La dignidad del trabajo doméstico remunerado es casi inexistente en Asia sudoriental, donde cientos de miles de mujeres emigrantes son a la vez niñeras, cocineras y mucamas, y reciben a cambio explotación e indiferencia.
«Prohibida la entrada a empleadas domésticas y mascotas» era una frecuente advertencia a la entrada de los clubes sociales de Hong Kong, Singapur y Malasia.
Aunque este tipo de mensajes ya no es común, algunas empleadas domésticas aún viven en condiciones similares a la servidumbre, aisladas de la sociedad y tolerando contratos con más deberes que derechos, fijados por las agencias de empleo.
Muchas mujeres trabajan 16 horas por día, ocho en la casa para la que fueron contratadas y otras tantas la de algún miembro de la familia extendida.
Algunas no tienen habitación propia y duermen en la sala o en el cuarto de lavado, dijo Lai Poh Chin, profesor de la Universidad de Hong Kong, que desde 1993 colaboró con cuatro empleadas domésticas filipinas.
Las noticias de empleadas sometidas a abusos que abandonan su trabajo son frecuentes en la prensa de los países asiáticos que reciben un gran flujo de trabajadoras migrantes.
«Nuestros empleadores desprecian a quienes los ayudamos», dijo Ninfa Loredo, fundadora en Hong Kong de la Asociación Iloilo, nombre de una provincia central de Filipinas, dedicada a fortalecer los derechos de las trabajadoras filipinas en la isla.
La organización brinda refugio a quienes con frecuencia se debaten entre un ingreso seguro en el extranjero y la nostalgia, la discriminación social y la falta de afecto.
Muchas se deprimen al saber que sus esposos reanudaron su vida amorosa en Filipinas, y a menudo se vuelcan a vínculos temporales con filipinos que llegan al puerto de Hong Kong.
Según las leyes de varios países asiáticos, las trabajadoras extranjeras son deportadas si quedan embarazadas, y éste suele ser el fin de la experiencia laboral, explicó Loredo.
Malasia, Singapur y Hong Kong no firmaron la Convención de las Naciones Unidas para la Protección de los Trabajadores Migrantes y sus Familiares, establecida en 1991, que equipara los derechos laborales de extranjeros y nacionales.
En Hong Kong residen más de 100.000 mujeres emigrantes de la región, mientras decenas de miles viven en Malasia y Singapur.
La actitud de empleadores y empleadoras ante la situación de quienes viven durante años o décadas en un hogar extraño puede modificar radicalmente la calidad de vida de estas mujeres.
Algunos países, como Singapur —que registró muchas denuncias judiciales por violencia física— han establecido cursos de información para empleadores sobre el adecuado tratamiento del personal doméstico.
Es fácil para quienes las emplean pensar en las mucamas sólo en términos de trabajo, aunque vivan en la misma casa, críen a sus hijos e hijas y hasta compartan los viajes familiares. Más difícil es verlas como personas con necesidades propias.
Esther Tan, empleada bancaria que tuvo dos ayudantes domésticas, una de ellas de Indonesia, dijo que suelen guardar silencio sobre sus sentimientos y necesidades, porque «no consideran a sus empleadores personas confiables».
«La empleadora debe demostrar a las trabajadoras que son bienvenidas como personas, cuya profesión es dedicarse a las labores del hogar, pero con derecho a ser respetadas», sostuvo la directora en Malasia de la organización Foco en la Familia, con sede en Estados Unidos, Lee Wee Min.
Happy Lim, esposa de un empleado bancario malasio, contrató en los últimos 14 años a dos trabajadoras filipinas con las que su familia compartió la mesa, y que «se ocuparon casi por completo de la casa».
Con el tiempo, Lim conoció y comprendió a sus empleadas. «A veces, después de recibir cartas de su familia en Filipinas, se ponen melancólicas, entonces les digo a los niños que las dejen a solas y comprendan que extrañan su hogar», relató.
Pocas veces las empleadoras tienen tiempo para el personal doméstico, tras una jornada laboral 12 horas en el ámbito empresarial o profesional.
«Todas las noches sólo tengo dos horas con los niños, para revisar su tarea escolar, hablar con ellos y cenar. A veces me tengo que ocupar de otros familiares y del trabajo de la oficina. Francamente, casi nunca tengo tiempo para la empleada», dijo Tan.
«Mi forma de acercame a ella es iniciar una conversación cuando ambas estamos en la cocina, y comprender su estilo de vida y la situación de su familia en Indonesia», agregó.
El trabajo en un hogar ajeno da características especiales al espacio laboral. No es extraño que en los conflictos entre los esposos o entre padres e hijos «la situación se descontrole y recaiga en la persona más vulnerable de la casa, generalmente la empleada», admitió Lee.
Mientras tanto, las deprimidas economías de Filipinas e Indonesia continúan alimentando la migración de trabajadores en busca de mejores oportunidades de empleo.
«Culpamos al gobierno» de la odisea de centenares de miles de filipinas que trabajan en el extranjero, concluyó Loredo. (FIN/IPS/tra-en/el/js/lp-dc/lb hd/02