Argentina fue librada a su suerte por los organismos multilaterales de crédito, los mismos que a mediados de los años 90 la presentaban como modelo en la aplicación de reformas neoliberales, un éxito que ahora devino en pesadilla.
En medio de ese tránsito argentino del milagro económico a la peor recesión de su historia, unos y otros coinciden en señalar que la causa de los males debe buscarse en el llamado plan de convertibilidad, que fijó la paridad de un peso igual a un dólar entre 1991 y este año.
El programa implementado por el entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, resultó en un principio un sedante para los precios, pero terminó por frenar el crecimiento económico.
Ahora, más allá de las responsabilidades del pasado, Argentina se declaró en cese de pagos ante los acreedores privados y requiere urgente financiamiento para no hacer lo mismo con los organismos multilaterales.
Pero ningún país ni el Fondo Monetario Internacional (FMI) ni el Banco Mundial están dispuestos a otorgarle crédito.
Apenas seis años atrás, el FMI y su director gerente de entonces, Michel Camdessus, ponían de ejemplo a Argentina por sus resultados económicos y elogiaban el gobierno de Carlos Menem (1989-1999) y la gestión de su ministro Cavallo, que finalizó en 1996.
Menem, del Partido Justicialista (peronista), llegó a la presidencia con fuerte respaldo popular para llevar adelante una política de sesgo neoliberal, con plena apertura comercial y un ambicioso plan de privatizaciones.
En tanto, el extrapartidario Cavallo aportó su plan de convertibilidad monetaria, convertido en ley por el Congreso y que logró frenar la hiperinflación desatada a fines del gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989), de la Unión Cívica Radical.
El proceso de reformas estructurales posibilitó que a mediados de la década del 90 la economía creciera a un promedio de siete por ciento anual, mientras llegaban fuertes inversiones para el sector petrolero, minero y de los servicios privatizados. Al mismo tiempo aumentaban el desempleo y la deuda.
Camdessus definió el proceso en esa época como una revolución silenciosa que transformaba el país y destacó la visión y liderazgo de Menem y el coraje de Cavallo. Consideraba, además que el plan de convertibilidad había resultado ampliamente exitoso para darle estabilidad a la economía.
Sin embargo, los elogios comenzaron a escasear en los últimos años del gobierno de Menem, cuando el modelo económico mostró su debilidad y los compromisos externos se acumularon en un contexto de creciente malestar social por la recesión nacida el último trimestre de 1998 y la consecuente pérdida de empleos.
La recesión se profundizó hasta llegar al colapso que arrasó con el gobierno iniciado en 1999 por el radical Fernando de la Rúa, quien renunció el 20 de diciembre en medio de fuertes protestas sociales.
Un día antes, Cavallo había abandonado el Ministerio de Economía, al que había sido convocado nuevamente en marzo del año pasado.
El peronista Eduardo Duhalde, quien asumió el 1 de enero designado por el Congreso para completar el mandato de De la Rúa, enfrenta un desempleo superior a 25 por ciento de la población económicamente activa, una creciente pobreza y el peligro del retorno de la hiperinflación tras abandonar la paridad cambiaria.
Para este año, el FMI proyectó una caída en torno a 15 por ciento del producto interno bruto argentino.
Así, los elogios de antaño dieron paso ahora a una ofensiva. El FMI, Estados Unidos y el resto del Grupo de los Siete países más ricos responsabilizan en forma exclusiva a Argentina por la gravedad de la crisis que afronta y, lejos de otorgar asistencia, parecen decididos a darle un escarmiento.
Hubo una terrible hipocresía en ensalzar a Menem cuando se veía que el régimen de convertibilidad era un esquema corroído en sus bases, dijo a IPS el economista Eduardo Curia.
Una herramienta que debió utilizarse para la emergencia se convirtió en política estructural y ahí comenzaron los problemas.
El plan diseñado por Cavallo en 1991 también fue señalado por el actual ministro de Economía, Roberto Lavagna, como el remedio que se transformó en una enfermedad.
La convertibilidad tuvo una enorme utilidad para parar la inflación, pero para mantenerse dependía de una serie de supuestos que no se cumplieron, apuntó.
Lavagna explicó que ese programa requería la contención del gasto público, mercados financieros estables y una profunda liberalización del comercio mundial. Pero sucedió lo contrario, ya que el gasto estatal se duplicó, proliferaron las crisis financieras y la ronda multilateral de comercio fracasó.
Esta conjunción de factores colocó a Argentina en un permanente déficit interno y externo, sobre todo una vez que había vendido sus empresas públicas y ya no ingresaban fondos frescos. La convertibilidad estaba técnicamente terminada y era 1994, precisó Lavagna poco antes de asumir el cargo en abril.
El colapso del régimen se evitó entonces mediante la emisión de bonos en las provincias y gracias a varios programas de ayuda financiera de los organismos multilaterales. Pero cuanto más adelante se lleva una crisis más alto será luego el costo interno, puntualizó el ministro.
Esta visión del plan Cavallo coincide con la de economistas estadounidenses, como Paul Krugman, del Massachussets Institute of Technology, y Joseph Stiglitz, el premio Nobel de Economía 2001 y ex directivo del Banco Mundial, los mayores críticos de la posición de los organismos financieros respecto de Argentina.
Krugman advirtió que la ortodoxia monetarista es la responsable de la catástrofe que amenaza a Argentina. Hace sólo tres años, el sistema de paridad monetaria fue objeto de alabanzas extravagantes en publicaciones como (las estadounidenses) Forbes y The Wall Street Journal, señaló.
El especialista considera, además, que el problema de Argentina no es fiscal sino económico y que la austeridad exigida por el FMI sólo empeorará la recesión, la tensión social y la falta de confianza de los inversores.
Del mismo modo, Stiglitz insiste desde hace un tiempo en que las exigencias del FMI de reducir el déficit fiscal sólo han empeorado las cosas en Argentina.
Una economía en recesión normalmente tiene un déficit, porque la recaudación de impuestos cae en picada y los gastos en seguridad aumentan, explicó.
Hay dos visiones sobre la crisis argentina: la estadounidense afirma que un gobierno despilfarrador y sus políticas populistas llevaron al país a la ruina, mientras que América Latina se pregunta qué pasó con el país que era ejemplo del neoliberalismo, y con el concepto de que el libre mercado aseguraría la prosperidad.
Stiglitz señaló que la visión estadounidense es exagerada, porque Argentina tiene un déficit fiscal de apenas tres por ciento del producto interno bruto. Sostuvo, en cambio, que este país es el peor estudiante de la clase y tuvo mucho que ver ello la adopción del régimen de convertibilidad.
En este sentido, el FMI intentó dejar en claro que la idea de la convertibilidad no fue de ese organismo, como indicó su portavoz, Thomas Dawson.
La convertibilidad fue adoptada por Argentina y tuvo amplio apoyo popular, pero parece que Stiglitz considera que debimos exigir que la cambiaran, ironizó el funcionario. (FIN/IPS/mv/dm/if/02