La iniciativa para la paz en Medio Oriente del regente y príncipe heredero de Arabia Saudita, Abdullah, no deja de ganar terreno en la región y en la comunidad internacional, un mes después de que fuera planteada.
La propuesta fue esbozada por Abdullah en declaraciones publicadas el 17 de enero por el diario estadounidense The New York Times, y consiste en que los países árabes normalicen sus relaciones con Israel, a cambio de la retirada israelí de los territorios árabes ocupados en 1967.
El impacto de esa iniciativa la ha convertido en la acción saudita más importante para Medio Oriente, desde que el rey Faisal impuso en 1973 un embargo petrolero contra los países que apoyaran a Israel en su guerra de ese año con las naciones árabes de la región.
Abdullah es el integrante de la dinastía gobernante saudita cuya influencia en el mundo árabe y musulmán más se acerca a la que tuvo Faisal, y el diario estadounidense The Washington Post señaló el 24 de febrero que «entenderlo es la clave para entender gran parte de la política exterior de Estados Unidos».
Las reservas petroleras y la estratégica ubicación de Arabia Saudita permiten a Abdullah influir sobre «los mercados mundiales, los despliegues de tropas estadounidenses, la agenda de Washington para el Golfo y el conflicto entre israelíes y palestinos», afirmó.
Además, tiene especial peso en el mundo musulmán porque alberga los lugares más sagrados para el Islam.
Sin embargo, la diplomacia saudita tiene una larga tradición de reserva y acciones entre bambalinas, y eso hace singular la iniciativa del 17 de enero.
Riyadh desempeñó un papel clave en la Cumbre Islámica realizada en la nororiental ciudad islámica de Lahore en 1974, que reconoció por primera vez a la Organización por la Liberación de Palestina como «única representante legítima del pueblo palestino», pero lo hizo sin llamar la atención.
Lo mismo ocurrió en los años 80, cuando Arabia Saudita aportó con discreción más de 2.000 millones de dólares a la resistencia de guerrilleros islámicos contra la invasión de Afganistán por la ex Unión Soviética, y en 1988, cuando brindó a Pakistán una suma similar para aliviar el impacto de sanciones internacionales.
En esta ocasión, Abdullah eligió un curso de acción muy distinto para lanzar su propuesta, quizá porque su prioridad era lograr amplia repercusión pública en Estados Unidos, el resto de las potencias occidentales, Israel y los propios países árabes y musulmanes.
El plan esbozado por el regente saudita puso a Israel a la defensiva y dividió las opiniones de Washington y la Unión Europea (UE) sobre la cuestión de Medio Oriente.
El secretario de Estado estadounidense, Colin Powell, declaró el 22 de febrero que la iniciativa de Abdullah era «un acontecimiento menor», pero tres días después debió rectificarse y considerarla «un importante paso» hacia la paz, en buena medida porque la reacción de la UE fue desde el inicio muy entusiasta.
En segundo lugar, la propuesta logró contrarrestar el desprestigio causado a Arabia Saudita en Occidente, y en especial en Estados Unidos, por la revelación de que eran sauditas 15 de las 19 personas que cometieron los ataques terroristas del 11 de septiembre en Nueva York y Washington.
También son sauditas la mayor parte de las personas capturadas en Afganistán que Estados Unidos mantiene prisioneras en su base de Guantánamo, ubicada en el extremo oriental de Cuba, en calidad de «miembros de organizaciones terroristas detenidos».
Por último, pero no con menor importancia, es saudita Osama bin Laden, a quien Washington considera responsable de los atentados de septiembre.
Todo eso contribuyó a que medios de comunicación de Estados Unidos difundieran, desde que se produjeron los atentados, reiterados mensajes contra los sauditas, incluyendo acusaciones a Riyadh de no respaldar la campaña antiterrorista de Washington, y aun de haber apoyado en forma encubierta a sus adversarios.
En tercer lugar, la iniciativa expresa preocupación de Abdullah por la estabilidad de Medio Oriente y de su propio país. La represión israelí contra los palestinos radicaliza a pueblos árabes y musulmanes, y puede ponerlos en contra de sus gobiernos cuando éstos son, como el saudita, aliados de Washington.
En una encuesta realizada el 27 de febrero por la firma Gallup entre musulmanes de 10 países, la mayoría de los consultados dijo que tenía una imagen negativa de Estados Unidos, ante todo por su apoyo a Israel contra los palestinos y por su «arrogancia».
La propuesta de Abdullah ha tenido hasta ahora tres grandes consecuencias.
En primer lugar, contribuyó a que cambiara la política para Medio Oriente del presidente estadounidense, George W. Bush.
El 12 de marzo, ese cambio se expresó mediante el apoyo estadounidense a la declaración 1397 del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, que pidió por primera vez crear «un Estado palestino independiente».
En segundo lugar, estableció una base argumental para vincular la campaña antiterrorista estadounidense con la necesidad de paz en Medio Oriente.
«¿Cómo puede Estados Unidos justificar su intento de eliminar a (el presidente de Iraq) Saddam Hussein, sin hacer nada para sofrenar a (el primer ministro de Israel) Ariel Sharon?», sostuvo el sábado el influyente periódico saudita Saudi Gazette, en una carta abierta al vicepresidente estadounidense, Dick Cheney.
En tercer lugar, Abdullah logró que la actual gira de Cheney por 12 países de Medio Oriente, prevista para discutir un eventual ataque contra Iraq en el marco de la campaña antiterrorista, jerarquizara la cuestión palestina.
Todo eso ha ocurrido sin que la iniciativa se presentara de modo formal y detallado.
La cumbre de la Liga Arabe que se prevé llevar a cabo el 27 y el 28 de este mes en Beirut tiene en su agenda la propuesta de Abdullah, y es posible que la haga suya. (FIN/IPS/tra- eng/mh/js/mp/ip/02