Los gobiernos preocupados por la proliferación nuclear deberían prestar más atención al potencial destructivo de la biotecnología, afirmaron científicos y activistas ecologistas, reunidos en India.
Los programas de armas biotecnológicas que llevan a cabo en secreto varios países son más difíciles de detectar que los de armas nucleares, advirtieron expertos reunidos en Nueva Delhi, durante una sesión preparatoria del segundo Foro Social Mundial, que se desarrolla en la meridional ciudad brasileña de Porto Alegre.
«Las armas biológicas se encuentran en tubos de ensayo y no en las enormes instalaciones necesarias para el arsenal nuclear», dijo a IPS Christine von Wiezsacker, vicepresidenta de Ecoropa (Movimiento Ecologista de Europa).
El gobierno de Estados Unidos, invocando los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington y la amenaza de una epidemia de ántrax, restringe el derecho a la información sobre su programa de defensa biológica, señaló Jean Grossholtz, profesora del Holyoke College, en el estado estadounidense de Massachusetts.
Washington no está interesado en los compromisos de la Convención sobre Armas Biológicas, contraria al desarrollo y almacenamiento de este tipo de material bélico.
El gobierno de George W. Bush boicoteó las negociaciones celebradas en diciembre para establecer mecanismos de verificación internacional obligatorios, como la inspección de presuntos centros de investigación y producción de armas biológicas.
Así como se promovió la energía atómica para resolver una supuesta carencia de fuentes de electricidad, la biotecnología es presentada como la respuesta a la falta de alimentos y la caída de la producción agrícola, sostuvo la bióloga Sue Edwards, profesora de la Universidad de Adis Abeba, Etiopía.
Pero hay muchas «zonas grises» en la biotecnología, explotadas en nombre de la seguridad alimentaria, que en realidad actúan en detrimento de la misma, de la salud humana y del ambiente, apuntó Wiezsacker.
Por ejemplo, la tecnología «terminator» (exterminador) vuelve estériles a las generaciones subsecuentes de una variedad de semillas. Eso obliga a los agricultores a comprar más semillas a las empresas propietarias de la patente, en lugar de utilizar las que almacenan, como lo hacían tradicionalmente.
«La introducción de esta tecnología desde el exterior podría determinar que algunos países dependan totalmente del suministro de semillas de las empresas» propietarias de la patente, señaló Wieszacker.
Pero muchos gobiernos, respaldando a grandes laboratorios y empresas, se niegan a aceptar regulaciones internacionales en áreas aún poco conocidas de la biotecnología, como la ingeniería genética, pese a su potencial de destrucción masiva, advirtió Grossholtz.
Esta técnica se aboca al desarrollo de organismos genéticamente modificados, o transgénicos, mediante la introducción en el organismo original de genes de otras especies, virus o bacterias, con el fin de otorgarle características especiales.
Aún no hay estudios concluyentes sobre los efectos de los transgénicos en la salud humana y en el ambiente. El movimiento ecologista internacional reclama la aplicación del Principio de Precaución, según el cual los países pueden rechazar la importación de transgénicos en ausencia de certeza científica sobre daños potenciales.
Ese principio está consagrado en el Protocolo de Bioseguridad, firmado por 130 estados en 2000, que establece reglas para el movimiento transfronterizo de organismos vivos genéticamente modificados.
El encuentro de India contó con la participación de varios científicos y activistas que trabajaron en favor del Protocolo de Bioseguridad.
Wiezsacker, Edwards y Grossholtz, integrantes del grupo Mujeres Diversas por la Diversidad, se reunieron en Nueva Delhi con Vandana Shiva, fundadora de esa asociación y directora de la Fundación de Investigación para la Ciencia, la Tecnología y la Ecología.
India, que se proclamó potencia nuclear en 1998, cuenta con una red de laboratorios estatales que le han permitido desarrollar la industria espacial, nuclear y misilística, así como la biotecnología.
En medio del temor internacional que provocaron el año pasado los casos de ántrax en Estados Unidos, estos laboratorios anunciaron el descubrimiento de una poderosa vacuna recombinante contra esa bacteria.
Por otra parte, Nueva Delhi asegura que la ingeniería genética le permitirá alcanzar la seguridad alimentaria y la autosuficiencia agrícola.
Más de la mitad de los 1.000 millones de habitantes de India padecen desnutrición crónica, pero el país obtiene un excedente anual de 50 millones de toneladas de granos.
El hambre en India se debe a la distribución inadecuada, la desigualdad y la burocracia, y no a la falta de alimentos, sostuvo Shiva.
El gobierno autorizó este mes la venta de semillas de algodón transgénico, pese a que está pendiente un pedido de intervención al Supremo Tribunal de Justicia, efectuado por Shiva y otros activistas, para evitar que la liberación de esa técnica sin un debate público.
El algodón transgénico está disponible en el mercado indio desde hace al menos tres años, como consecuencia de pruebas de campo clandestinas de la compañía estadounidense Monsanto, que desarrolló el cultivo con una bacteria de propiedades plaguicidas.
Según Shiva, las autoridades no hicieron ningún intento de responsabilizar a Monsanto por las pruebas, que se conocieron cuando los agricultores participantes desenterraron y quemaron las plantas de algodón, en el meridional estado de Karnataka.
Ursula Oswald Spring, ex ministra de Ambiente de México y profesora de la Universidad Nacional, afirmó que su país «no autoriza la plantación de cultivos transgénicos, pero está obligado a importarlos por los acuerdos comerciales, con el peligro de contaminación a través de las especies».
Cualquiera sea el argumento a favor de la ingeniería genética, los países que la desarrollan se niegan a adoptar seguros contra los riesgos de una liberación de transgénicos al ambiente, simplemente porque el conocimiento científico es insuficiente, señaló Wiezsacker.
«De momento, la pregunta sobre quién se hará responsable por una catástrofe permanece sin respuesta», concluyó. (FIN/IPS/tra- eng/rdr/js/dc/en dv/02