Las comunidades eclesiales de base, grupos de reflexión y acción de la Iglesia Católica de América Latina acusados en los años 70 y 80 de impulsar insurgencias, afrontan días difíciles en México, aunque sus promotores dicen que sólo es un momento de transición.
Observadores señalan que esas comunidades, que reúnen a sacerdotes y grupos sociales generalmente pobres con el fin de promover la reflexión religiosa, social y política y actuar en consecuencia, sobreviven en la actualidad gracias al entusiasmo de unos pocos.
El fin de la guerra fría, el surgimiento de gobiernos elegidos por la vía democrática y el cambio de corrientes en el Vaticano hicieron que estos grupos quedaran huérfanos, explicaron.
«Lo que hay es una transición, pero reconozco que ya no tenemos la fuerza de antes y que muchos obispos nos ven con recelo y hasta miedo», dijo IPS Julio Aretia, sacerdote jesuita que promueve las comunidades en la capital de México.
En la actualidad existen en este país menos de 5.000 de esos grupos, cuando en sus mejores años sumaban más de 10.000.
México y Brasil, los dos países con el mayor número de católicos de América Latina y el mundo, fueron en su momento ejemplos de la fuerza que llegaron a tener las comunidades eclesiales de base.
La Teología de la Liberación, el Concilio Vaticano II (1965) y las conferencias de obispos de América Latina, la realizada en la ciudad colombiana de Medellín en 1968 y en la mexicana Puebla en 1979, referentes teóricos de esos grupos, pasaron a segundo plano en el interior de la Iglesia de la mano del papa Juan Pablo II.
Las comunidades fueron relegadas desde que se inició el pontificado de Juan Pablo II y la Teología de la Liberación, corriente que promueve la lucha por la justicia social, recibió críticas del Vaticano.
Además, a algunos de sus principales promotores, como el teólogo brasileño Leonardo Boff, les fue retirado su permiso para ejercer el sacerdocio.
En la actualidad, «una parte considerable de nuestra Iglesia no cree en las organizaciones de base. La mayoría nunca creyó y las miró con prevención y sospecha», opinó el sacerdote Pedro Trigo, director del Centro de Investigación y Acción Social de la Compañía de Jesús (jesuitas) en Venezuela.
«Hay que decir que la mayoría de la Iglesia latinoamericana ha dado la espalda a Medellín, Puebla» y al Concilio Vaticano II, apuntó Trigo.
El documento final del Concilio Vaticano II, convocado por el papa Juan XIII en 1961 y finalizado por su sucesor Pablo VI en 1965, apuntó que «el porvenir está allí, en el llamamiento imperioso de los pueblos para una mayor justicia, en su voluntad de paz, en su sed, consciente o inconsciente, de una vida más elevada».
Siguiendo esa línea de reflexión, la Conferencia Episcopal de Medellín, a la que asistió Pablo VI, concluyó que es necesario «alentar y favorecer todos los esfuerzos del pueblo por crear y desarrollar sus propias organizaciones de base, por la reivindicación y consolidación de sus derechos y por la búsqueda de una verdadera justicia».
Las comunidades eclesiales de base son «fermento en la sociedad» y a través de ellas los católicos hacen «de su comunidad un signo de la presencia de Dios en el mundo», manifestaron los obispos en aquella cita.
Tras esos dictados, las comunidades se convirtieron en los años 70 y 80 en motores de cambio político en América Latina y en algunos casos, como en Nicaragua y en El Salvador, llegaron a vincularse a grupos guerrilleros de izquierda.
Sin embargo y aunque por lo general se mantuvieron como grupos pacíficos o de simple reflexión, varios de sus miembros fueron detenidos, torturados o desaparecidos por el hecho de exigir el fin de dictaduras y pedir justicia social.
Ahora «ya no hay dictaduras y el mundo ha cambiado, pero la pobreza sigue allí y las comunidades eclesiales de base continúan como el mejor ejemplo de una Iglesia viva, cercana al pueblo y promotora de la justicia», expresó Aretia.
Las comunidades promueven la reflexión sobre la realidad social y sus promotores creen que el ciudadano debe participar activamente de la democracia, explicó el sacerdote.
«Yo creo que muchos obispos tienen miedo hoy a la Teología de la Liberación, pero creo que eso se debe a su desconocimiento», apuntó.
Aretia, quine dirige una parroquia al sur de la capital mexicana, agregó que las comunidades de base viven un proceso de transición más que de crisis, y aseguró que «pronto recibirán nuevos aires».
La última vez que representantes de esos grupos de México se reunieron fue en octubre de 2000 y se aguarda que vuelvan a hacerlo en 2004 para definir estrategias de crecimiento y promoción.
Pero sus mejores promotores, como Samuel Ruiz, ex obispo del meridional estado mexicano de Chiapas, hoy ya no están para respaldar las comunidades y la mayoría de la jerarquía católica local no tiene ningún entusiasmo en apoyarlas. (FIN/IPS/dc/dm/cr/02