El impresionista Paul Cézanne fue uno de los pocos pintores franceses reconocidos del siglo XIX que jamás visitó Italia, pero 60 obras suyas procedentes de 30 museos de 15 países se instalaron este mes en Roma, donde permanecerán hasta julio.
La muestra titulada «Cézanne, padre de los modernistas» traza, a través de óleos, acuarelas y dibujos, la vida de este artista nacido en 1839 en la meridional ciudad francesa de Aix-en-Provence y muerto en 1906, y constituye uno de los principales acontecimientos artísticos del año, según sus organizadores.
Hasta ahora, la obra de Cézanne había sido objeto de una sola exposición en Italia, en el marco de la Bienal de Venecia de 1920, en la que se expusieron 28 pinturas suyas.
La exposición muestra la atormentada pintura de su juventud y la conquista del color que emprende a medida que aumenta su experiencia. Es precisamente el manejo del color, entre otras destrezas, lo que convierte a Cézanne en uno de los principales artistas de su época.
Entre las obras maestras que se presentan en Roma se destacan «El puente de Maincy», del Museo Gare d'Orsay, «El retrato en azul de madame Cézanne», del Museo de Arte Metropolitano de Nueva York, «El reflejo del agua», del Museo del Louvre.
Cézanne es importante porque «en su obra se encuentran las raíces del arte moderno», dijo el crítico Arturo Carlo Quintavalle.
Visitar la exposición significa «meditar sobre su relación constante con la realidad, sobre el valor absoluto de un tono captado antes de que cambie, de una sombra antes de que se mueva, de un reflejo antes de que desaparezca. No por nada, Cézanne no pintaba la nieve, pues cambiaba con demasiada rapidez», agregó.
Es una ocasión única que ofrece Roma a los visitantes, declaró el alcalde de la ciudad, Walter Veltroni.
Cézanne y el escritor francés Emile Zola (1840-1902) fueron amigos en la juventud. Pero Zola se trasladó a París y el pintor fue obligado por su padre a permanecer en Aix-en-Provence para estudiar abogacía.
Su amigo lo invitó a París, donde Cézanne inició su carrera artística. De todos modos, el pintor regresó pronto a su ciudad natal. Allí, desarrolló un estilo pictórico duro, denso, espeso, de fuertes pinceladas, que toma como modelo al italiano Caravaggio (1573-1610) y al español Diego Velázquez (1599-1660).
Zola lo ayudó económicamenten hasta la ruptura de la amistad e en 1886, cuando el escritor publicó «La obra». El protagonista de ese texto es un pintor que se suicida porque no logra terminar su obra. Cézanne se sintió aludido.
El artista continuó pintando en una intensa relación con la naturaleza. La crítica lo acepta sólo a inicios del siglo XX, pero durante gran parte de su vida fue ignorado y trabajó en medio de un gran aislamiento.
Desconfiaba de los críticos. Tenía pocos amigos y, hasta 1895, expuso sólo de forma ocasional. Estaba distanciado incluso de su familia, que no aceptaba su comportamiento ante la sociedad y tampoco apreciaba el carácter revolucionario de su arte.
Todos los días se dirigía a lugares solitarios porque su estilo era «el arte y la teoría elaborada y aplicada en contacto con la naturaleza», contó Maria Teresa Benedetti, una de las organizadoras de la exposición.
Para entender a Cézanne «sería necesario haberlo visto pintar, porque era un hombre en trance, atormentado, un obsesivo, como lo calificó su esposa y modelo Hortense, que devora el sujeto hasta que se le caen los ojos», dijo la crítica Alessandra Mammi.
El pintor, como el artista del texto de su amigo Zola, consideraba que nunca llegaba a alcanzar plenamente su objetivo, por lo que dejó la mayor parte de sus obras sin acabar y destruyó muchas otras. Solía considerarse un fracaso a la hora de representar la figura humana.
Durante muchos años, su obra solo fue conocida por otros colegas impresionistas y por unos cuantos artistas jóvenes radicales de la línea del postimpresionismo, entre ellos el holandés Vincent Van Gogh (1853-1890) y el francés Paul Gauguin (1848-1903).
Pero en 1895, el comerciante parisino de obras de arte Ambroise Vollard organizó una exposición de sus pinturas con gran éxito. En 1904 alcanzó la consagración en un salón oficial y cuando murió había logrado un prestigio considerable.
Muchos pintores jóvenes viajaron hacia Aix-en-Provence para verle trabajar y pedirle consejo en sus últimos años.
Los impresionistas franceses lo amaban inmensamente. Claude Monet (1840-1926) compró 14 pinturas suyas, Auguste Renoir (1841- 1919) cuatro e incluso Edgar Degas (1834-1917), que solía criticar a todos sus colegas con dureza, había adquirido siete.
Esos pintores, más famosos que él, buscaban en sus obras «la solidez y aquella construcción, que le envidiaban, la capacidad de detener el tiempo, cuando ellos solo habían capturado el momento, el poder de controlar el espacio como ellos no habían podido hacerlo», dijo Mammi.
Entre todos los artistas de su tiempo, tal vez sea el que ha ejercido una influencia más profunda en el arte del siglo XX: el francés Henri Matisse (1869-1954) admiraba su utilización del color y el español Pablo Picasso (1881-1973) desarrolló su estructura de la composición plana para crear el estilo cubista.
Cézanne no visitó Italia, a excepción de casi todos los pintores franceses de su época, aunque pintó un cuadro inspirado en Roma, el interior del Coliseo. (FIN/IPS/jp/mj/cr/02