BRASIL-JAPON: Sol amarillo, sol rojo

El sol es rojo en Japón y amarillo en Brasil. Esa diferencia confunde a miles de niños que acompañan a sus padres brasileños de ascendencia japonesa, llamados nikkeis, en su emigración a la tierra de sus ancestros.

Ese flujo, iniciado en los años 80 e intensificado en los 90, acentuó también las inseguridades de los nikkeis respecto de su identidad nacional. En Brasil los llaman «japoneses», pero en Japón se sienten aun más extranjeros, pese a la apariencia física.

Los «dekaseguis», como se denomina a los brasileños de origen japonés que emigran al país de sus antepasados, suman hoy cerca de 250.000, un quinto del total de nikkeis.

En Japón, tienen empleos poco calificados, rechazados por los trabajadores locales. En general, permanecen en Japón algunos años para ahorrar dinero y volver a Brasil.

Muchos llevan a sus familias, lo que obliga los niños a una dificil adaptación. El color del sol es un pequeño ejemplo del choque cultural al que son sometidos, presionándolos a «negar lo aprendido antes», dijo a IPS María Helena Uyeda, periodista y dirigente de la Asociación Brasileña de Dekaseguis.

La Asociación fue creada hace cuatro años en Curitiba, capital del meridional estado de Paraná, para prestar a los desakeguis que retornan a Brasil asistencia psicológica, educativa, jurídica y empresarial.

Las dificultades de reinserción económica, social y cultural en Brasil hacen que muchos retornen a Japón una, dos o más veces, pues se sienten incómodos en ambos países, observó Uyeda, quien preside la oficina local de la Asociación en Curitiba.

Sumika Osawa ya pasó 11 años en cuatro periodos desde 1990 en Japón, donde trabajó como obrera, en su caso con una creciente integración, a tal punto que hoy preferiría vivir en el país que sus padres dejaron hace siete decenios.

Osawa, ex profesora de inglés de 54 años, reconoció que allí se siente extranjera y que sufrió al principio la fuerte discriminación a los nikkeis, pero hizo un esfuerzo de adaptación y sigue perfeccionando sus conocimientos del idioma y de la «melindrosa» cultura japonesa.

Un novio japonés, ingeniero que viajó mucho al exterior y habla varias lenguas, la ayuda en ese proceso.

«Las culturas brasileña y japonesa son totalmente opuestas», dijo Osawa, quien prefiere la urbanidad oriental. Pero admitió que la rígida formalidad, los rodeos al hablar y el cultivo de la «humildad» bloquean la expresión de sentimentos de los japoneses, en contraste con los extravertidos brasileños.

Su migración definitiva se encuentra trabada, según ella, porque sus padres, ya octogenarios, se niegan a retornar a Japón. El padre dice preferir la vida entre los brasileños, que tienen «el corazón abierto», explicó a IPS.

Osawa ahorró suficiente dinero para comprar dos departamentos y una casa, ésta para cumplir el objetivo de dar mejores condiciones de vida a sus padres, que viven en Campinas, una gran ciudad a 100 kilómetros de Sao Paulo.

Dos sobrinos suyos también estuvieron algunos años en Japón, pero no quieren regresar a ese país porque, dicen, la vida allí es «muy aburrida».

«No me siento netamente brasileña ni japonesa. Perdí mis puntos de referencia, pero me hice más japonesa en estos años», dijo.

Sin embargo, Osawa no deja de criticar costumbres japonesas como el «matrimonio arreglado, que los jóvenes ya no aceptan», y la «tiranía del hombre» hacia la mujer.

Su opción por Japón se debe a que su población «cumple rigurosamente las leyes» y es confiable, mientras le molesta la violencia en Brasil y la «mala educación de los brasileños, muchas veces groseros», aunque le agrada su modo de ser más informal y directo en el trato personal.

Los nikkeis pueden sentirse «más cómodos en Japón, aún sufriendo discriminaciones», porque allí no hay dudas, son «cien por ciento brasileños», y no «medio brasileños» como en Brasil, sostuvo Jeffrey Lesser, profesor de Historia de la Universidad Emory en Atlanta, Estados Unidos.

Lesser, autor del libro «Negociando la identidad nacional» sobre la inmigración árabe y japonesa en Brasil, estudia ahora la comunidad nikkei.

Vive en Sao Paulo y visita con frecuencia Oizumi, ciudad japonesa de la provincia de Gumma, donde viven 6.000 dekaseguis brasileños, 15 por ciento de la población local.

Confrontados con la cultura de sus padres y abuelos, los nikkeis se sienten más claramente brasileños, formando una comunidad minoritaria, con supermercados de productos típicos de Brasil, diarios propios en portugués e incluso tiendas que alquilan vídeos de telenovelas brasileñas actuales.

La identidad brasileña de los dekaseguis se afirma también en los concursos de belleza femenina, una tradición entre los nikkeis. En Brasil, las candidatas se exhiben en ropa típicas japonesas, pero en Japón desfilan con bikinis brasileños, observó Lesser.

Pero la dualidad de los nikkeis es poco comprendida en Brasil, cuya sociedad multicultural aún no acepta plenamente esa condición, lo que se refleja en la escasa discusión y presencia de las distintas comunidades en la historia, las artes y en otras manifestaciones culturales del país, en contraste con Estados Unidos, señaló el académico.

Los inmigrantes no europeos, como árabes y japoneses, se enfrentaron con un fuerte rechazo en la elite brasileña, especialmente por razones raciales, según el libro de Lesser. «Afearían» el pueblo brasileño, por no ser blancos, y no serían «asimilados» por la cultura brasileña, se argumentaba.

Irónicamente, la comunidad nikkei es hoy «la más blanca» del país, según el criterio social que suele sobreponerse al racial, pues se trata de la que goza de mayor promedio de ingresos y de escolaridad, observó Lesser.

Pero la presión por la «asimilación» sigue siendo fuerte, aunque sea pura ilusión, pues no es posible «diluir las diferencias», según el historiador. La mayor parte de las cirugías plásticas a las que se someten las mujeres nikkei tienen el objetivo de «occidentalizar» los ojos. (FIN/IPS/mo/mj/pr/02

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