EEUU: Bush se declara independiente del derecho internacional

Cuando los colonos británicos de América del Norte se declararon independientes de la monarquía de Gran Bretaña, 226 años atrás, se sintieron compelidos a justificar su decisión ”por el digno respeto a las opiniones de la humanidad”.

La Declaración de la Independencia de Estados Unidos, un elocuente texto sobre la naturaleza de los derechos humanos, fue un proyecto de un grupo de particulares contra la monarquía británica.

Pero estaba concebida no sólo para recoger apoyo de otros colonos, sino para interpelar a la opinión europea, como el Parlamento británico, y en especial a Francia, tradicional rival de Gran Bretaña, cuyo respaldo necesitaban desesperadamente los mal pertrechados revolucionarios americanos.

Más de dos siglos después, el gobierno de Estados Unidos, encabezado por George W. Bush, parece declarar implícitamente una segunda independencia, pero no del yugo de ningún señor, sino del derecho internacional y el sistema multilateral que Washington contribuyó a crear en los últimos 50 años.

Al contrario que en 1776, el gobierno actual no siente obligación de justificar su rumbo por respeto a la opinión de nadie. Tampoco a enumerar las penurias que ha padecido por causa de ese derecho internacional y ese sistema multilateral, pues no existen.

”Deberíamos estar orgullosos de nuestra soledad”, contestó el estratega Eliot Cohen, del Paul Nitze School of Advanced International Studies, cuando el periódico Businnes Week le preguntó por la ”diplomacia de Llanero Solitario” de este gobierno.

”Bush no será dominado por los chillidos diplomáticos” de los aliados estadounidenses, dijo Cohen, hombre de confianza de los sectores derechistas del Departamento (ministerio) de Defensa, que parecen guiar la política exterior unilateralista del presidente.

”La visión del mundo de este gobierno favorece el ejercicio unilateral del poder, con cierto triunfalismo no siempre sabio ni justificado”, apuntó el experto en seguridad internacional Steven Miller, de la Universidad de Harvard.

Muchos de los fundadores del país, conscientes del sentimiento de ”espíritu misionario” que alimentó los cimientos puritanos de las colonias y posteriormente impulsó el éxito de la independencia, advertían sobre los riesgos de la ambición exagerada.

Arguían que el nuevo país debía concentrarse en el desarrollo interno, en especial en sus virtudes republicanas y emprendedoras, en lugar de buscar en el exterior ”monstruos que destruir”, como sostuvo el sexto presidente estadounindense John Quincy Adams (1825-1829).

Adams previno que la participación de Washington en aventuras extranjeras arriesgaba convertir al país en ”el dictador del mundo”, pues ”las máximas fundamentales de su política cambiarían inconscientemente de la libertad a la fuerza”.

Hasta la guerra contra España, en 1898, Washington mantuvo el énfasis en el derecho internacional y la cooperación, en parte porque su relativa debilidad como estado lo hacía depender de sus buenas relaciones con las potencias europeas.

”Los estadistas estadounidenses del siglo XVIII y comienzos del XIX se parecían mucho a los estadistas europeos de hoy, ensalzando las virtudes del comercio como bálsamo suavizante de las tensiones internacionales, y apelando al derecho y la opinión internacional sobre la fuerza bruta”, admitió el unilateralista partidario de Bush, Robert Kagan, del Carnegie Endowment for International Peace.

Incluso luego de su ascensión a la condición de superpotencia, al finalizar la segunda guerra mundial, Estados Unidos prefirió una conducta que, al menos oficialmente, promovía el derecho internacional y las instituciones multilaterales, en especial para restringir la gravitación de la Unión Soviética.

”Estados Unidos propició una red de instituciones que conectaban a otros estados con un emergente orden económico y de seguridad dominado” por él, dijo el especialista en relaciones internacionales John Ikenberry, de la Universidad de Georgetown.

”Pero esas instituciones también vincularon a Estados Unidos con otros estados y redujeron, al menos en algunos extremos, la capacidad de Washington para involucrarse en el ejercicio arbitrario e indiscriminado de la fuerza. Sin embargo, lo que Washington obtuvo a cambio valía la pena”, arguyó Ikenberry.

”Fue esa fábrica de leyes internacionales la que permitió a Estados Unidos escapar de la suerte corrida por los grandes imperios del pasado, que cayeron derrotados por un grupo de potencias medianas”, apuntó el director de la Campaña para la Reforma de la Organización de las Naciones Unidas, Don Kraus.

Ya que Washington estaba dispuesto a limitar su libertad de acción y, dentro del concierto internacional, otorgar ”digno respeto” a las opiniones e intereses de otras potencias, éstas a su vez concluyeron que era más productivo comprometer a Estados Unidos que enfrentarse a él.

”Pero el abrumador poder de Estados Unidos en los años 90 puso a prueba este orden abierto, post bélico y basado en el derecho”, sostuvo Ikenberry en un artículo publicado luego que Bush decidió, en marzo de 2001, retirar a su país del Protocolo de Kyoto sobre cambio climático.

Los ataques terroristas del 11 de septiembre contra Nueva York y Washington profundizaron el instinto unilateralista de este gobierno, que se retiró del Tratado de Misiles Antibalísticos y comenzó a crear un sistema nacional de defensa con misiles.

Las autoridades estadounidenses sabotearon varias iniciativas para el control de armas, actualizaron la doctrina nuclear para incluir como objetivos a estados que no poseen armamento atómico y se retiraron del Estatuto de Roma, que creó la Corte Penal Internacional (CPI) para juzgar genocidios y crímenes de guerra.

Washington ha llegado a amenazar con vetar las operaciones de mantenimiento de paz de la ONU si no logra ser eximido de la jurisdicción de la CPI.

”Hemos creado una serie de normas, y una de ellas es que las normas son para otros”, dijo Miller.

A 226 años de aquella necesidad de explicar las acciones propias ”por digno respeto a las opiniones de la humanidad”, el gobierno de Bush ”parece decir, el resto del mundo no nos importa”, sostuvo el experto en política internacional Pierre Hassner, del Paris International Studies and Research Centre. (END/IPS/tra-eng/jl/aa/dcl/ip/02

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