La guerra de Afganistán confirmó en 2001 que la religión vuelve a ser en la actualidad un factor clave de las percepciones y políticas en el terreno internacional, y que ese fenómeno perjudica en especial al Islam.
Teóricos e ideólogos de Occidente ven cada vez más a los musulmanes y a su religión como partes de un problema que debe ser resuelto con medios militares.
La revista estadounidense Newsweek publicó el mes pasado dos interesantes ensayos en la materia.
El académico estadounidense Samuel Huntington, autor en 1993 de la popular y polémica tesis sobre un inevitable «choque de civilizaciones» entre Occidente y el Islam, afirmó que el actual ingreso a una «era de guerras musulmanas» puede conducir a ese choque total.
El indoestadounidense Fareed Zakaria, editor internacional de Newsweek, sostuvo a su vez que «el radicalismo político islámico» es una «doctrina armada», como lo era la Revolución Francesa según el político británico Edmund Burke (1729-1797), sobre la cual es «realmente esencial lograr una victoria militar».
Las acciones de Estados Unidos y otras potencias occidentales muestran que perciben al Islam o a los musulmanes como un problema, aunque aleguen lo contrario.
Ese punto de vista no es nuevo. Su última revitalización en el siglo XX se produjo tras hechos clave en 1979, un año tan crucial como lo fueron 1971, por el acercamiento diplomático de Estados Unidos a China, 1989, por la caída del Muro de Berlín, o 1998, por la nuclearización de Asia Meridional.
En 1979 se produjo la invasión soviética de Afganistán, para frenar a guerrilleros islámicos que combatían contra el régimen comunista de Kabul, y comenzó una fuerte campaña internacional contra la «bomba islámica» de Pakistán.
Ese año, tras los acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel, con mediación de Washington, diplomáticos estadounidenses fueron rehenes de revolucionarios islámicos en Teherán, y disidentes de Arabia Saudita se tomaron la mezquita de La Meca, de la cual fueron desalojados por fuerzas de seguridad.
Tales acontecimientos destacaron el papel del Islam como factor de movilización política de los musulmanes, y fueron seguidos por la creación de la Fuerza de Despliegue Rápido estadounidense, concentrada en el Golfo.
Esa fuerza prefiguró el actual comando militar estadounidense para una vasta región con predominio musulmán, desde Marruecos a Pakistán, que se hizo cargo en gran medida de la campaña en Afganistán.
2001 también fue crucial para el Islam y los musulmanes, que estuvieron en el centro del escenario político internacional, aunque haya sido en gran medida como blanco de ataques. Los acontecimientos del año pasado deben examinarse a la luz de tres datos básicos.
En primer lugar, todos los objetivos atacados o potenciales de la «guerra contra el terrorismo», lanzada por Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, han resultado ser musulmanes.
Entre ellos hay grupos que no amenazan en forma directa vidas, propiedades o intereses estadounidenses, por ejemplo insurgentes independentistas de Chechenia y Cachemira.
En cambio, insurgentes como los Tigres por la Liberación de la Patria Tamil, el Ejército Republicano Irlandés (IRA, por sus siglas en inglés) o Euskadi Ta Askatasuna, que combaten en Sri Lanka, Gran Bretaña y España, respectivamente, no son blancos de Washington, aunque a menudo se les han calificado de terroristas.
En segundo lugar, Occidente ni siquiera confía por completo en los países musulmanes que son aliados clave de Washington en la campaña antiterrorista, como Pakistán, Arabia Saudita y aun Turquía.
Se han reiterado acusaciones contra Pakistán por su presunto apoyo al movimiento Talibán, que controlaba la mayor parte de Afganistán, después de que Islamabad se unió a la coalición que determinó su derrota, e informes periodísticos sobre el riesgo de que el arsenal nuclear pakistaní «caiga en manos de fundamentalistas islámicos».
También se acusa a Arabia Saudita de no cooperar en forma plena con la «guerra contra el terrorismo», y Turquía, que envió a Afganistán 90 especialistas en guerra de guerrillas para contribuir a la lucha contra el Talibán, no es aceptada en la actualidad como candidata a integrar la Unión Europea.
Eso se debe a la oposición turca a que el próximo blanco estadounidense sea Iraq.
En tercer lugar, las etiquetas de «radicalismo político islámico» y «doctrina armada» no corresponden a una doctrina adoptada o promovida por algún Estado musulmán.
El gobierno de Estados Unidos ni siquiera ha sostenido que el saudita Osama bin Laden, a quien considera responsable de los ataques del 11 de septiembre, y su organización Al Qaeda (La Base) reciban apoyo de algún Estado.
Los métodos detectados de Al Qaeda para reunir donaciones y otras formas de apoyo son similares a los empleados por el IRA en Estados Unidos y por los Tigres de Tamil en Europa.
Estados Unidos y otras potencias occidentales deberían analizar con cuidado las causas de la inestabilidad y la violencia en el mundo musulmán, antes de embarcarse en un peligroso ejercicio de futilidad, al combatir contra demonios conjurados por ideólogos en busca de un «nuevo enemigo».
Las raíces del problema en Palestina, Cachemira o Chechenia están en la ocupación extranjera, rechazada históricamente por la poblaciones de esos territorios.
Por otra parte, la incapacidad del mundo musulmán para asumir una posición común ante cuestiones que lo afectan, y actuar en consecuencia, es una causa principal de que hoy esté sumido en el temor al poderío militar de Estados Unidos y sus aliados, entre ellos Rusia, Israel e incluso India.
Durante la guerra entre árabes e israelíes de 1973, los países musulmanes fueron capaces de unirse para privar de petróleo a las naciones que apoyaran a Israel.
La cohesión del Islam aumentó en la Cumbre de Lahore, realizada en abril de 1974 en esa nororiental ciudad pakistaní, donde se reconoció por primera vez a la Organización para la Liberación de Palestina como «única representante legítima del pueblo palestino».
Luego, las invasiones iraquíes a Irán y a Kuwait implicaron graves conflictos entre los países musulmanes. La unidad de los integrantes del Islam y sus fuerzas propias se debilitaron, a medida que aumentaba su dependencia de aliados no musulmanes.
El ejercicio arrogante del poder, una rigidez cercana a la estupidez y la incapacidad de entender la dinámica contemporánea de la política internacional por parte de los regímenes musulmanes han tenido consecuencias muy perjudiciales para los intereses del Islam, entre ellas el aislamiento.
En la actualidad, los países musulmanes afrontan en soledad las presiones externas, como lo ha aprendido Pakistán tras el ataque del 13 de diciembre contra el parlamento indio, del cual Nueva Delhi acusa a organizaciones pakistaníes. (FIN/IPS/tra- eng/mh/js/mp/ip/01