vejez la había ido apagando y, si bien murió acompañada, se sentía sola de amor.
En los años 70, cuando creía que se aproximaba el ocaso, escribió un libro autobiográfico, titulado La calle y yo.
También condujo programas de televisión, acompañada de su mascota, el famoso perro Corbata, y fue columnista en espacios de radio, cuya reflexión central casi siempre era dirigida a las mujeres.
Nunca fue una diva tradicional. Cuando los años se hicieron sentir mostró con orgullo canas, arrugas y un rostro casi siempre serio, sin maquillaje. No perdía oportunidad de manifestar su resentimiento y sus críticas hacia la dirigencia política, a la que acusaba por los más graves problemas que afronta el país.
Algunos de sus amigos aseguran que estaba harta de lo que veía que ocurría a su alrededor, un cansancio que arrastró por casi todo el siglo XX. (FIN/IPS/mv/dm/cr/02