/CORRECCION/ EEUU-UZBEKISTAN: Un aliado embarazoso

El presidente de la república ex soviética de Uzbekistán, Islam Karimov, se ha convertido en el aliado más embarazoso de Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo, por sus malos antecedentes en materia de derechos humanos.

Karimov estuvo de visita en Washington esta semana, pero no recibió los consabidos saludos con 21 salvas de cañón, no fue invitado a una cena en la Casa Blanca ni se fotografió junto a su par estadounidense George W. Bush para la prensa.

En cambio, el presidente que abrió las bases militares de su país a Estados Unidos durante la guerra en Afganistán y prometió más ayuda para la campaña de Bush contra el terrorismo sólo obtuvo, en lo que a protocolo concierne, una reunión de 45 minutos con el «líder del mundo libre» antes de ser despedido discretamente y enviado de vuelta a casa.

En esa reunión, el martes, Bush le prometió triplicar la ayuda para el desarrollo de Uzbekistán, millones de dólares en entrenamiento y equipos militares, y créditos para la exportación.

Además, le ofreció una Declaración Marco de Asociación y Cooperación Estratégica según la cual Estados Unidos verá con «profunda preocupación» cualquier amenaza externa a la seguridad de Uzbekistán.

Sin embargo, Washington no quiso hacer alarde de su generosidad porque Karimov, quien ha gobernado Uzbekistán con mano de hierro desde antes del colapso de la Unión Soviética, es quizá el más embarazoso de los nuevos aliados de Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo.

«El es como la mofeta en el jardín», dijo un funcionario del Departamento de Estado, bajo condición de anonimato.

Karimov se hizo fama de despiadado y abusivo en sus 12 años de gobierno en el estado más poderoso y poblado de Asia central, con más de 25 millones de habitantes.

Inicialmente, la represión estuvo dirigida contra los opositores políticos, que fueron encarcelados en base a cargos fraguados o forzados al exilio, como Muhammad Salih, del partido Erk (Libertad), el principal rival de Karimov.

Pero en los últimos años, las víctimas de la represión han sido principalmente los musulmanes que eligen no practicar su fe en las mezquitas autorizadas por el gobierno.

Unos 7.000 musulmanes practicantes están actualmente en prisión, donde son torturados en forma rutinaria, denunciaron las organizaciones de defensa de los derechos humanos Human Rights Watch y Amnistía Internacional, así como el propio Departamento de Estado de Estados Unidos.

El régimen promueve incluso «manifestaciones de odio» al estilo stalinista, en las que se denuncia públicamente a supuestos extremistas religiosos y sus familias, afirmó Human Rights Watch, que tiene una oficina en Tashkent, la capital uzbeka.

Además, la policía suele detener personas como rehenes para obligar a sus familiares disidentes a entregarse a las autoridades.

Estas prácticas dieron lugar a grupos insurgentes como el Movimiento Islámico de Uzbekistán (MIU), creado en 1993 a partir de los restos de pequeños partidos islámicos activos en el densamente poblado valle de Fergana, en el este del país.

Para escapar a la represión, muchos militantes huyeron a Afganistán, donde recibieron la protección del grupo extremista islámico Talibán y luego se vincularon con la red terrorista Al Qaeda, del saudí Osama bin Laden, el principal sospechoso de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington.

El MIU, acusado de atentados con bomba en Tashkent en febrero de 1999, realizó una serie de ataques transfronterizos desde Tajikistán y Kirgizstán en 1999 y 2000, pero nunca representó una amenaza importante para el régimen de Karimov, según analistas de inteligencia.

Sin embargo, para ganarse el acceso a las bases militares de Uzbekistán, Bush afirmó en su primer discurso al Congreso luego del 11 de septiembre que el MIU formaba parte de la red Al Qaeda.

Así, los atentados contra las torres gemelas de Nueva York y el Pentágono se transformaron en un golpe de suerte para Karimov, según analistas.

Desde entonces, «Karimov, elegido como aliado en la guerra de Estados Unidos contra el terrorismo, pasó a sentirse el líder no sólo de Uzbekistán, sino de toda Asia central», escribió Salih esta semana en el diario The New York Times.

Las ambiciones regionales de Karimov y sus terribles antecedentes en materia de derechos humanos lo convierten en el principal ejemplo esgrimido por aquellos analistas de política exterior que temen una repetición de los errores de Washington en la guerra fría.

Esos analistas advirtieron a la administración de Bush que la alianza con gobiernos autoritarios para perseguir fines políticos puede agravar precisamente los problemas que se propone combatir.

«Convertir a Uzbekistán en una hegemonía regional no sólo no solucionará sino que exacerbará una de las principales causas de la inestabilidad en Asia central: la represión política que provoca la radicalización de movimientos islámicos y galvaniza el apoyo popular a ellos», advierte un artículo publicado en la última edición de la revista Foreign Affairs.

«Aun si la alianza con Karimov era necesaria para el éxito de la campaña en Afganistán, a largo plazo puede agravar en lugar de reducir la amenaza del radicalismo islámico», advirtieron las autoras, Pauline Jones de la Universidad de Yale y Erika Weinthal, de la Universidad de Tel Aviv. (FIN/IPS/tra-en/jl/mlm/ip/02

Archivado en:

Compartir

Facebook
Twitter
LinkedIn

Este informe incluye imágenes de calidad que pueden ser bajadas e impresas. Copyright IPS, estas imágenes sólo pueden ser impresas junto con este informe