Una revolución de los negros de las favelas de Río de Janeiro, encabezada por el narcotráfico y con armas angoleñas, es el tema de la nueva novela de José Eduardo Agualusa, un escritor transnacional de la comunidad de habla portuguesa.
El año en que Zumbi ocupó Río (O ano em que Zumbi tomou o Rio), publicado en Brasil, combina mucha imaginación con hechos reales, tanto de la historia de Angola como de la violencia que azota Río de Janeiro.
Jararaca (yarará, nombre de serpiente venenosa que alcanza 1,5 metros) es el jefe del tráfico de drogas en el Morro do Barriga, una favela (barrio pobre y hacinado) de Río de Janeiro, y se define como un bandido con preocupaciones sociales que vende drogas para destruir el sistema social impuesto por los blancos.
La novela narra que las ideas sociales de Jararaca lo conducen a politizar el narcotráfico, a dominar las favelas que permiten controlar estratégicamente Río de Janeiro pues se ubican en los montes y cuestas que facilitan bloquear las vías más importantes, hasta que un día se decide a ocupar totalmente la ciudad.
También fueron importantes para la insurrección dirigida por Jararaca las armas contrabandeadas desde Angola por Francisco Palmares, un ex coronel del ejército y del servicio de inteligencia de ese país.
La rebelión fue aplastada por las Fuerzas Armadas, pero obtuvo algunos de sus objetivos, como la destitución del racista ministro de Defensa y una mejor conciencia de los brasileños sobre la exclusión de los afrodescendientes y la necesidad de mayor democracia racial en el país.
Además de Palmares, varios angoleños desilusionados con el rumbo de su país, adhirieron a la revolución negra de Río de Janeiro.
Un personaje angoleño importante es Euclides, un periodista de sólo 1,13 metros de altura, que se manifiesta siempre optimista y alegre pese a la discriminación sufrida como negro, enano y homosexual.
El escritor Agualusa se constituyó en uno de los más destacado de la nueva generación angoleña de la década pasada, siendo considerado digno de sumarse a los ya consagrados Luandino Vieira y Pepetela.
Este novelista, nacido en 1960 en la centroccidental ciudad angoleña de Huambo, tiene como característica fuerte trasladar a sus obras su condición de ciudadano de la comunidad de países lusoparlantes, favorecido por el hecho de haber vivido en Lisboa, Luanda y dos años y medio en Río de Janeiro.
Esta última novela es un alucinante vaivén entre Río de Janeiro y Luanda, entre hechos pasados, presentes y futuros, entremezclados de numerosas referencias culturales, históricas y noticiosas de los dos países involucrados.
Sólo un lector que acompañó el proceso vivido en Angola, tras alcanzar la independencia en 1975, puede comprender, por ejemplo, las referencias a los fraccionistas, apodo con el cual el gobierno de entonces identificó el grupo que intentó un golpe de Estado en 1977.
De la misma forma, es quizás necesario haber vivido en Angola para conocer que no son pura imaginación las peleas internas dentro del gobierno angoleño y la desilusión de muchos personajes, como los que se unieron a los herederos del esclavo rebelde Zumbi, en Río de Janeiro.
Versos de canciones brasileñas, de poetas angoleños y brasileños van ilustrando los sentimientos, pensamientos y el clima de las historias personales, así como el desarrollo de la rebelión. También se incluyen muchos hechos recientes que reflejan la violencia y la criminalidad de Río de Janeiro.
Agualusa concluyó El año en que Zumbí ocupó Río en enero y es producto de la beca que ganó de una institución alemana, para escribir una obra literaria en Berlín.
La idea, según el escritor, es actualizar el mito de Zumbi, un héroe de la historia de los afrodescendientes en Brasil. En el siglo XVII, Zumbi lideró una república independiente en el nordeste brasileño, que acogía esclavos que huían de los establecimientos rurales.
Los personajes son imaginarios, pero la historia se basa en la realidad, sostuvo Agualusa, destacando que entrevistó muchas personas y visitó varias favelas para recoger informaciones que luego utilizó en el libro.
No faltaron de hecho, en la historia de los últimos tiempos de la criminalidad de Río de Janeiro, jefes de narcotráfico que buscaron justificar sus actividades con argumentos políticos y sociales.
El poder paralelo de los traficantes de droga es reconocido hoy por las autoridades locales y se manifiesta principalmente cuando ordenan el cierre del comercio en los barrios, en duelo por la muerte de uno de los suyos.
Una situación cercana a lo que imaginó Agualusa se vivió en Río de Janeiro el 30 de septiembre, cuando el crimen organizado creó un clima de feriado en toda la ciudad al lograr que se acatara su orden de cierre de comercio, bancos y escuelas en unos 30 barrios y la paralización de parte del transporte público. (FIN/IPS/mo/dm/cr/02