El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, desautorizó posiciones moderadas en materia de política exterior del secretario de Estado, Colin Powell, y confirmó el predominio en el gobierno de la fracción belicista.
Powell se esforzó el año pasado por asegurar que Washington apoyaba la política de reconciliación con Corea del Norte del presidente sudcoreano Kim Dae Jung, pese al duro y humillante ataque público de Bush en marzo contra el gobernante norcoreano Kim Jong Il.
Ese ataque congeló el proceso que apunta a la reunificación política de la península coreana, iniciado a mediados de los años 90, y aumentó la tensión en la frontera entre ambos países, que es la más militarizada del mundo.
El secretario de Estado también dedicó grandes esfuerzos a impulsar la normalización de relaciones diplomáticas con Teherán, que estaba muy avanzada cuando Bush asumió el gobierno hace un año, y el mes pasado elogió el papel de Irán durante la campaña antiterrorista estadounidense en Afganistán.
Ambas iniciativas de Powell fueron desbaratadas el miércoles por Bush, en su primer informe al Congreso sobre el «Estado de la Unión», cuando afirmó que Corea del Norte, Irán e Iraq forman un «eje del mal», y pareció preparar el terreno para la expansión hacia esos países de la campaña antiterrorista.
Ese tipo de informe es presentado por los presidentes estadounidenses al cumplir cada año de gestión, para describir la situación del país y las actividades e iniciativas gubernamentales en el periodo correspondiente.
El rostro moderado y respetable de la política exterior del país, encarnado por Powell, parece cada vez más irrelevante, y no quedan dudas del predominio en la materia de los altos funcionarios belicistas agrupados en torno del vicepresidente Dick Cheney y en el equipo de seguridad nacional del propio Bush.
En los días posteriores al informe, informes periodísticos citaron a altos funcionarios no identificados para indicar que el Departamento de Estado no fue alertado sobre la referencia en el discurso al «eje del mal», y la retórica del presidente en la materia subió de tono.
El portavoz de Powell, Richard Boucher, dijo el jueves que el gobierno mantenía su decisión de reanudar el diálogo con Pyongyang «en cualquier momento y en cualquier lugar», pero Bush lo rectificó el viernes durante una breve conferencia de prensa conjunta con el rey de Jordania, Abdullah.
El presidente dijo que estaría «más que feliz» de dialogar con el gobierno norcoreano, pero puso dos condiciones: que Pyongyang retire parte de las tropas desplegadas en la frontera con Corea del Sur, y cese su exportación de armas a otros países.
Corea del Norte ha señalado en varias ocasiones que sólo está dispuesto a cumplir esos pedidos en el marco de acuerdos más amplios con Washington.
La situación de Powell evoca el mito griego de Sísifo, condenado en forma eterna a empujar una roca hasta la cima de una montaña, para que volviera a caer una y otra vez.
El secretario de Estado debe reanudar sus esfuerzos cuando faltan sólo tres semanas para que Bush viaje a Corea del Sur, en el marco de una gira por Asia Nororiental.
La campaña militar en Afganistán determinó un gran aumento de la influencia en política exterior de Cheney y del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, los principales «halcones» del equipo de gobierno, quienes han ganado en los últimos meses dos batallas internas, además de las relacionadas con Teherán y Pyongyang.
En Medio Oriente, Washington ha brindado un apoyo sin precedentes a la línea dura contra los palestinos del primer ministro israelí, Ariel Sharon, pese a las objeciones de Powell.
El gobierno se ha resistido incluso a condenar tácticas de Sharon como el asesinato selectivo de presuntos terroristas, la invasión y reocupación rutinaria de territorios transferidos a la Autoridad Nacional Palestina en el marco de acuerdos de paz, y el arrasamiento de hogares palestinos.
Los «halcones» también lograron que el país abandonara en forma unilateral el Tratado Antimisiles Balísticos de 1972, para impulsar el proyectado Sistema Nacional de Defensa contra Misiles.
Powell había tratado de frenar la implementación de ese proyecto, y el tratado de 1972 era considerado por muchos expertos, al igual que por Rusia y China, la piedra angular del control internacional de armas.
Cheney y Rumsfeld son partidarios de un ataque contra Iraq como el lanzado en Afganistán, con bombardeos y despliegue de fuerzas especiales estadounidenses para apoyar a tropas del insurgente Congreso Nacional Iraquí (CNI).
Powell, los mandos militares y la Agencia Central de Inteligencia piensan que ese plan es una locura.
El Departamento de Estado cortó el aporte de fondos al INC, alegando que eran manejados en forma irregular, y pareció que Powell había logrado una victoria clave en el asunto, pero la asistencia se reanudó, y esa coalición iraquí pide ahora ayuda militar directa a Washington, estimulado por el discurso de Bush.
«El debate interno en el gobierno sobre qué hacer con Iraq terminó, si alguna vez existió», escribió en el diario Washington Post, tras el informe al Congreso, Charles Krauthammer, un columnista que comparte los puntos de vista de los principales asesores de Cheney y Rumsfeld.
Es posible que Powell aún tenga posibilidades de impedir una nueva y precipitada ofensiva militar contra Iraq, en especial porque esa iniciativa es resistida por gobernantes de Europa Occidental, pero la relación de fuerzas se modificó en forma decisiva, contra la posición del secretario de Estado.
Antes de la campaña afgana, Bush adoptó posiciones resistidas por Powell cuando anunció que no ratificaría el Protocolo de Kyoto sobre cambio climático, incumplió la promesa de aportar 200 millones de dólares al fondo mundial contra el sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida) y socavó el proceso de paz impulsado en Colombia por el presidente de ese país, Andrés Pastrana.
El presidente propone incrementar más de 10 por ciento el presupuesto de Defensa del año fiscal 2003, el mayor aumento en 20 años, pero no dotar de más fondos para asistencia exterior al Departamento de Estado, que debe brindar prometida ayuda de 300 millones de dólares a Afganistán, y se verá obligado a reducir el apoyo a otros países, probablemente africanos.
«Puedo pensar en algunas personas que ya habrían renunciado» si estuvieran en el lugar de Powell, pero él no lo hará, dijo a IPS un ex alto funcionario del Departamento de Estado que no quiso ser identificado.
«Es probable que piense: '¿De dónde podría provenir una fuerza que equilibre la situación, si me voy?'», explicó. (FIN/IPS/tra- eng/jl/aa/mp/ip/02