El gobierno de India está decidido a adaptar toda su capacidad nuclear a armas desplegables en el terreno, tras el ensayo de su misil de corto alcance Agni, que significó una nueva provocación para su vecino y rival Pakistán.
Nueva Delhi rechazó de plano una propuesta del gobernante militar de Pakistán, Pervez Musharraf, para trabajar en favor de la eliminación de armas nucleares en Asia meridional.
Musharraf efectuó su oferta dos días antes de la prueba de vuelo del misil Agni, cuando también propuso un pacto de no agresión entre ambos estados.
El gobierno de Atal Bihari Vajpayee declinó ambas propuestas el viernes, el mismo día del ensayo misilístico.
La nueva versión del misil balístico Agni tiene un alcance de 700 kilómetros, menos que sus predecesores el Agni-I, que puede cubrir 1.500 kilómetros, y el Agni-II, que llega a 2.000 kilómetros.
En cambio, el nuevo modelo tiene una mayor precisión, es mucho más liviano y puede transportarse por carretera o vías férreas. Utiliza combustible sólido, una gran ventaja con respecto a los modelos anteriores a combustible líquido, que requiere un largo proceso de carga y tiene efectos corrosivos.
El misil también ayuda a cerrar la brecha entre el proceso de fabricación y ensayo de armas nucleares y la etapa de introducción en las Fuerzas Armadas y posterior despliegue.
India está construyendo un centro de control y comando nuclear subterráneo, con un costo de 300 millones de dólares, mientras procura obtener dos submarinos nucleares de Rusia.
Dos submarinos rusos Project-971 multipropósito serán arrendados por India en 2004, con el fin de destinarlos al océano Indico, para «equilibrar» la creciente presencia de China en la zona, aseguró el diario ruso Novye Izvestia.
Se trata de una medida significativa, ante el reiterado fracaso de un proyecto nacional para desarrollar submarinos nucleares, aunque no nueva. En 1988, India alquiló por tres años un submarino nuclear a la entonces Unión Soviética.
Los submarinos a energía atómica pueden permanecer sumergidos hasta un año, lo cual les otorga una gran capacidad de sorpresa, una valiosa característica en la teoría de la disuasión nuclear.
En este contexto, el ofrecimiento de Musharraf ameritó una breve respuesta de Nueva Delhi. «Las armas nucleares deberían prohibirse en todo el mundo. Liberar de armas nucleares a India y Pakistán no tiene sentido», sostuvo un comunicado gubernamental.
Los planteos de Musharraf «no son nada nuevos», e Islamabad debería dedicarse a poner fin a «su terrorismo transfronterizo y guerra por poder», concluyó el comunicado.
El gobierno de Vajpayee manifestó así su clara oposición a la contención nuclear, del mismo modo que se niega a retirar su despliegue militar sin precedentes en la frontera con Pakistán.
Casi un millón de soldados indios y pakistaníes fuertemente armados permanecen a ambos lados de la frontera, como consecuencia de una escalada desatada tras el ataque suicida contra el parlamento de India, el 13 de diciembre, que Nueva Delhi adjudicó a grupos terroristas apoyados por Islamabad.
Se trata de la concentración de fuerzas más grande en la conflictiva historia de las relaciones bilaterales.
India reiteró que no moverá a sus soldados hasta que «Musharraf tome medidas efectivas contra los terroristas», 20 de los cuales reclama a Pakistán para juzgarlos en su territorio.
Islamabad enfrenta una creciente presión, no sólo de India, sino de Estados Unidos, para que corte sus vínculos con los militantes «jihadistas» (partidarios de la jihad, o guerra santa), que operan en la región septentrional de Cachemira, disputada desde 1947 por ambos estados.
La retórica bélica, trasladada en los últimos días al arsenal nuclear, agravó la confrontación.
Esta es la segunda oportunidad en que Musharraf propone eliminar las armas nucleares en Asia meridional, en cooperación con India y otras potencias.
En septiembre de 2000, el mandatario pakistaní propuso la creación de una zona libre de armas atómicas en Asia meridional, en un discurso pronunciado ante la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas.
En las últimas tres semanas, varios dirigentes políticos y jerarcas militares advirtieron a Pakistán que podría ser «eliminado» por ataques nucleares.
El jefe del Ejército, S. Padmanabhan, advirtió el 11 de este mes que su fuerza estaba «lista» para la guerra, y que India castigaría severamente a cualquier estado «lo bastante loco para usar armas nucleares contra uno de nuestros blancos».
«El perpetrador será castigado de tal modo que su propia existencia estará en duda», agregó Padmanabhan.
Aunque el ministro de Defensa, George Fernandes, se apresuró a suavizar esas declaraciones, él mismo dijo unos días antes que India podía «absorber» un primer ataque nuclear y responderlo.
Tales pronunciamientos sólo agregan leña al fuego. Durante el conflicto no declarado de 1999 en Kargil, Cachemira, ambos países intercambiaron 13 amenazas de ataque nuclear.
Pero el peligro de una guerra nuclear es ahora mucho más grave que el de Kargil, y que cualquiera de los vividos desde la crisis de los misiles de Cuba, en 1962.
Ninguna de las partes quiere ceder en primer lugar, y ambas intentan obtener la mayor ventaja política y militar, cortejando a Estados Unidos e intentando que actúe como un mediador eficaz. (FIN/IPS/tra-eng/pb/js/dc/ip/02