El hambre se ha constituido en el enemigo público número uno de América Latina y el Caribe, una de las regiones de mayor producción de alimentos del mundo, y las únicas armas a la vista para combatirla en 2003 son el plan del futuro gobierno de Brasil y la asistencia internacional.
Erróneas políticas locales, sucesivas crisis económicas internacionales, trabas del Norte a las exportaciones agrícolas y desastres naturales sumieron en la pobreza a 65 por ciento de los 516 millones de habitantes de la región, en la indigencia a 38 por ciento y en la desnutrición a 11 por ciento.
Pero esos datos, contenidos en los informes para la Cumbre Mundial de la Alimentación de junio en Roma, no incluyen el avance en 2002 del hambre en América Central, castigada en los últimos años por terremotos, huracanes, sequías y corrupción, y en Argentina, sumida en un colapso económico desde fines de 2001.
A los países que hoy afrontan situaciones agudas se suman los focos crónicos de hambre en Haití, que afecta a 62 por ciento de su población, en Colombia y Perú, que abarca a una de cada cuatro personas, y en México, donde 40 de sus 100 millones de habitantes sufrieron algún grado de desnutrición en la infancia.
América Latina y el Caribe, que este año completó media década de bajo crecimiento con la caída del producto de 0,1 por ciento, alta inflación, 9,1 por ciento de desocupación y 50 por ciento de los trabajadores activos con empleos precarios, no es el destino prioritario de la ayuda internacional, centrada en Africa y Afganistán.
Tampoco surgen planes sustentables regionales ni de gobiernos nacionales para enfrentar el flagelo, a excepción del programa Hambre Cero del presidente electo de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, quien aseguró será su primera medida de gobierno una vez que asuma el 1 de enero.
El plan anunciado por Lula es totalmente novedoso en América Latina, pues apunta no sólo a superar coyunturalmente el hambre en su país, sino a poner en marcha programas sustentables para crear empleo y áreas productivas en beneficio de los propios afectados, dijo a IPS el sociólogo uruguayo Gustavo Leal.
El futuro gobierno brasileño comprometió en esta tarea al Banco Interamericano de Desarrollo, que financiará el proyecto, lo que abriga esperanzas de que la experiencia pueda repetirse en otros países, explicó Leal, de la organización no gubernamental El Abrojo, dedicada en especial a niños de la calle.
La meta de Hambre Cero es alcanzar en los próximos cuatro años la cobertura de tres comidas diarias para 22 millones de personas afectadas por el hambre, una cantidad que el independiente Foro Brasileño de Seguridad Alimentaria eleva al doble, que equivale a 26 por ciento de la población del país.
Para ello se han diseñado 21 líneas de acción, que combinan políticas estructurales, como reforma agraria y extensión de la previsión social a trabajadores informales, y otras específicas y locales, como la distribución de boletas canjeables por alimentos y ampliación de la merienda escolar.
Uno de los objetivos es estimular la producción alimentaria en el país, ampliando un mercado que favorezca la agricultura familiar, explicó José Graziano da Silva, el principal impulsor del plan.
También se recurrirá en un primer tramo a la importación de alimentos del Mercado Común del Sur, colaborando así con la reactivación del bloque que comparte Brasil con Argentina, Paraguay y Uruguay.
El proyecto de Lula y su izquierdista Partido de los Trabajadores se inspira en un programa puesto en marcha en Estados Unidos durante la crisis de los años 30, que también se basaba en bonos para asistir a los pobres y en impulsar principalmente la producción agrícola.
Leal destacó el avance que puede significar para la región si tiene éxito el plan brasileño, porque se distancia del tradicional asistencialismo compensatorio de políticas equivocadas, llevado a la práctica hasta ahora.
Más aún ante la advertencia del Programa Mundial de Alimentos (PMA), que a mitad de 2002 aseguró que unos 72 millones de latinoamericanos y caribeños vivían en pobreza extrema y sufrían las secuelas del hambre, y que esa situación se agudizará el año próximo.
La amenaza del hambre se cierne también sobre más de 200 millones de habitantes de la región, vulnerables al proyectado agravamiento de la economía o a nuevos desastres naturales.
La cantidad de hambrientos en América Central creció en la última década de 17 a 19 por ciento de sus habitantes y en el Caribe de 26 a 28 por ciento, según los documentos presentados este año en la Cumbre Mundial de la Alimentación.
Unos 200 niños centroamericanos murieron en los últimos 18 meses por la escasez de alimentos, que afecta a más de ocho millones de personas en las áreas más pobres y secas del istmo.
Sin embargo, América Latina y el Caribe concentran 25 por ciento de la tierra cultivable del planeta, 23 por ciento del ganado y alrededor de 30 por ciento de la reservas de agua dulce, según expertos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.
Esos recursos, a través del desarrollo sustentable, permitirían obtener alimentos para toda la población de la región y proveer de divisas y recursos para el desarrollo de otros sectores económicos, agregaron.
Argentina, por ejemplo, produce alimentos para 300 millones de personas, 12 veces la población del país. Sin embargo, el hambre es crónica en las comunidades más pobres y la situación se agudizó y se extendió a otros estratos sociales tras la debacle de diciembre de 2001.
El estatal Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) indicó que más de 52 por ciento de los 37 millones de argentinos son pobres y 26 por ciento son indigentes, es decir sin un ingreso mínimo para cubrir los gastos de subsistencia.
Los casos más dramáticos se registran entre la población infantil. Datos del Indec de 2001 señalan que en Argentina mueren anualmente 11.000 niños y niñas menores de un año, pero 6.000 de esas muertes son evitables y están relacionadas con enfermedades de la pobreza, como desnutrición y diarreas.
La situación sólo es comparable con las consecuencias de una guerra o un desastre natural, pese a que el país no sufrió ninguno de esos males, apuntó el sociólogo Pablo Vinocur, consultor del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
Las provincias con más problemas de alimentación son las de Misiones, limítrofe con Brasil, donde murieron 42 niños de hambre este año, y la noroccidental Tucumán, que entre mayo y octubre cuadruplicó los casos de niños con desnutrición aguda.
El médico Matías Laín, voluntario del tren pediátrico de la Fundación Alma, confesó a IPS la angustia que lo embargó cuando se encontró en Tucumán con niños llevados por sus padres hasta 30 kilómetros a lomo de caballo, para ser atendidos por desnutrición casi al borde la muerte.
La profunda crisis argentina impactó de lleno en el vecino Uruguay, que pese a ser también un productor por excelencia de alimentos, afronta hoy severos problemas de hambre entre la población infantil, 60 por ciento de la cual vive en hogares pobres.
Los centros de alimentación a cargo de organizaciones no gubernamentales y religiosas, con parte de asistencia estatal y de organismos internacionales, se cuadruplicaron en los últimos seis años en este país, otrora líder en cobertura social en la región, informó el sociólogo Leal.
Mientras, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) ha enfocado su trabajo en la región en El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua, donde asiste a 1,5 millones de niños y adultos hambrientos a través de programas de recuperación nutricional y de alimentación escolar y por trabajo.
A partir de marzo tratará, además, de ampliar su asistencia en el istmo hacia otros 690.000 hambrientos, que fueron golpeados duramente por las últimas sequías y por la estrepitosa caía de los precios internacionales del café.
(*) Con aportes de Marcela Valente (Argentina) y Néfer Muñoz (Costa Rica). (FIN/IPS/dm/dcl/pr dv/02