Las relaciones entre Japón y Corea del Norte están más tensas de lo habitual debido a la indiferencia de Pyongyang ante las iniciativas de acercamiento de Tokio, según analistas japoneses.
La actitud pública contra el Estado totalitario se endureció. La posición de Japón hacia Corea del Norte, hasta ahora sensible con el pueblo norcoreano, ya no será la misma, advirtió Sato Fumihiko, director del Instituto de Estudios Modernos sobre Corea.
La Guardia Costera de Japón finalizó el martes su investigación sobre el naufragio de un supuesto barco espía norcoreano en el mar de China Oriental, y descubrió en él los restos de dos personas.
Japón cree que el barco, hundido luego de un tiroteo en diciembre con buques patrulleros japoneses, pertenecía a Corea del Norte.
El incidente conmocionó a todo el país y coincidió con informes sobre secuestros de ciudadanos japoneses por Corea del Norte.
Los secuestrados son utilizados para enseñar la lengua y las costumbres japonesas a espías norcoreanos que luego se infiltran en Japón para obtener información militar y tecnológica, según funcionarios de Tokio.
En respuesta a una ola de indignación pública, el primer ministro Junichiro Koizumi adoptó una posición dura frente a Corea del Norte.
La cuestión humanitaria es crucial para el pueblo japonés, le dijo a su par chino, Zhu Rongji, durante una visita a China el 13 de abril, procurando la asistencia de Beijing para presionar a Pyongyang, sobre el que tiene considerable influencia.
Un nuevo grupo se formó el mes pasado en la Dieta o parlamento japonés para desarrollar una nueva política hacia Corea del Norte.
Por primera vez, legisladores japoneses exigieron la prohibición inmediata de transferencias de dinero a Corea del Norte por individuos u organizaciones, así como la adopción de nuevas leyes para impedir que residentes norcoreanos puedan regresar a Japón luego de viajar a Corea del Norte.
Pero el Partido Comunista de Japón y el Partido Socialdemócrata no comparten las ideas del nuevo grupo parlamentario.
Se prevé que las nuevas medidas afectarán gravemente a la atribulada Corea del Norte. Los japoneses-norcoreanos leales a ese país transfieren cada año miles de millones de dólares a través de cuentas fantasmas y préstamos fraudulentos de uniones de crédito japonesas.
El propósito de las medidas legislativas es obtener influencia diplomática sobre Pyongyang para poder normalizar las conversaciones y recibir información sobre víctimas japonesas de secuestro.
Una política de línea dura producirá mejores resultados en esos temas, opinó Sato.
Kazuhiro Araki, portavoz de la Asociación Nacional para el Rescate de Japoneses Secuestrados por Corea del Norte, coincidió.
No hay tiempo que perder. La única manera de aliviar el sufrimiento de aquellas familias que perdieron un miembro a manos de Pyongyang, es bajarle el martillo a esa dictadura, dijo.
La declaración conjunta emitida el 1 de este mes por representantes de la Cruz Roja japonesa y norcoreana en Beijing, donde la parte norcoreana prometió adoptar las medidas necesarias para investigar desapariciones de japoneses, es resultado de la presión de Tokio, aseguró Araki.
Según el gobierno, 11 japoneses han sido secuestrados, pero el grupo de Araki sostiene que en realidad son 70.
Tokio no ha firmado un tratado de paz con Pyongyang desde el fin de la guerra del Pacífico. Los vínculos bilaterales están siempre tensos por cuestiones espinosas como el reclamo de compensación por la colonización japonesa.
Japón ocupó la península de Corea en 1905, y en 1910 se la anexó formalmente. Durante la ocupación, Corea fue explotada como proveedora de alimentos y luego como fuente de mano de obra barata.
En los años 30, el norte de la península fue desarrollado industrialmente para suministrar materiales de guerra a los japoneses que se estaban extendiendo hacia el continente chino.
Actualmente, más de 600.000 coreanos viven en Japón, un tercio de ellos de origen norcoreano. La organización Chosen Soren es el representante oficial de Pyongyang en Japón.
En este marco, Japón sigue la política de la zanahoria y el garrote hacia Corea del Norte.
Por ejemplo, Tokio ofreció a Pyongyang 500.000 toneladas de arroz en 1997 en un intento por mejorar las relaciones, pero no fue recompensado con información sobre sus ciudadanos desaparecidos ni por la promesa de negociar un acuerdo de paz.
Kazuhisa Ogawa, profesor de relaciones internacionales y activista de los derechos humanos, exhortó a Tokio a aumentar la presión sobre Corea del Norte para que provea información sobre los secuestrados.
La diplomacia japonesa debe centrarse más sobre los aspectos humanitarios de las relaciones bilaterales, insistió.
Sin embargo, los activistas se enfrentan a un dilema. Ogawa, por ejemplo, advierte sobre el peligro de una política de línea dura, reflejado en los crecientes llamados a fortalecer las fuerzas militares japonesas y otorgarles un papel más activo.
El primer ministro Koizumi promueve una campaña para modificar la Constitución y fortalecer a las Fuerzas de Autodefensa, limitadas a ese papel por los acuerdos de posguerra, e identificó a Corea del Norte como la mayor amenaza a la seguridad nacional.
Estoy en contra de cambiar la Constitución pacifista de Japón, pero al mismo tiempo, ante el sufrimiento que inflige ese gobierno (Pyongyang) a su propio pueblo y los secuestros de japoneses, veo que no hay otra salida más que la fuerza, expresó Ogawa. (FIN/IPS/tra-en/sk/js/mlm/ip/02