Unas 170 organizaciones sociales pidieron a la FAO frenar la venta de productos transgénicos y a los gobiernos debatir sobre la materia, luego de divulgarse que en México se cultiva maíz genéticamente modificado pese a estar prohibido.
El caso de México, lugar de origen y domesticación de esa gramínea, muestra la gravedad del problema, según los ambientalistas, cuya cruzada contra los productos transgénicos los enfrenta con destacados científicos, empresas transnacionales y hasta con la Organización de las Naciones Unidas.
La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) debe emitir recomendaciones para salvaguardar el banco genético del maíz mexicano y detener el comercio de semillas transgénicas a zonas de origen, señal una carta abierta firmada por 140 grupos.
La nota divulgada el 19 de febrero recogió luego más adhesiones hasta superar las 170 organizaciones ambientalistas y de otros órdenes de la sociedad civil.
En el documento también se pide a la FAO asegurar que en el Código de Conducta sobre Biotecnología, que elabora, estipule el control de la difusión de materiales genéticamente modificados hacia regiones vulnerables y que, si eso llegara a suceder, los culpables paguen compensaciones.
Se exhorta, además, a que en la sexta Conferencia de las Partes del Convenio de Diversidad Biológica, que se celebrará del 8 al 26 de abril en Holanda, se debata el asunto de los transgénicos, al igual que en la Cumbre Mundial de la Alimentación, programada del 6 al 13 de junio en Italia.
Los promotores de la biotecnología, ciencia que permite mezclar genes de diferentes especies en una sola, aseguran que pueden crear con ese conocimiento productos económicos, de cultivo rápido, alto contenido de proteínas y que no necesitan agroquímicos.
Lo que ocurre en México con el maíz ha despertado una fuerte y justificada movilización internacional, dijo a IPS Silvia Ribeiro, representante para América Latina de la organización no gubernamental Action Group on Erosion, Technology and Concentration, con sede en Canadá.
Ese grupo, Vía Campesina, Global Exchange, Food First, Greenpeace Internacional y otros de América, Europa y Africa, son las firmantes de la carta dirigida a la FAO, a los gobiernos y al Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo, con sede en México y depositario del mayor centro de germoplasma de maíz del mundo.
En los estado mexicanos de Oaxaca, en la costa meridional del océano Pacífico, y de Puebla, vecino a la capital, dos científicos de Estados Unidos encontraron el año pasado evidencias de cultivo de maíz transgénico a campo abierto.
Indicaron que el maíz era cultivado por campesinos que ignoraban estar produciendo granos transgénicos y que las semillas habrían ingresado al país en cargamentos sin etiquetas que indicaran esa característica.
La información chocó con declaraciones categóricas de funcionarios del gobierno de México, que en 1998 prohibió esas siembras y que negaba periódicamente la existencia de ese tipo de cultivos.
Sin embargo, las autoridades finalmente reconocieron el año pasado la validez de la información de los científicos estadounidenses, tras la presión de grupos ambientalistas, y prometieron continuar las investigaciones al respecto.
«Esta contaminación es un serio problema para México, porque las variedades de maíz criollo representan la memoria genética de la agricultura tradicional y el daño a sus secuencias originales puede ser irreparable», apunta un documento sobre el particular preparado por la estatal Comisión Nacional de Biodiversidad.
Algunos científicos consideran exagerada la alerta que despertó en México el hallazgo de maíz transgénico, pues sólo se encontró en pequeñas zonas aisladas, y sostienen que difícilmente alterará o afectará a las especies nativas.
Pero los ambientalistas no lo creen. Lo que pasa en México es poco menos que una tragedia, afirman estos grupos, que piden acabar con el cultivo de transgénicos y en su objetivo se enfrentan a cualquiera que se ponga enfrente.
Uno blanco de sus ataques es el premio Nobel de la Paz de 1970, el científico estadounidense Norman Borlaug, quien califica de extremistas a los ambientalistas que rechazan los transgénicos y los acusa de actuar con «emoción más que con datos».
Borlaug, el padre de la llamada revolución verde que transformó la agricultura en los años 50 y 60, señaló a IPS en Costa Rica esta semana que los alimentos transgénicos constituyen una opción válida para combatir el hambre en el mundo.
«La biotecnología es una continuación de la revolución verde» y una buena alternativa para afrontar la crisis alimentaria, dijo el científico, de 88 años, considerado por expertos la persona que más vidas humanas ha salvado en la historia del mundo, debido al aumento de la productividad agrícola logrado con sus estudios.
«El mundo debe escoger entre dos opciones: seguimos tumbando árboles para sembrar o desarrollamos una mejor tecnología para combatir las plagas y aumentar la productividad», afirmó Borlaug, quien no ha trabajado directamente en la modificación genética de alimentos.
La revolución verde incrementó la producción a través de la utilización de nuevas variedades de semillas de alto rendimiento, en especial de trigo y maíz, y de fertilizantes, maquinarias y en el control de plagas, salvando del hambre a millones de personas en India, Pakistán y en regiones de Africa y América Latina.
Borlaug cree que los ambientalistas de hoy han desvirtuado sus ideas y difundido información errónea sobre la biotecnología, pues «no existe prueba científica suficiente que demuestre que los alimentos genéticamente modificados son dañinos para el hombre».
Las organizaciones ambientalistas también discrepan con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, que en su informe sobre Desarrollo Humano 2001 señaló que los transgénicos pueden ser la clave para combatir el hambre que sufren 850 millones de personas en el mundo.
Más de 1.000 científicos de todo el mundo, entre ellos Borlaug y el premio Nobel de Medicina James Watson, quien ha trabajado intensamente con el ADN, declararon en febrero de 2000 su apoyo al desarrollo de la biotecnología agrícola.
En una carta abierta, los científicos dijeron que «no hay razón científica para creer que los alimentos manipulados genéticamente sean menos innocuos que los alimentos que venimos comiendo desde hace siglos».
No hay evidencias científicas contundentes que indiquen que los transgénicos son peligrosos, pero sus opositores miran en ellos peligros para la biodiversidad y un sometimiento del mundo en desarrollo a las empresas dueñas de esa tecnología.
Los cultivos comerciales transgénicos son en la actualidad de soja, maíz, algodón y canola (colza), manejados por cinco empresas transnacionales del Norte industrializado, propietarias de las patentes, y 98 por ciento del área sembrada se encuentra en Argentina, Canadá y Estados Unidos.
También existen empresas pequeñas y científicos de varios países que trabajan de modo experimental sobre otras variedades transgénicas, con la idea de que podrían conseguir especies que alimenten mejor al mundo. (FIN/IPS/dc/dm/en/02