La diversidad es fundamento del Foro Social Mundial, que entre el jueves y el 5 de febrero convertirá por segunda vez a la meridional ciudad brasileña de Porto Alegre en una babel de delegados de todo el mundo, cargados de reclamos y de propuestas de cambios globales.
Ese carácter variado complica la tarea de quienes ambicionan reagrupar las fuerzas de izquierda a través de estos encuentros anuales iniciados en 2001 como contrapunto al Foro Económico Mundial de Davos, que cada año reúne banqueros, empresarios y autoridades financieras.
Las mismas cifras del segundo Foro Social Mundial (FSM) dan una medida de la dispersión, ya que participan unas 3.500 organizaciones no gubernamentales, sociales y grupos de todo el mundo, con 19.000 representantes preinscriptos, superando el límite de 12.000 fijado por la comisión organizadora.
Los organizadores esperan la presencia de 50.000 personas en las 24 conferencias y 800 seminarios o talleres del FSM, además de otras miles en los foros paralelos específicos de autoridades locales, de jóvenes, jueces, cineastas, ambientalistas, parlamentarios e incluso de niños.
El foro de Porto Alegre convoca multitudes de intereses heterogéneos, paralelos y a veces en conflicto, por lo cual articular todo eso es un reto que parece imposible a corto plazo.
Se trata de ordenar un universo cuyo «big-bang» original ocurrió en la década del 60, o en 1968 para los que exigen un hito simbólico más preciso. Hasta entonces era posible unir amplios sectores de la población en base a intereses nacionales y a la lucha de clases.
Las relaciones y disputas entre capital y trabajo eran determinantes para el bienestar social, y el sindicalismo era el instrumento principal o exclusivo de lucha por avances sociales.
En los años 60 hubo una explosión de reclamos específicos, con la irrupción de movimientos de bases sociales y objetivos muy variados, desde el feminista, a los étnicos de distintos colores, los ambientalistas, el pacifismo y las nuevas corrientes culturales y religiosas.
En esa época se dio lo que se puede llamar revolución de la diversidad, que tiene una expresión en la proliferación actual de organizaciones no gubernamentales.
Los partidos y sindicatos hoy ya no logran responder a tantas cuestiones, que pueden ser locales o planetarias, vinculadas a relaciones de género o étnicas, amenazas ambientales o financieras.
Paralelamente a la multiplicación de los actores, el sindicalismo perdió fuerza por otro proceso de las últimas décadas, la fragmentación del mundo del trabajo ante un movimiento inverso del capital, que se concentró en grandes bancos y empresas nacionales o transnacionales.
La tercerización de tareas, el desempleo y la ocupación informal dispersaron a los trabajadores, reduciendo la capacidad de lucha de los sindicatos, que por naturaleza tienen su base de apoyo en los empleados formales de la economía y defienden sus intereses.
En muchos puntos, los intereses del sindicalismo no coinciden, incluso se chocan, con los del feminismo, que amplió la población activa y por lo tanto el desempleo, y con el ambientalismo, que bloquea inversiones y la creación de nuevos empleos.
El FSM lleva al extremo la dilución del poder sindical, así como de los partidos de izquierda, al no concederles ningún tratamiento especial en medio de miles de organizaciones no gubernamentales. Son los intelectuales invitados a exponer los únicos que se destacan por los minutos de voz a que tienen derecho.
El intento de superar la dispersión y darle alguna orientación más unitaria al FSM, para mayor eficacia política, no parece factible a corto plazo.
El mantenimiento de «la diversidad y la pluralidad» fue defendido por Vía Campesina, organización mundial de los pequeños agricultores y trabajadores rurales, en un comunicado divulgado el 21 de este mes y en el cual manifestó «preocupaciones» por «una tendencia a la institucionalización de este Foro».
El FSM debe seguir como «plataforma abierta», donde «las organizaciones puedan participar activa y libremente para proponer alternativas», sostuvo el grupo.
Vía Campesina defiende las semillas como patrimonio común de la humanidad, rechaza las siembras transgénicas y la exportación de alimentos, mientras la población nacional sufre el hambre.
El rechazo a la «globalización neoliberal» parece consensual entre los participantes del movimiento que muchos llaman «antiglobalización».
El sociólogo portugués Boaventura de Souza Santos, considerado uno de sus ideólogos, prefiere hablar de «globalización alternativa», ya que el mismo FSM es global.
El foro y las actividades colaterales iniciadas el lunes sumarán nueve días de intensas discusiones. La multiplicidad de asuntos y posiciones dificultan identificar propuestas que podrán servir de eje al «otro mundo posible» que el FSM se propone diseñar.
Los avances, respetando la diversidad, serán necesariamente lentos y se trata apenas del segundo encuentro de este tipo, creado por el movimiento iniciado con las masivas manifestaciones contra las instituciones consideradas instrumentos del neoliberalismo, como el Fondo Monetario Interancional, el Foro de Davos y la Organización Mundial de Comercio. (FIN/IPS/mo/dm/dv/02