La devaluación del real y las perspectivas de derrota del oficialismo en las elecciones presidenciales del 6 de octubre agravaron en Brasil la incertidumbre en materia política y económica.
La cotización del dólar superó la barrera sicológica de tres reales en los dos ultimos días, pese al intento del Banco Central de contener la tendencia mediante su participación en el mercado de cambios, donde vendió 270 millones de dólares el jueves.
Mientras, una encuesta divulgada el jueves de noche confirmó el resultado de un sondeo anterior que descartó incluso las posibilidades del aspirante oficialista José Serra de continuar en competencia en caso de convocarse a segunda vuelta electoral entre los dos candidatos más votados en la primera.
Sólo 13 por ciento de los entrevistados se manifestaron por el ex ministro de Salud Serra, frente a 26 por ciento por Ciro Gomes, candidato del Frente Laborista, según la encuesta del Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadística (IBOPE).
Mientras, Luiz Inacio Lula da Silva, del izquierdista Partido de los Trabajadores, mantuvo el liderazgo, con 33 por ciento.
La devaluación del real, de 23 por ciento desde el comienzo del año y acentuada especialmente en los dos últimos meses, genera presiones inflacionarias y aumenta la deuda pública, dado que un tercio de los títulos colocados lo fueron en dólares.
La deuda neta del sector público ya alcanzó a 58,6 por ciento del producto interno bruto, o 750.258 millones de reales (250.000 millones de dólares en la cotización actual), lo que supera en 3,4 por ciento la meta acordada con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Esos indicadores reducen la confianza en la economía brasileña, mientras que las preferencias electorales detectadas por las encuestas aumentan el temor al incumplimiento de los compromisos firmados por el actual gobierno, con la consecuente fuga de capitales.
El clima desfavorable se transmite a la bolsa de valores de Sao Paulo y el riesgo país (o de incumplimiento de los pagos) se acerca a los 2.000 puntos. La economía real se ha resentido y está al borde de la recesión, según la Fundación Getulio Vargas.
El crecimiento de Brasil depende en gran medida de los capitales extranjeros, pero las condiciones no favorecen la inversión. El pesimismo aumenta a causa de un cuadro externo marcado por la caída de las grandes bolsas, los escándalos en empresas transnacionales y la interminable crisis argentina.
Parece indispensable, entonces, un nuevo acuerdo con el FMI, en procura de créditos para sostener la transición al nuevo gobierno. Esa necesidad fue admitida tanto por el presidente del Banco Central, Arminio Fraga, como por la vicedirectora del FMI, Anne Krueger, que estuvo esta semana en Brasil.
El deterioro de la situación indica que no se puede esperar la definición electoral de octubre. Pero un acuerdo antes de las elecciones sería más complejo, porque exigiría compromisos de varios candidatos presidenciales, advirtió Krueger.
Las turbulencias podrían reducirse si los candidatos opositores anunciaran la política económica que adoptarán en caso de triunfo, coincidieron el ministro de Hacienda, Pedro Malán, y numerosos economistas.
La incertidumbre electoral, se debe en gran parte a características de la política brasileña, como las inesperadas alianzas y fracturas observadas en la actual campaña.
La coalición que respaldaba al gobierno de Fernando Henrique Cardoso se dividió. Serra sólo obtuvo el apoyo de su Partido de la Socialdemocracia Brasileña y de sectores del Movimiento Democrático Brasileño y del Frente Liberal, las tres grandes fuerzas que apoyaron a Cardoso.
La mayoría de los liberales apoyan al opositor Ciro Gomes, postulado por un heterogéneo Frente Laborista, que comprende desde el Partido Popular Socialista (ex comunista) al conservador Partido Trabalhista Brasileño.
Incluso el Partido de los Trabajadores, de Lula, considerado el grupo político más auténtico y coherente de Brasil, dio la sorpresa, al aliarse con una fuerza derechista, el Partido Liberal, dominado por líderes de iglesias evangélicas.
Lula impuso esa alianza a su partido, como forma de llevar de candidato a la vicepresidencia a José Alencar, propietario de una gran empresa textil. El objetivo es convencer a los votantes de que el Partido de los Trabajadores abandonó su programa izquierdista y hará un gobierno moderado.
Esta es una novedad de la campaña electoral en curso, pero no asi el aparente caos de disidencias y coaliciones inesperadas, que siempre existieron, sostuvo a IPS el cientista político Jairo Nicolau, autor de un ensayo sobre la historia de los partidos en Brasil.
El sistema político de Brasil, en el que hay 30 partidos registrados, impide a los votantes identificar las propuestas en juego y permite distorsiones, como el ascenso al poder de una coalición distinta de la elegida.
Hace también que el voto tenga un carácter personal, determinado más por la imagen del candidato que la del partido, y que el resultado de encuestas pueda variar muy rapidamente.
Pero tiene como ventaja su gran flexibilidad, que permite a los gobernantes reacomodar el respaldo parlamentario, conquistar nuevos apoyos y asegurar la gobernabilidad, puntualizó Nicolau. (FIN/IPS/mo/ff/ip/02