La incoherencia de la política exterior del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, se hizo evidente esta semana en sus medidas y declaraciones públicas sobre Medio Oriente y Venezuela, que desconcertaron a especialistas dentro y fuera del país.
El secretario de Estado (canciller) Colin Powell exigió en Medio Oriente el retiro inmediato de Israel de las devastadas ciudades y campamentos de refugiados de Palestina, mientras en Washington Bush y otros altos funcionarios insistían en responsabilizar de la violencia al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat.
En medio del viaje de Powell, la Casa Blanca envió al subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, a hablar en Washington, frente al Capitolio, a manifestantes pro israelíes convocados por organizaciones judías y cristianas fundamentalistas con el lema Yasser Arafat equivale a Osama bin Laden.
El saudita Bin Laden es acusado por Estados Unidos de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington.
Wolfowitz compartió el estrado con Binyamin Netanyahu, ex primer ministro de Israel, quien sostiene que su actual sucesor, Ariel Sharon, ha sido demasiado blando con los palestinos.
Cuando supe que Wolfowitz decía en Washington 'Apoyo a Sharon', mientras nos reuníamos con Powell, me pregunté si llevamos en la frente la palabra 'estúpido' formada con luces de neón, comentó Saeb Erekat, uno de los principales negociadores palestinos.
Bush exigió el 8 de este mes el retiro sin demora de Israel de los territorios autónomos, como la había hecho antes el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), pero recibió el jueves a Powell con palabras de alabanza para Sharon, a quien llamó un hombre de paz.
El mismo día, el enviado especial de la ONU Terje Roed-Larsen inspeccionó el devastado campo de refugiados de Jenin, al norte de Cisjordania, y concluyó que Israel ha perdido toda la autoridad moral en este conflicto.
No busque demasiados matices, fue la respuesta de un funcionario a un pedido de explicación del diario The New York Times sobre la contradicción de Bush.
Una situación similar se planteó tras el fracaso de un golpe de Estado militar contra el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, que la Casa Blanca había comentado con inocultable satisfacción.
Antes del golpe del 11 de este mes, Washington advirtió que rechazaría cualquier interrupción del proceso democrático en Venezuela que violara la Carta Democrática Interamericana de la Organización de Estados Americanos (OEA).
Pero después del golpe, funcionarios estadounidenses aceptaron la versión de los hechos dada por los golpistas, y difundieron la versión de que Chávez había renunciado a la presidencia y sido sustituido por un gobierno civil de transición hasta nuevas elecciones.
Además, insinuaron que soldados cubanos apoyaban a Chávez, sin la menor evidencia o prueba de esa afirmación.
Después de la reinstauración de Chávez en la presidencia el día 13, la Casa Blanca sostuvo que había adoptado una posición con base en la mejor información disponible en el momento, y sin intención de apoyar un quebranto de las instituciones.
Es llamativo, sin embargo, que ningún funcionario estadounidense haya denunciado hasta ahora el papel de los militares en la fallida intentona, ni calificado lo que pasó como un golpe de Estado.
Esa actitud contrasta con las declaraciones del secretario general de la OEA, César Gaviria, quien esta semana dirigió una misión investigadora enviada a Caracas.
Washington insiste, además, en que no jugó ningún papel en el frustrado golpe ni tenía conocimiento previo de lo que sucedería en Venezuela.
Estados Unidos no participó, inspiró, estimuló, fomentó, ni cerró los ojos de algún modo que haya dejado la impresión de que respaldaría un golpe de ningún tipo en Venezuela, dijo el subsecretario estadounidense de Asuntos del Hemisferio Occidental, Lino Gutiérrez.
Sin embargo, hay indicios de que los golpistas se hicieron una idea distinta, y varios de ellos se reunieron personalmente con funcionarios de la Casa Blanca en Estados Unidos y Venezuela antes del 11 de este mes.
En el mejor de los casos, las señales fueron contradictorias, y no se debe enviar señales de ese tipo a personas que hablan de derrocar a un gobierno elegido en forma democrática, ni abrazarlas después de que lo hacen, comentó Bill Spencer, de la organización no gubernamental Oficina sobre América Latina, con sede en Washington.
Esas señales significaron luz verde a los golpistas, dijo Spencer, quien indicó que se deja la puerta abierta a toda clase de interpretaciones, si no se es categórico y claro.
Al negarse a admitir que hubo un intento de golpe de Estado en Caracas, Washington estimula a futuros golpistas, advirtió.
En el caso de Medio Oriente, el problema de las señales contradictorias fue aún más claro, e implicó dar a Sharon luz verde para continuar los ataques contra palestinos en toda Cisjordania.
Wolfowitz y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, dejaron entrever su falta de entusiasmo por la misión del Powell, mientras éste reclamaba en forma coherente el cumplimiento de la anterior demanda de Bush.
Mientras tanto, el propio Bush, su portavoz Ari Fleischer y su asesora sobre Seguridad Nacional, Condoleezza Rice se mantuvieron en silencio o se contradijeron a sí mismos, en sucesivas declaraciones, sobre el plazo en que Sharon debería retirar de sus fuerzas.
En ambos casos, Washington quedó por completo aislado de sus tradicionales aliados, que criticaron a la Casa Blanca por su incoherencia y cinismo, y por insistir en intepretaciones de los hechos muy alejadas de la realidad.
Los gobiernos latinoamericanos actuaron en bloque para condenar el derrocamiento de Chávez como un golpe de Estado en la misma tarde del 11 de abril, cuando funcionarios estadounidenses sostenían que no había motivos para ello.
Los aliados europeos de Washington no ocultaron su disgusto ante la negativa de Bush a criticar a Sharon, quien se mofó de Powell al continuar la destrucción de viviendas e instalaciones palestinas.
El periodista Michael Kinsley, del Diario Washington Post, describió la actitud de Washington como una tendencia a construir una realidad alternativa sobre cualquier asunto, y considerar a quien la objete como un quejica obsesionado con los 'matices'. (FIN/IPS/tra-en/jl/lp-mp/ip/02