El presidente de Argentina, Eduardo Duhalde, anunció el fin de una alianza de décadas del poder político con el sector financiero y la creación de un nuevo modelo de desarrollo basado en el pacto entre el Estado y las empresas productivas nacionales.
«Los modelos exitosos en el mundo tienen muchos rasgos comunes, pero hay dos que no pueden faltar en ninguno: el primero es la defensa irrestricta de los intereses nacionales, y el segundo, la absoluta mancomunión entre sector público y privado», dijo el viernes Duhalde ante empresarios y sindicalistas.
El mandatario justicialista (peronista), designado el martes por la Asamblea Legislativa (reunión de las dos cámaras del Congreso), elogió a los países «exitosos» que defienden su propia producción.
Al respecto, recomendó a los consumidores revisar la procedencia de los productos antes de comprarlos, a fin de apoyar el trabajo argentino.
«Tenemos que despertar la conciencia nacional», exhortó Duhalde, en línea con la prédica del nuevo ministro de la Producción, José de Mendiguren, presidente de la Unión Industrial Argentina, quien suele destacar que las góndolas de los supermercados están repletas de productos importados, inclusive alimentos básicos.
De Mendiguren había señalado en la víspera la necesidad de sustituir las importaciones que forman parte de las compras del sector público, calculadas en total en 16.000 millones de dólares anuales.
Duhalde pronunció su descurso como preámbulo del anuncio formal de las medidas económicas que el congreso comenzará a tratar este mismo viernes y que consisten básicamente en la eliminación del régimen de libre convertibilidad del peso creado en 1991 y una devaluación en torno de 40 por ciento.
Además, se convertirán a pesos las deudas nominadas en dólares que no superen los 100.000 dólares, el combustible y los medicamentos tendrán precios tope, se pondrá fin a la dolarización de las tarifas de los servicios públicos, y el gobierno negociará un crédito del Fondo Monetario Internacional.
Las empresas privatizadas mantuvieron este viernes su presión sobre el gobierno para evitar la revisión de los contratos que les aseguraron durante una década la dolarización de sus tarifas y su indexación de acuerdo con la tasa de inflación de Estados Unidos.
La alteración de esas reglas de juego y la devaluación del peso, la moneda en pagan los usuarios, reducirán claramente las ganancias que esas compañías remitían a sus casas matrices en el exterior.
El gobierno considera inaceptable transferir a los usuarios aumentos de 40 por ciento o más en las facturas de agua, luz, teléfono o gas. Las empresas pretenden obtener entonces, como compensación, la conversión a pesos de sus deudas en dólares, o el recorte de las exigencias de inversión que también constan en los contratos, o recibir subsidios.
El sindicalista Víctor De Gennaro, del Congreso de Trabajadores Argentinos, dijo que Duhalde -con quien se reunió este viernes- le anunció que en Argentina «se terminó la rentabilidad financiera» que permitió la salida masiva de dólares para colocaciones especulativas.
De Gennaro aseguró además que 1.299 personas obtuvieron 48 por ciento de los créditos bancarios, sobre un total de 5,5 millones de deudores. A su juicio, esos clientes privilegiados del sistema financiero deben ser excluidos de la conversión de deudas de dólares a pesos.
Duhalde afirmó, como lo había hecho el martes, al ser designado presidente, que Argentina está en quiebra, como muchas de sus empresas, y admitió la responsabilidad de los dirigentes políticos en esa situación afligente.
También advirtió que, dada la gravedad de la crisis, «el escalón hacia abajo es un baño de sangre».
Frente a la inminente devaluación, que podría producirse el lunes, si el Congreso aprueba este fin de semana el proyecto del gobierno, el presidente pidió a los empresarios que tengan «mucho cuidado», en alusión a eventuales subas de precios que ya se están registrando.
Los precios aumentaron en supermercados y en otros comercios de venta de alimentos, en farmacias y tiendas de electrodomésticos. Pero el gobierno cree que esa tendencia será neutralizada por la recesión -que lleva ya 42 meses- el alto desempleo, y la falta de circulante por la retención de los depósitos en los bancos.
El fantasma de la hiperinflación, que azotó a este país a fines de los años 80 y principios de los 90, con un alza de precios promedio de cuatro dígitos al año, volvió a agitarse, aunque las condiciones actuales son muy diferentes. En aquel momento, el desempleo era de seis por ciento y ahora es de casi 19 por ciento.
«Sería suicida lanzarse a aumentar los precios», opinó un empresario textil de la firma «Adidas», al finalizar el discurso de Duhalde. Aludió así a la ola de saqueos y la revuelta popular que causaron casi 30 muertos y la renuncia el 20 de diciembre de Fernando de la Rúa a la presidencia.
Marcelo Ramos, un productor de publicidad, comentó a IPS que el fin de semana intentó comprar una escalera que costaba 140 pesos (todavía igual a dólares). El propietario de la ferretería se negó en un primer momento, arguyendo que la escalera era «importada» y temía no poder reponerla en caso de una devaluación.
En la hiperinflación de 1989, el comportamiento normal de los comerciantes era «remarcar» el precio en las narices del consumidor, según el porcentaje de devaluación, una conducta que en los momentos de mayor tensión provocó una ola de saqueos. Pero ahora, las condiciones son otras, y el consumidor puede utilizarlas a su favor.
El dueño de la ferretería no aceptaba la tarjeta de crédito ni los cheques de Ramos, y se negaba a venderle el artículo solicitado. Entonces éste le dijo que compraría la escalera en un hipermercado. Ante la alternativa de quedarse sin la venta, el propietario del comercio aceptó la transacción.
Algunos consumidores informaron que no pudieron comprar medicamentos en las farmacias, aunque no en todos los casos la razón fue la especulación ante la eventual alza de precios. La falta de dinero en efectivo de los clientes, y las demoras de los servicios de salud en pagar los descuentos ofrecidos a los pacientes, complican las ventas.
Duhalde destacó que en Chile o en Brasil, las devaluaciones no son seguidas de una corrida de precios. «Nosotros (los argentinos) somos los menos nacionalistas, los menos patriotas», criticó, y prometió que hablará con los dueños de supermercados y las cámaras de comercio para evitar efectos negativos de una devaluación.
«Estoy absolutamente convencido de que esto va a ser exitoso», confió Duhalde. «Soy un presidente de la transición, no compito con nadie», aclaró, para disipar sospechas de demagogia. «Sé que milagros no hay, pero voy a dejar a mi sucesor una Argentina caminando, ordenada y en marcha», aseguró. (FIN/IPS/mv/ff/ip if/02