Unos 80.000 afganos que residían en el asentamiento de refugiados Jallozai, en la región occidental de Pakistán y llamado «campamento de la muerte» por sus carencias, fueron trasladados desde enero a otros lugares, pero sus penurias continúan.
Los refugiados fueron llevados a seis nuevos campamentos en la pakistaní Provincia de la Frontera Noroccidental, más cerca de Afganistán que Jallozai, por decisión de Islamabad y del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
Muchos se quejan de que haber sido separados por su origen étnico o de hostilidad de los residentes cerca de los nuevos campamentos, y otros afirman que están aun peor que antes.
«Las condiciones de vida son más duras que en Jallozai, con menos espacio, clima más severo en el actual invierno (boreal), menos agua y carencia de oportunidades de trabajo», dijo Abdul Malook, proveniente de la septentrional provincia afgana de Kunduz y transferido al área de Bajaur.
Además, tribus locales se quejan de que los ocupantes de los nuevos campamentos, creados en sus territorios, compiten con ellos por empleos que escasean.
El campamento de Jallozai fue improvisado a fines de 2000, cuando muchos afganos huyeron a Pakistán debido a la guerra civil y la sequía en su país.
«Un kilogramo de carne costaba 0,75 dólares en Jallozai, y cuesta 1,2 dólares en Bajaur. El precio de un kilogramo de tomates era de unos 0,10 dólares allá, y es 0,35 aquí», señaló.
Malook también se quejó de los servicios médicos en el campo de refugiados son insuficientes, y de que «afuera hay más curanderos que auténticos doctores».
En una clínica de la región de Bajaur, el «presunto médico» indicó la administración de medicamentos cuya vigencia había caducado, destacó.
La ausencia de oportunidades de empleo informal como las que los refugiados aprovechaban en Jallozai es uno de los problemas más graves luego de los traslados.
Esos empleos les permitían complementar la insuficiente alimentación brindada por el ACNUR, que entregaba a cada familia asistencia alimentaria mensual de sólo 40 kilogramos de harina de trigo, cinco kilogramos de lentejas y otros cinco de aceite vegetal.
«Parece que tendremos que comer menos, para que nuestras raciones duren todo el mes. Somos nueve en mi familia, y no sé cómo podremos sobrevivir con lo que nos da el ACNURW», comentó Dar Mohammad, proveniente de la nororiental ciudad afgana de Mazar-e- Sharif.
Algunos refugiados en Bajaur acusan a los funcionarios locales del campo de desviar la asistencia a la población de las cercanías, que es muy pobre.
«Roban sábanas, aceite para cocinar o ropas de abrigo, o la reemplazan, en algunas ocasiones con frutas locales baratas y en otras con basura», dijo a IPS Torabaz, proveniente de Kunduz.
Jallozai distaba mucho de ser un lugar ideal de residencia, pero cuando sus ocupantes fueron informados de que serían trasladados, muchos se opusieron a la iniciativa.
Aquel campamento, hoy desierto, se transformó poco después de su creación en un dolor de cabeza para el ACNUR y las agencias humanitarias, que afrontaron importantes dificultades para brindar a los refugiados asistencia básica alimentaria y sanitaria.
Según el ACNUR, muchos residentes en Jallozai murieron el año pasado debido a los rigores del clima en invierno y en verano, porque carecían de viviendas y servicios de salud adecuados.
«Prefiero no ser trasladada y establecerme con mi familia en las cercanías de Jallozai», dijo a IPS Gul Jana, una de las últimas personas cuyos asentamientos en el viejo campo fueron desmantelados la semana pasada, en una ceremonia a la cual asistieron funcionarios del ACNUR y del gobierno pakistaní.
El marido esa refugiada despareció hace tres años, y ella vivía en Jallozai con su hijo, que tiene en la actualidad 14 años de edad.
La mujer alegó que el traslado al nuevo campo la privaría de la red social de apoyo que tejió en Jallozai y sus cercanías.
Los críticos afirman que el criterio de separación por origen étnico empleado para reinstalar a los refugiados exacerbará conflictos entre ellos.
Personas que hablan pashtun fueron trasladadas al campo de Kotkai, en Bajaur, y las que hablan persa a otros en las áreas de Kurram y Khyber.
«Todos somos hermanos. Esta política divide al pueblo afgano, y no queremos vivir separados. La segregación nos perjudica y reaviva tradicionales enemistades entre etnias», dijo a IPS Mohammad Anwar, quien habla persa y proviene de Mazar-e-Sharif, trasladado al campo de Shalman, en Kurram.
«No quería ser trasladado a Bajaur ni a ninguna otra parte sobre la base de la separación, para no ser parte de ningún plan que divida al pueblo afgano con ese criterio», afirmó Lal Mohammadm quien habla pashtun.
Torabaz sostuvo que los funcionarios locales del campo de Bajaur no permiten el contacto de los refugiados con otras personas, incluyendo a periodistas.
«Creo que eso se debe a que no quieren que se divulguen quejas, que nosotros mismos moderamos por temor a represalias de la población local, aunque se trata de personas que también hablan pashtun», comentó.
Sahibzada Mohammad Anis, representante de Islamabad en cuestiones de refugiados, aseguró que los nuevos campos «cuentan con todos los servicios básicos».
«Estamos totalmente satisfechos con los arreglos realizados por el ACNUR», añadió.
La agencia de las Naciones Unidas también parece satisfecha con la experiencia de traslado, y planea repetirla con una gran cantidad de afganos sin techo, que en la actualidad residen en la septentrional ciudad pakistaní de Peshawar y en sus alrededores.
El personal del ACNUR en Peshawar ha informado sobre un aumento de las solicitudes de traslado a los nuevos campos de refugiados en la frontera con Afganistán, indicó un portavoz de la agencia.
«Eso muestra que en la comunidad afgana ha corrido la voz sobre las condiciones de vida en esos lugares, y que la mayoría de las familias residentes en ellos están satisfechas», alegó.
Pero organizaciones no gubernamentales humanitarias (ONG) sostienen que hay mucho por hacer en los nuevos campos, especialmente en el área de los servicios médicos.
«Planeamos brindar asistencia sanitaria secundaria a mujeres y niños en los campos de Kurram y Khyber, donde muchos enfermos graves no son atendidos por los servicios de atención primaria del ACNUR», dijo el médico Asad Hafeez, secretario general de Defensa de los Niños Internacional, una ONG que cuida la salud de refugiados.
«En Jallozai había hospitales para atención secundaria cerca del campo de refugiados, pero los nuevos están en lugares alejados de los centros urbanos, y muchas de las personas más enfermas no pueden trasladarse a hospitales cuando lo necesitan», explicó. (FIN/IPS/tra-eng/mr/js/mp/pr hd/02