Millones de latinoamericanos que fueron expulsados de su tierra hacia Estados Unidos por las sucesivas crisis económicas y la consecuente falta de trabajo poseen un tesoro que podría financiar gran parte del desarrollo regional.
El envío de remesas de dinero de los emigrantes de América Latina y el Caribe radicados en Estados Unidos a sus países de origen se cuadruplicó entre 1990 y los primeros años de esta década hasta alcanzar sólo en 2001 a 23.000 millones de dólares.
Muchos gobiernos, en parte responsables de la diáspora de su fuerza productiva, ahora coquetean con los emigrados, los llaman héroes y les piden su apoyo económico para planes de desarrollo, mientras la banca multilateral y grupos no gubernamentales buscan que inviertan más y mejor en la región.
El Fondo Multilateral de Inversiones del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) calcula que en la primera década del presente siglo América Latina y el Caribe podrían recibir remesas por 300.000 millones de dólares.
El monto de esos envíos remitidos por gran parte de los 35 millones de personas de origen latinoamericano radicadas en Estados Unidos, aunque es importante, representa apenas una séptima parte de sus ingresos, estimados en 325.000 millones de dólares por año. Además, casi todo ese dinero se esfuma en consumo inmediato.
Son pocos los proyectos productivos financiados con remesas de emigrantes y varios los obstáculos para multiplicarlos, pero se suman cada año nuevas iniciativas de ese tipo.
No obstante, esos aportes representan para una media decena de países latinoamericanos más de 10 por ciento de su producto interno bruto global.
Sólo los emigrantes de El Salvador enviaron en 2001 a sus familiares 2.000 millones de dólares, casi 350 millones más que las pérdidas económicas ocasionadas por los dos terremotos que azotaron ese país a comienzos de ese año y que representaron 13 por ciento de su producto interno bruto, según cálculos del BID.
Así, los emigrantes, a costa de grandes esfuerzos y en muchos casos víctimas de explotación, labraron la llave que puede hacer la diferencia en el desarrollo de América Latina y el Caribe, señaló José Cervantes, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México.
México tiene en Estados Unidos a parte de su mejor fuerza laboral, que envía a sus familiares más de 7.000 millones de dólares al año, monto que lo convierte en el segundo mayor receptor de remesas de emigrantes del mundo después de India, que registra ingresos por 9.000 millones.
Alrededor de cuatro millones de mexicanos que hoy trabajan en territorio estadounidense no cuentan con la documentación necesaria, según estudios de la Secretaría (ministerio) de Relaciones Exteriores mexicana.
Las autoridades también aseguran que más de la mitad de los 8,5 millones de personas de origen mexicano que residen en el vecino país del norte tienen entre 25 y 34 años.
Además, 70 por ciento de los emigrantes trabaja de 50 a 52 horas semanales y la mayoría los hace sin ningún tipo de prestación social.
La cantidad de dinero enviado por los emigrantes mexicanos a su país pasó de 2.500 millones de dólares anuales a comienzos de la década del 90 a más de 7.000 millones el año pasado.
El BID y el Banco Mundial tienen los ojos puestos sobre ese flujo de capital y preparan proyectos con financiación complementaria para impulsar el uso productivo de esos recursos.
El mismo camino han seguido numerosas organizaciones no gubernamentales de hispanos asentadas en Estados Unidos, que promueven el ahorro y la inversión de esa colectividad en sus lugares de origen.
Pero también están detrás de esos fondos un puñado de compañías financieras, como las estadounidenses Western Union y Money Gram y la mexicana Banco Azteca, que por una jugosa comisión transfieren dinero de Estados Unidos a México.
Los emigrantes financian cada año nuevos planes de desarrollo de largo alcance, pero su aporte en ese rubro aún es mínimo, sostuvo el investigador mexicano Federico Torres, quien ha realizado varios estudios sobre el particular para el BID y el Banco Mundial.
El potencial que guardan los emigrantes es enorme y apenas se está explotando, expresó.
Hasta ahora no hay cifras oficiales sobre la cantidad que aportan los latinoamericanos residentes en el exterior en proyectos productivos en la región, pero los ejemplos se multiplican en varios países.
Las remesas de emigrantes financian en México programas como Mi Comunidad, en el central estado de Guanajuato, y el denominado 3 x 1, en el septentrional Zacatecas.
Gracias a Mi Comunidad se establecieron en los últimos cuatro años en Guanajuato 21 empresas en maquila, el sistema de zona franca industrial.
La inversión de los emigrantes en esas plantas, donde se arman diversos productos para la exportación con insumos extranjeros que ingresan sin el pago de tributos, suma más de 4,5 millones de dólares.
Mientras, con el programa 3 x 1 se financiaron más de 400 proyectos comunitarios en los últimos ocho años, con un gasto estimado de cinco millones de dólares.
El presidente de México, Vicente Fox, quien llama héroes a los emigrantes, promete que por cada peso que ellos inviertan en proyectos productivos en su país, el gobierno pondrá dos.
Las remesas de dinero son hoy un bálsamo para la pobreza en América Latina y el Caribe, pero podrían significar mucho más: un decisivo impulso al desarrollo, sostuvieron informes del BID.
Sin embargo, todavía son muchas las dificultades para lograr que los emigrantes sean motor de desarrollo de los países que abandonaron por falta de oportunidades.
Los emigrantes desconfían de los proyectos diseñados en el país que los expulsó por falta de trabajo y no tienen interés ni conocimientos sobre inversiones. Además, muchos quieren hacer su vida en Estados Unidos y limitan los envíos de dinero a lo mínimo, explicó Cervantes.
Pero, si encuentran los motivos y la forma para invertir masivamente en sus países, podrían transformarse en una palanca de desarrollo definitiva. Los gobiernos y los organismos multilaterales de crédito lo saben y por eso ahora los tienen en la mira. (FIN/IPS/dc/dm/dv pr/02