ARGELIA: Otra década de caos

Argelia ingresa a otra década de caos, en medio de la violencia promovida por grupos radicales islámicos y el clamor de la minoría étnica bereber, despojada de derechos y sin reconocimiento de su identidad, advirtieron analistas.

La nación permanece atrapada en la violencia fundamentalista estallada hace una década, cuando el régimen militar anuló la primera vuelta electoral de diciembre de 1991, en la que el Frente de Salvación Islámica (FIS) obtuvo una victoria contundente.

En febrero de 1992, el gobierno impuso el estado de emergencia, y en marzo proscribió al FIS. Casi 200.000 personas han muerto desde entonces debido a los actos violentos de organizaciones rebeldes, como el fundamentalista Grupo Islámico Armado (GIA).

Por otra parte, las autoridades reprimen duramente las protestas de la etnia bereber, un pueblo no árabe de Africa del norte, que constituye un cuarto de los 32 millones de argelinos y demanda el reconocimiento de su lengua, el tamazigh, como idioma oficial junto al árabe.

Decenas de personas resultaron heridas a mediados de este mes, cuando fuerzas de seguridad disolvieron violentamente una protesta bereber en la ciudad de Bejaya, en la septentrional provincia de Kabilia, donde los bereberes son mayoría.

El movimiento bereber resurgió el año pasado y sus multitudinarias manifestaciones dieron pie a protestas más amplias, en reclamo de reformas económicas y políticas.

El presidente Abdelaziz Bouteflika, en el poder desde abril de 1999, lanzó sin resultado una propuesta de reconciliación nacional que comprendía la amnistía general para los radicales islámicos que depusieran las armas y se integraran al proceso político. Muy pocos rebeldes respondieron al llamado.

«Bouteflika no ha hecho nada por Argelia ni por los argelinos. Todo lo que hizo fue empujar al país al caos. Su mandato presidencial es un lamentable fracaso», sostuvo el ex oficial de inteligencia militar Hicham Aboud.

Bouteflika fue elegido en 1998 con 70 por ciento de los votos, en comicios boicoteados por la oposición.

«Su ascenso al poder fue idea del ejército, que necesitaba un hombre con buena reputación», afirmó Aboud, autor del libro «La mafia de los generales», publicado en Francia.

«Los argelinos aún no ven la luz al final del túnel por los problemas políticos que han puesto al país al borde de la quiebra», aseguró el sociólogo Mohamed Arrassi.

El año pasado fueron asesinadas 1.900 personas, 600 de ellas musulmanas. En febrero de 2001, las fuerzas de seguridad dieron muerte al líder del GIA, Antar Zouabri. El gobierno se atribuyó la muerte de Zouabri como una victoria militar, pero el GIA continuó en actividad.

«Aunque la eliminación de Zouabri constituyó un punto de inflexión en la guerra contra los radicales, aún decapitada la hidra terrorista sigue haciendo estragos», dijo el diario Le Soir.

Otro periódico, Le Matin, se preguntó si «el régimen puede cantar victoria cuando Zouabri es el séptimo líder de GIA asesinado (desde 1992), mientras el grupo sigue actuando».

La guerra civil y las protestas bereberes están vinculadas a la grave crisis económica y social del país. Pese a contar con vastas reservas de petróleo y gas natural, 22 por ciento de la población vive en la pobreza, el desempleo es de 30 por ciento y la deuda externa asciende a 23.000 millones de dólares.

La habilidad política de Bouteflika es reconocida incluso por sus adversarios. Político experimentado, fue canciller a los 25 años, lideró el Movimiento de países No Alineados y jugó un papel destacado en el ámbito africano e internacional.

Sin embargo, «en casi tres años ha sido incapaz de avanzar un centímetro en su programa electoral», sostuvo el diario francés Le Nouvel Observateur.

Al igual que sus predecesores, «Bouteflika es manipulado por los militares que se aprovechan de su reputación», aseguró el ex capitán Aboud, para quien el influyente ministro del Interior, general Larbi Belkhir, es el verdadero gobernante de Argelia. (FIN/IPS/tra-eng/na/sm/dc/ip/02

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