El anuncio de la represión en Pakistán de grupos radicales islámicos enemigos de India fue el giro político más importante del país desde 1977, cuando comenzó su proceso de «islamización».
El presidente militar Pervez Musharraf prohibió el sábado las actividades de organizaciones armadas que desde bases en Pakistán atacan el sector indio de la dividida Cachemira. El gobierno de India había acusado a dos de esos grupos de organizar y perpetrar el atentado contra el parlamento indio del 13 de diciembre.
Musharraf dijo que su apoyo moral a la causa de los independentistas cachemiros no implicará tolerar sus acciones desde Pakistán, y prohibió la actividad de varios grupos extremistas.
Esta vuelta en U de la política pakistaní podría tener efectos muy positivos para este país y su gente.
En 1977, luego de dar un golpe militar, el general Zia ul Haq intentó renovar la imagen ideológica de Pakistán y hacerla compatible con las prioridades domésticas y de política exterior de aquel entonces.
Zia se embarcó en una «islamización cosmética» motivada por factores domésticos (para aprovechar la oposición musulmana a Zulfikar Ali Bhutto, a quien había derrocado en julio) e internacionales.
Pakistán y Estados Unidos participaron de una «guerra santa» en Afganistán contra la Unión Soviética a partir de 1979, el mismo año en que Zulfikar Alí Bhutto fue ejecutado en la horca.
Paradojalmente, 25 años después, ese edificio erigido por un régimen militar fue derrumbado ladrillo a ladrillo por otro régimen militar.
El actual gobierno intenta reinstaurar la imagen de un Pakistán progresista y pluralista, al igual que el fundador de este país, Muhammed Alí Jinnah.
Antes del discurso del sábado, India había puesto a Pakistán contra las cuerdas. Nueva Delhi sostuvo que el atentado contra el parlamento indio fue cometido por grupos vinculados con Islamabad, y tras esa acusación se produjo una escalada militar en la frontera cachemira entre ambos países.
India casi había subordinado la decisión entre la guerra o la paz para los 1.200 millones de habitantes de Asia meridional al discurso de Musharraf.
El presidente pakistaní debió tomar decisiones muy difíciles, tomando en cuenta las suceptibilidades de diferentes grupos de electores.
Por un lado, debía calmar a India sin capitular y atender las preocupaciones de la comunidad internacional, en especial las expresadas por Washington respecto del «extremismo y el terrorismo».
Por otro lado, debía aplacar a los pakistaníes opuestos a la contemporización con India y adoptar una posición acorde con la dignidad y los intereses nacionales.
Musharraf logró todo eso en su discurso de 62 minutos. Dijo «no» al pedido de extradición de Nueva Delhi de 20 supuestos terroristas y denunció «el terrorismo de Estado y las violaciones a los derechos humanos» por parte del gobierno indio en Cachemira.
El presidente preservó la antigua política nacional sobre Cachemira y evocó ante la nación la emotiva fórmula de «Cachemira corre en nuestra sangre».
La parte de Cachemira controlada por india es disputada por ambos países desde hace más de medio siglo. La disputa se relaciona con el hecho de que la mayoría de la población de Cachemira es musulmana, como la de Pakistán, y no desea integrar India, donde la mayoría de la población es hindú.
El discurso de Musharraf finalizó con un enfoque doméstico, e India fue mencionada casi al pasar.
Nueva Delhi, en lugar de responder de inmediato, esperó un día para expresar una «cauta aprobación» a través del canciller Jaswant Singh, en conferencia de prensa.
Para ese entonces, la mayoría de los países occidentales, incluidos Estados Unidos y la Unión Europea, además de Moscú, habían expresado su respaldo a la iniciativa de Musharraf, a la que calificaron de «audaz y valiente».
India y Pakistán enfrentan diversos riesgos y presiones. En primer lugar, esta es la segunda vez que ambos rivales casi se enfrentan en guerra desde que hicieron pública su condición de potencias nucleares, en mayo de 1998.
En el verano boreal de 1999, ambos países chocaron en la zona montañosa de Kargil tras la infiltración de mujaidines pakistaníes en la parte india de Cachemira. El conflicto no se transformó en una guerra abierta gracias a la intervención diplomática de Estados Unidos, en julio de ese año.
En segundo lugar, aunque India y Pakistán están del lado de Estados Unidos en la «guerra contra el terrorismo», el ambiente internacional es hoy más favorable a India que en 1999, dados los prejuicios contra los musulmanes y su identificación con el terrorismo.
Finalmente, tanto Nueva Delhi como Islamabad enfrentan crecientes presiones domésticas: Nueva Delhi por las elecciones en marzo en su mayor estado, Uttar Pradesh, e Islamabad por la oposición de grupos religiosos de derecha a las políticas gubernamentales.
Cualquier impresión de rendición ante la presión sería perjudicial para ambos gobiernos.
La principal lección es que la mediación de un tercero, trátese de Estados Unidos o de las Naciones Unidas, sería decisiva para promover el diálogo y asegurar la paz en Asia meridional. (FIN/IPS/tra-en/mh/js/mlm/ip/02