El problema de Cachemira consiste en que India tiene esa región fronteriza y Pakistán tiene el problema, según un chiste popular en la capital india, que por motivos comprensibles no es del agrado de Islamabad.
Muchos pakistaníes piensan que esa descripción en broma de un grave contencioso va a hacerse cierta en forma permanente, tras el fin del conflicto en Afganistán y el establecimiento de un gobierno afgano interino muy conveniente para Nueva Delhi.
Mientras se desarrollaba en Afganistán la ofensiva de Estados Unidos y sus aliados, analistas políticos indios y pakistaníes se miraban con recelo, a la espera de señales de beneplácito o reprobación hacia sus países por parte de Washington.
Tras el ataque suicida del jueves contra el parlamento indio perpetrado por extremistas islámicos, el primer ministro Atal Bihari Vajpayee anunció con confianza que la lucha de 12 años contra grupos armados terminará pronto con éxito, y su alegato fue convincente para muchos expertos.
El canciller indio, Jaswant Singh, acusó el viernes del atentado a organizaciones islámicas con bases en Pakistán, y pidió en forma oficial a Islamabad que arrestara a los dirigentes de dos de ellos, Lashkar-e-Toiba (Soldados de Dios) y Jaish-e-Mohammed (Ejército de Dios).
El ministro del Interior, Lal Krishna Advani, había advertido antes que India tomaría represalias contra quienes planearon el ataque, «sean quienes sean y estén donde estén».
Advani, del gobernante y derechista Partido Bharatiya Janata (BJP, por sus siglas en inglés), buscó aprovechar las actuales tendencias de la diplomacia internacional, que identifican como nuevos parias del mundo a los países que parecen tener demasiada afinidad con los extremistas islámicos.
Tras el atantado, integrantes del BJP pidieron en el parlamento una ofensiva contra las bases de militantes islámicos en zona pakistaní de Cachemira.
«Que el pueblo cachemiro decida su propio futuro», dijo Vajpayee, al anunciar la elección de asambleas provinciales en el área india de Cachemira.
Parte de la confianza del primer ministro se debe a que Pakistán quedó en una posición incómoda al verse obligado a apoyar la campaña militar encabezada por Estados Unidos contra el movimiento Talibán, que controlaba la mayor parte del territorio afgano.
Islamabad ayudó a crear el Talibán y lo apoyó durante años, contra otros grupos que predominan en la Autoridad Afgana Interina creada en Bonn a comienzos de este mes, con la intención de ganar «profundidad estratégica» en su disputa con India por el territorio de Cachemira.
La política afgana de Pakistán fue un desastroso fracaso, sostuvo Salman Haidar, ex secretario de Relaciones Exteriores indio.
Este año, el gobierno pakistaní «fue obligado a traicionar a sus clientes del Talibán, tras haber cultivado en forma cuidadosa la relación con ellos, y eso no será olvidado con facilidad», afirmó.
El gobernante militar de Pakistán, Pervez Musharraf, había advertido a India que «dejara en paz» a Afganistán en un mensaje transmitido por televisión, antes de que comenzara la ofensiva estadounidense con apoyo pakistaní, el 7 de octubre.
Es probable que la mayoritaria etnia afgana de los pashtun o patanes, predominante en el Talibán, se sienta traicionada por Islamabad y aumente su reivindicación de territorios que en la actualidad pertenecen a Pakistán pero eran parte del territorio afgano durante la dominación colonial británica.
En 1947, Afganistán se rehusó a reconocer la creación de Pakistán y trató de bloquear su ingreso a la Organización de las Naciones Unidas. Desde entonces ningún gobierno afgano, incluyendo al Talibán, ha renunciado a la reivindicación de esos territorios, que se extienden hacia el Este hasta el río Indus.
Las ingobernables tribus pashtun que habitan la región occidental de Pakistán pueden «volver a levantarse, en forma más amenazante que nunca», sostuvo el ex diplomático indio Daulat Singh, especialista en asuntos afganos.
Ese problema puede ser más grave para Islamabad que el de Cachemira, y fue presagiado por recientes visitas a Nueva Delhi de integrantes de la Autoridad Afgana Interina, entre ellos el ministro de Relaciones Exteriores, Abdullah Abdullah, y el del Interior, Younis Qanooni.
Abdullah llegó a la capital india el jueves, día del ataque contra el parlamento, y opinó que ese atentado era «obviamente obra de una organización internacional», aunque no responsabilizó del mismo a ningún país.
Qanooni, quien viajó a Nueva Delhi desde Bonn, afirmó en forma directa que es hora de que Pakistán deje de interferir en los asuntos afganos.
India respaldó contra el Talibán a la afgana alianza del Norte o Frente Unido, que ganó control de Afganistán gracias a los ataques encabezados por Washington, y ahora espera cosechar en Cachemira.
Estados Unidos ignoró las demandas de Musharraf de suspender la ofensiva contra el Talibán durante el mes sagrado musulmán del Ramadán, no permitir que Kabul fuera ocupada por la Alianza del Norte e integrar a miembros moderados del Talibán en el nuevo gobierno afgano.
Esos acontecimientos han sido seguidos con atención por la cachemira Conferencia Multipartidaria Hurriyat (APHC, por sus siglas en inglés), una coalición de organizaciones que buscan independizar a Cachemira de India y que se habían alineado con Islamabad.
La APHC percibe hacia donde sopla el viento, y pidió en octubre un «total cese del fuego» en Cachemira que no ha sido aceptado aún por India, en especial porque el presidente de esa coalición, Abdul Ghani Bhat, se opone a las previstas elecciones de asambleas provinciales cachemiras.
The militant wing of the APHC or Hizbul Mujahideen has also split down the middle with one faction refusing to acknowledge the leadership of its Pakistan-based «supreme commander» Syed Salahuddin.
Rebellion within the Hizbul Mujahideen has been simmering for some time and the local faction of the group — the only one which can claim to have purely Kashmir cadres, rather than Pakistani and Afghan fighters — declared a surprise unilateral ceasefire in July 2000.
Salahuddin, who initially went along with the ceasefire then appeared to be pressurised by Islamabad to call it off and also to reject a reciprocal Indian ceasefire announced by Vajpayee in the Ramadan month of that year.
The reason then given for rejecting New Delhi's ceasefire was that Islamabad had not been invited to the dialogue.
With the back of the Taliban broken, most foreign fighters eliminated or captured in Afghanistan, and Pakistan having new woes to its west, Vajpayee's renewed optimism for peace in Kashmir in the new year is well justified. (FIN/IPS/tra- eng/rdr/ral/mp/ip/01