Organizaciones religiosas y de derechos humanos del Pacífico Sur redoblaron la campaña contra una empresa australiana que pretende crear una base de datos privada con la información genética de la población del archipiélago de Tonga.
Tras un intenso debate regional de más de un año, la compañía de biotecnología Autogen, de la sudoriental ciudad de Melbourne, y el gobierno de Tonga, niegan que el plan siga adelante, pero las organizaciones no gubernamentales temen que sólo se trate de una suspensión estratégica.
El director del Movimiento por los Derechos Humanos y la Democracia en Tonga, Lopeti Senituli, reclamó a la compañía que confirme si ha abandonado el proyecto.
Autogen anunció en noviembre de 2000 un acuerdo con el Ministerio de Salud de Tonga, para investigar e «identificar los genes causantes de enfermedades comunes, mediante el uso de los recursos de la población de Tonga», unas 100.000 personas que habitan 36 de las de 170 islas del archipiélago de la Polinesia occidental.
La compañía eligió a ese antiguo protectorado británico porque sus habitantes descienden de un reducido tronco común, lo que facilita la búsqueda, mediante la extracción y estudio de muestras de sangre de la población, de genes supuestamente vinculados a enfermedades frecuentes.
El proyecto es resultado de una alianza con Merck Lipha, subsidiaria del gigante farmacéutico alemán Merck, que financia investigaciones sobre el origen genético de la obesidad, la diabetes y la resistencia a la insulina.
Merck espera desarrollar nuevos medicamentos a partir de la identificación de los genes asociados a esos males.
«No es bueno volver al pasado, cuando las islas del Pacífico estaban expuestas a todo», dijo Senituli —cuya organización impulsa reformas democráticas en el reino de Tonga— durante la Conferencia de Asociaciones Biotecnológicas Australasianas, celebrada la semana pasada en la meridional ciudad de Adelaida.
Autogen arguyó que el proyecto representará grandes beneficios económicos a la región del Pacífico sur, como creación de empleos y financiamiento para nuevos centros de investigación médica, pero para Senituli no se trata más que de migajas.
«Lo que nos ofrecen es poco, una gota en el oceáno en comparación con lo que Autogen ganará si este proyecto tiene éxito», afirmó.
La firma es una de las tantas que proliferan en el área de la biotecnología de Australia, pero su presidente y principal accionista, Joseph Gutnikc, es un influyente empresario de la comunidad judía local, amigo del ex primer ministro de Israel Benjamín Netanyahu (1996-1999).
Uno de los directores de la compañía es el ex primer ministro australiano Bob Hawke (1983-1991), del Partido Laborista.
Confiada en sus vínculos políticos, la firma se vio sorprendida por la campaña contraria a su proyecto, emprendida por la sociedad civil en Australia y Tonga. «Rechazamos (el proyecto) porque no hubo una discusión pública antes de su aprobación», afirmó Senituli.
En primera instancia, el gobierno de Tonga reivindicó la facultad de organizar un debate público, pero más tarde negó que el acuerdo se hubiera llevado a cabo.
Si el plan siguiera adelante, Tonga se convertiría en el primer país en vender información genética de su población, advirtió el director de la organización no gubernamental australiana GeneEthics Network, Bob Phelps.
«Lo peligroso de la propuesta es que sienta el precedente de un gobierno dispuesto a cooperar con intereses comerciales que buscan explotar todos los recursos naturales, incluidos los genes de la población», afirmó.
La cuestión desencadenó una polémica en todo el Pacífico Sur, que también alcanzó a las iglesias cristianas.
El Consejo Nacional de Iglesias de Tonga, con el apoyo del Consejo Mundial de Iglesias, radicado en Ginebra, invitó a los líderes eclesiásticos de toda la región a un congreso sobre biotecnología.
El congreso resolvió oponerse a «todas las formas de la ingeniería genética» y a la clonación, pues «la conversión de las formas de vida, sus moléculas o partes en objeto de propiedad de una empresa es contrario a los intereses de la población».
Autogen replicó que la investigación se iniciaría tomando muestras de sangre a voluntarios previamente informados, pero los grupos religiosos insistieron en que la participación en ese tipo de investigaciones debe ser previamente aprobada por la colectividad.
El jefe de investigaciones de la compañía, Greg Collier, presionado por la campaña, aseguró que la firma ya no tiene interés inmediato en el proyecto.
«No estamos haciendo nada en Tonga. Decidimos concentrarnos en la investigación de la población de (la sudoriental isla australiana de) Tasmania. Y esta es una decisión fundada en necesidades científicas, nada más», indicó.
Pero Senituli lo duda. «Lo que más nos intriga es por qué Autogen no cambió la referencia a Tonga en su página (en la red informática Internet) y por qué Merck continúa afirmando en Alemania que tiene un proyecto en Tonga. Esto nos preocupa», señaló el activista.
Senituli advirtió que, aun si Autogen se retirara de Tonga, otras compañías seguirían sus pasos para «colonizar sus recursos». «Hace tres siglos (los británicos) vinieron por el sándalo. Ahora vienen por nuestros genes», señaló. (FIN/IPS/tra-eng/bb/js/rp- dc/hd sc/02