La invasión israelí de los territorios palestinos sumió en la incertidumbre al vecino Líbano, cuya frontera meridional puede convertirse en el polvorín de un conflicto generalizado en Medio Oriente.
Buena parte de la población libanesa teme que la ofensiva israelí en Cisjordania se extienda rápidamente a su país, donde la inseguridad y las tensiones fronterizas son constantes desde que concluyó la guerra civil, hace 11 años.
No estoy segura de qué es peor, si estar en guerra o esperar la próxima, dijo la maestra Zeina Khoury, de 34 años.
La zona limítrofe entre Líbano e Israel es la frontera más inestable de Medio Oriente. Israel firmó la paz con sus vecinos Jordania y Líbano y mantiene ocupados y férreamente controlados los altos del Golán, pertenecientes a Siria.
Varios cientos de combatientes de la milicia islámica Hizbolá — que expulsó en mayo de 2000 a las tropas israelíes del sur de Líbano, tras 22 años de ocupación— se encuentran desplegados y patrullan la frontera meridional.
La semana pasada, Hizbolá reanudó sus ataques hacia territorio israelí y la zona montañosa de las Granjas de Shebaa, ubicada en el vértice fronterizo de Líbano, Israel y Siria, junto a los altos del Golán, también ocupada por los israelíes.
Israel advirtió sobre duras represalias si los ataques continúan.
Simultáneamente, miles de manifestantes cristianos y musulmanes marcharon en Beirut y frente a la fortificada sede de la embajada de Estados Unidos, reclamando la retirada israelí de Cisjordania y la apertura de las fronteras de los vecinos árabes de Israel.
Líbano aceptaría ser la primera línea de fuego si los tres estados (Siria, Jordania y Eigpto) adoptaran la decisión política y militar (de entablar una guerra contra Israel). Obviamente, Líbano no cuenta con recursos para embarcarse en una guerra abierta, sostuvo el ex embajador de Líbano en Estados Unidos, Simon Karam.
Las operaciones israelíes en los territorios palestinos son moralmente inaceptables y una receta para la catástrofe, no sólo en Palestina, sino en la región, sostuvo Karam, aunque rechazó la perspectiva de que su país soporte el peso de un conflicto militar con Israel.
También en Egipto y Jordania se llevaron a cabo manifestaciones en respaldo a la causa palestina y contra la tibia postura de los gobiernos árabes.
Las protestas en Egipto expusieron una gran conciencia política, reclamando específicamente la expulsión del embajador de Israel, estimó el profesor de derecho internacional Chibli Mallat, de St Joseph University.
Pero en Líbano, que no mantiene vínculos diplomáticos, económicos ni políticos con Tel Aviv, sólo hay un camino para seguir. Aquí la 'calle' conoce sus límites. El próximo paso sería la guerra, agregó.
Beirut, no obstante, insiste en que no habrá guerra. No habrá un segundo frente de guerra con Israel. El gobierno está adoptando las medidas necesarias para mantener la situación bajo estrecho control, advirtió el ministro de Defensa Khalil Hrawi.
Hizbolá controla la zona fronteriza desde antes de que Israel se retirara. Respaldada por Irán y Siria, la milicia acumuló armas, mantuvo el entrenamiento militar y concibió planes para un posible reinicio de hostilidades, según fuentes del sur del Líbano.
El fuego en las Granjas de Shebaa, cinco ataques en cinco días, llevó a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a advertir sobre los riesgos de la inestable frontera.
En este momento tales actividades son particularmente peligrosas en un entorno regional explosivo, sostuvo el máximo representante de la ONU en Beirut, Staffan de Mistura.
Mientras Beirut reconoce a Hizbolá como un movimiento de legítima resistencia a la ocupación israelí, hay otros grupos actuando en la zona.
Al menos tres de los ataques de la semana pasada fueron efectuados por francotiradores no identificados que dispararon ametralladoras y morteros contra un puesto de control israelí antes de escapar del lugar.
En respuesta a la presión internacional y a las amenazas de Tel Aviv, el gobierno libanés incrementó sus efectivos militares en la frontera y arrestó a seis palestinos armados y equipados con un lanzacohete.
Unos 350.000 refugiados palestinos viven en 12 campamentos en diferentes zonas del país. Los residentes de esos pobres e irregulares vecindarios, que llevaron a cabo varias protestas la semana pasada, reciben angustiados las noticias de la ofensiva en Palestina.
Esas son nuestras familias, nuestros amigos, lloraba un residente de Sabra y Shatila, los campamentos que fueron escenario, en 1982, de la masacre de 1.000 refugiados, cuando las fuerzas israelíes ocupaban el país.
Según una comisión investigadora israelí, el primer ministro Ariel Sharon, entonces ministro de Defensa, tuvo responsabilidad personal en la masacre.
Los israelíes han matado a nuestros familiares uno por uno desde el inicio (en septiembre de 2000) de la intifada (insurrección). Y ahora este cerco. Nos sentimos tan inútiles aquí. Quiero ayudarlos, pero no sé cómo, se lamentó el hombre.
Impacientes y turbados, los refugiados palestinos desesperan por sumarse a la lucha, mientras Beirut procura mantenerlos a raya. (FIN/IPS/tra-eng/rh/sm/dcl/ip/02