La antropóloga y cantante María Rosa Salas y el guitarrista Walter Humala sumaron su arte al mensaje que el más popular de los escritores peruanos, José María Arguedas, grabó el 22 de noviembre de 1969, seis días antes de suicidarse.
El público que asistió a la presentación en Lima del material se estremeció ante el escenario casi vacío, sólo ocupado por una silla en la que reposaba un reproductor de audio del que emergía la voz doliente y quebrada del novelista cantando en quechua una canción indígena.
La grabación contenida en ese casete original fue presentada el 18 de este mes en el Instituto Cultural de la Pontificia Universidad Católica, en ocasión del lanzamiento del disco «Arguedas, canto y herencia», uno de los acontecimientos artísticos más importantes en Lima en los últimos meses.
Arguedas, nacido en 1911 en la pequeña ciudad andina de Andahuaylas, es considerado por la mayoría de los peruanos como el escritor más importante y representativo del país, mientras Mario Vargas Llosa es reconocido como el de mayor reputación internacional.
«Ambos son antinómicos. Vargas Llosa, naturalizado español y neoliberal, considera el indigenismo como una utopía arcaica y culpable del subdesarrollo, mientras que Arguedas, culturalmente indígena, es indispensable para comprender Perú», comentó el poeta Roberto Falla.
Arguedas, hijo de un abogado de Andahuaylas, fue criado por las sirvientas indígenas de su madrastra y aprendió a hablar quechua antes que español.
Luego estudió antropología y su filiación izquierdista le costó dos años de prisión durante la dictadura del general Oscar Benavides (1933-1939).
El escritor, quien ocupó la dirección de la Casa de la Cultura y del Museo de la Nación, es una figura de referencia obligada para examinar las raíces culturales de Perú.
«Sus novelas «Yawar fiesta», «La agonía de Rasu Ñiti» y «Todas las sangres» presentan el conflicto entre la cultura andina y la ideología occidental que prevalece a través del oficial idioma castellano, la lengua del conquistador extranjero», comentó el historiador Rodrigo Montoya.
Arguedas fue también folclorista, recopilador de canciones rurales de las serranías andinas y autor de una selección de poemas, mitos, leyendas y narraciones quechuas.
«Aprendió a cantar como los campesinos de las comunidades indígenas de Puquio o Huancavelica, que suelen entonar coplas con rápido ritmo, cortando las estrofas abruptamente con un quiebre de voz», explicó la periodista Doris Bayly.
Uno de sus biógrafos, Guillermo Rochabrum, consigna en un ensayo que en una conferencia en la facultad de Antropología, en México, Arguedas se puso a cantar una copla en quechua para ilustrar sus vivencias infantiles ante un auditorio fascinado por el mundo andino que describía.
«Canté 'Saruykuy', la melodía de una danza en la trilla. No recuerdo como comencé a entonar el Saruykuy, de pronto me di cuenta que una voz cantaba en medio del silencio, y era la mía (…) Callé un poco avergonzado y la sala estalló en aplausos», narraba entonces Arguedas.
El disco presentado este mes en Lima, producido por la Universidad Católica, resalta la importancia de la labor de Arguedas como folclorista.
La obra incluye las voces del escritor fallecido y de su alumna María Rosa Salas, cantando a dúo, a las que se le incorporó, mediante un artificio electrónico, la guitarra del cantautor andino Walter Humala.
La grabación que dio origen al disco fue realizada durante las lecciones de canto en idioma quechua que Arguedas le impartió a la ahora antropóloga Salas, hija de un amigo suyo y por entonces joven estudiante de música.
«Yo conocí a Arguedas en Santiago de Chile, donde viajé a estudiar música. Era el compañero de Sibila Arredondo, secretaria de (la escritora chilena) Gabriela Mistral y bibliotecaria de la Universidad de Chile. Yo tenía 16 años y él, ya un escritor consagrado, me trató como un pariente», narró Salas.
«Llevé una flauta dulce, para mostrarle que sabía tocar algunas piezas andinas, y él me dijo que debía tocarlas con una quena, el instrumento autóctono», añadió.
«Entonces comenzó a enseñarme a cantar como lo hacen las mujeres de Ayacucho, en quechua (…) Después dejé de verlo, pues fui a Londres a continuar mis estudios de música. Regresé a Perú en 1969, un día lo encontré en la calle, le dije que había estudiado música no occidental y me invitó a visitarlo», dijo.
Salas comentó que fue a verlo con su hijo Diego y el pintor Jesús Ruiz Durand.
«Vamos a repasar las canciones que te enseñé en Chile», le señaló Arguedas. «Y yo canté, a veces con errores y él me corregía. El mismo, en su grabadora, registró las canciones y al final me dio el casete para que las aprendiera», precisó.
«Otro día volveremos a cantar, me dijo. Pero ese día no ocurrió nunca, pues seis días después se disparó y se hirió de muerte. Nunca sabré si esa tarde de canciones fue una despedida, pues cantó con acentos muy estremecidos» expresó la antropóloga y cantante.
Salas explicó que al enterarse de su muerte quedó catatónica, guardó la grabación, abandonó el canto y estudió antropología, pero «30 años después de su muerte, en una conferencia homenaje en una universidad, hice oír el casete y ante la acogida decidí editar un disco con la voz de Arguedas».
«Durante meses busqué el acompañamiento adecuado. No conocía a Humala, pero cuando escuché una grabación suya, me di cuenta que era el acompañamiento justo y llamé a todos los Humala de la guía telefónica hasta ubicarlo», contó.
«Resultó que había nacido en la misma región que Arguedas, quien también había estudiado antropología, en Chile, de donde debió huir por el golpe (de Estado) de (Augusto) Pinochet», apuntó.
Salas dijo que ahora, con este homenaje a Arguedas, retorno a la música y seguiré cantando, como él quería». (FIN/IPS/al/dm/cr/02