El narcotráfico emplea en esta ciudad brasileña a casi 12.000 niños, niñas y adolescentes en trabajos de alto riesgo y mortalidad, pero también de mucha seducción.
Ante esa realidad aparecen proyectos, como Soldados nunca más, del Instituto Brasileño de Innovaciones en Salud Social (Ibiss), que buscan evitar nuevas adhesiones al mundo del crimen y rescatar a los ya reclutados.
Soldados, en este caso, son quienes cumplen las tareas militares del tráfico de drogas, como la seguridad del grupo y la guerra contra la policía y contra otras bandas.
Un estudio del Ibiss permitió registrar la existencia en Río de Janeiro de 5.369 soldados de menos de 18 años, vinculados a 337 bocas de fumo, denominación de los puntos de venta de drogas.
Pero también hay 6.500 menores que trabajan sin armas en el traslado de pequeñas cantidades de cocaína o como centinelas y mensajeros de los grupos de narcotraficantes de Río de Janeiro, dijo a IPS Nanko Van Buuren, director ejecutivo del no gubernamental Ibiss.
El alma del proyecto Soldados nunca más, iniciado el año pasado en Vila Alianza, una favela (barrio marginal) de la zona oeste de Río de Janeiro, es Samuel Muniz de Araújo, quien utiliza su propia experiencia de vida y sus talentos musicales como argumentos.
Muniz de Araújo, más conocido como Samuca en la comunidad donde siempre vivió, narró a IPS que comenzó a cometer asaltos a los 16 años, tras la muerte de su madre y debido a conflictos con la familia, dejando atrás el trabajo de pescador que realizaba hasta ese momento.
La actividad criminal le permitió al poco tiempo comprar una casa, tener automóviles y disfrutar largos períodos de vacaciones.
Sin embargo, Samuca perdió todo a los 22 años, cuando ya tenía un hijo de un año y su mujer estaba embarazada de una niña. Esa vez no pudo salvarse como en las dos detenciones anteriores y fue condenado a siete años de prisión y cinco años más de libertad condicional, los cuales están por cumplirse.
El sufrimiento lejos de la familia y la reflexión lo convencieron para no repetir los errores del pasado. Volvió a la música, que le interesaba desde que empezó a aprender percusión a los 11 años, y se puso a componer canciones que hablan de los problemas vividos y de sus sentimientos y cuestiones sociales.
Samuca se identifica ahora como educador social y, contratado por el Ibiss, coordina el proyecto que busca convencer a los jóvenes de que no vale la pena meterse en el tráfico de drogas. Los talleres de pintura, música y fútbol contenidos en el proyecto cobijan a unos 100 niños pobres de entre ocho y 16 años.
Pero la actuación de Samuca va más allá del proyecto. Conversa con las familias, cuenta su ejemplo a otros jóvenes y canta las canciones militantes que compone en presentaciones de su banda musical, además de estimular iniciativas de teatro y danza que atraen mucho a las niñas y otras actividades comunitarias.
Como nunca abandonó Vila Alianza, Samuca es respetado y oído por esa comunidad.
Una de sus canciones, en ritmo de reggae e inspirada en el asesinato de un amigo, critica los prejuicios de quienes dicen que la favela fabrica ladrones y todo lo que es malo, incluso dentro de mí.
Comparando el crimen con un virus, Samuca se ve como un anticuerpo, afirmando yo soy la música, yo soy el arte y, no importa quienes cruzan los brazos, yo hago mi parte.
Precisó que su pasado fue de asaltante de bancos, personas y automóviles, pero convivió y cooperó con los traficantes de drogas, que no impiden su trabajo actual. Uno de sus logros que cuenta con orgullo es, precisamente, haber sacado varios soldados del crimen.
Samuca lamentó ante IPS la escasez de recursos que frustran las potencialidades de las comunidades pobres y hace muy atractivo para los jóvenes incorporarse al narcotráfico, donde ganan sueldos de casi 1.000 dólares, inalcanzables en ocupaciones legales en Brasil.
Pero ese ingreso es una ilusión, ya que lo ganado también se gasta rápidamente, observó Van Buuren.
El director ejecutivo de Soldados nunca más añadió que las investigaciones del Ibiss muestran que otros valores, como autoafirmación y ser respetado en la comunidad, son tan o más importantes que el monto de los ingresos para los jóvenes del lugar.
Muchas veces son las propias familias quienes piden a los traficantes reclutar a sus hijos, explicó.
Lo hacen no sólo por una cuestión económica sino también porque piensan que estarán seguras si tienen un pariente en el grupo que tiene armas y el poder en la favela, puntualizó.
Es alarmante que la entrada al crimen es cada día más precoz. Un estudio de la Organización Internacional de Trabajo reveló esa tendencia, al identificar que algunos estrenaron sus armas en esa actividad a los ocho o nueve años.
La mortalidad entre los soldados del narcotráfico es elevada y la mayoría muere antes de cumplir 21 años.
La mayoría de los jefes de las bandas de traficantes dijeron que empleaban adolescentes, no porque fueran protegidos por la ley que impide el enjuiciamiento y prisión convencional de los menores de 18 años, sino porque son más decididos y más obedientes a sus órdenes.
Un caso que impresionó mucho a Van Buuren es del soldado de 11 años que ya maneja un fusil AR-15 del grupo al que pertenece.
Ese niño no está satisfecho de devolver esa arma de guerra a sus jefes al final de su turno, por lo cual acordó la retención de su sueldo hasta que sumen los 8.000 reales (3.400 dólares) necesarios para adquirirla. (FIN/IPS/mo/dm/ip dv/02