El creciente debate sobre el costo económico y social de la inmigración en Australia despierta el temor de un retorno a las políticas de inmigración discriminatorias, conocidas como «Australia blanca».
La necesidad de reintroducir restricciones inmigratorias se manifiesta cotidianamente en los medios de prensa, apoyada en el argumento de proteger al país del «terrorismo internacional», o con el trasfondo de los problemas económicos generados por los inmigrantes.
Siete por ciento de los 19 millones de habitantes son de origen asiático, y 11 por ciento profesan el budismo y el islamismo.
Desde 1901 hasta 1973, Australia sólo permitía la inmigración de personas que probaran tener antepasados europeos. La política de Australia blanca fue concebida para evitar lo que se conocía como el «peligro amarillo», es decir la masiva afluencia de población asiática, en particular china.
Siete por ciento de los 19 millones de habitantes son de origen asiático, mientras más de 90 por ciento son europeos.
«Australia blanca está muerta y enterrada. Sin embargo, bien podría ser reemplazada por una ley que restrinja la inmigración musulmana o una ley de 'Australia judeo-cristiana'», afirmó el director del Instituto Sydney, Gerard Henderson, en un artículo publicado en el diario The Australian.
Diplomáticos y políticos niegan esta posibilidad y señalan la clara derrota que padeció el racista Partido Nación Unica, de Pauline Hanson, en las elecciones de noviembre.
Pero, con el objetivo de atraer a los votantes de derecha a su Partido Liberal, la retórica electoral del primer ministro John Howard adoptó mucho de la plataforma de Nación Unica.
Howard fue inclusive más lejos al sugerir que podrían ser terroristas algunos de los inmigrantes indocumentados iraquíes y afganos, que llegaron en embarcaciones precarias hasta las costas australianas y fueron rechazados por el gobierno.
Varios respetados economistas, sociólogos y periodistas debaten en forma abierta los argumentos económicos que justifican la adopción de una política discriminatoria con los inmigrantes.
Ya que «ninguna comunidad puede funcionar en forma efectiva sin instituciones o valores comunes», debería examinarse la capacidad de los inmigrantes para ser parte de esos elementos, opinó Wolfgang Kasper, profesor emérito de economía en la Universidad de Nueva Gales del Sur.
Si bien todas las personas son iguales, cada una posee un profundo bagaje cultural e institucional, de mayor o menor valor para vivir en Australia, arguyó Kasper en un artículo publicado el mes pasado por la revista Quadrant.
«De los sistemas institucionales desarrollados por el hombre, probablemente el de la tradición de Medio Oriente sea uno de los más resistentes a aceptar nuevas reglas de juego. Esto no es consecuencia de la biología y la raza, sino del ambiente y la raza», sostuvo Kasper.
Esto significa que los inmigrantes de Medio Oriente pueden tener fricciones con los ciudadanos australianos, aseguró.
Por tanto, Kasper instó a reformar las medidas migratorias para incluir criterios de selección que puedan «medir la aptitud de los recién llegados para adaptarse a nuestra sociedad abierta».
Otra figura clave en este polémica es el ex secretario (ministro) del Tesoro y ex senador del Partido Nacional, John Stone, quien formaba parte del gobierno paralelo cuando Howard, entonces líder de la oposición, planteó la necesidad de restringir la inmigración asiática.
Stone, uno de los más firmes defensores de la propuesta de Howard, acaba de reclamar medidas para discriminar a los inmigrantes no por su orgien racial, sino por su cultura, en un artículo titulado «Sólo queremos a aquellos preparados a ser como nosotros», también publicado en The Australian.
«Los australianos deben repensar las estupideces que dominaron durante 20 años nuestras medidas migratorias y políticas de multiculturalismo», es decir «la no asimilación a la cultura mayoritaria», sostuvo Stone.
«La futura política inmigratoria no debería tener nada que ver con el color o la etnia de los inmigrantes», sino «con su capacidad y disposición a asimilarse a nuestra cultura, fundamentalmente judeo-cristiana», estimó.
«Las culturas no son todas iguales y seguir insistiendo en que lo son es ridículo y, desde los atentados terroristas del 11 de septiembre (en Nueva York y Washington), mucho más peligroso», opinó.
Henderson, del Instituto Sydney, discrepó de esa visión subrayando que los musulmanes han estado en el país desde 1860. Mientras la población islámica creció mucho en los últimos 20 años, la mayoría de ellos no son árabes, y la mayor parte de los inmigrantes árabes no son musulmanes, explicó Henderson.
«Es razonable esperar que los residentes australianos obedezcan nuestras leyes y respeten nuestras tradiciones pluralistas. Y este es el caso para la mayoría», estimó.
La polémica se disparó cuando el gobierno de Howard se negó a brindar asilo a refugiados afganos y árabes.
Sin embargo, las organizaciones civiles que intentan modificar la postura gubernamental pierden su tiempo, pues deberían dedicarse a cambiar las actitudes de la comunidad, opinó el ex comisario de Derechos Humanos e Igualdad de Oportunidades, Chris Sidoti.
«No creo que tengamos la respuesta sobre cómo desechar estos temores, pero ciertamente hemos perdido mucho tiempo intentando persuadir a este gobierno», sostuvo Sidoti durante la inauguración del Registro Australiano de Derechos Humanos, a principios de este mes.
El Registro acusó a las autoridades de someter a los refugiados a la violencia y de alentar la xenofobia con su política hacia los inmigrantes indocumentados.
Las manifestaciones de racismo contra aquellos que no se ajustan al estereotipo del «australiano típico» están creciendo, afirma un informe publicado este mes por la Comisión de Derechos Humanos e Igualdad de Oportunidades.
Desde los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos se incrementaron las denuncias de actos racistas contra todas las minorías étnicas, agregó el informe. (FIN/IPS/tra- eng/ks/ral/js/dc/hd pr/02