El fútbol de Brasil perdió fuerza y prestigio este año, debido a derrotas antes inimaginables y a las dificultades de la selección para sumarse a la Copa Mundial de 2002, pero es aún el mayor exportador de jugadores.
Entre enero y noviembre emigraron 733 jugadores, 32 más que todo el año anterior, según la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF), una institución rectora de creciente descrédito.
La exportación de futbolistas aumentó de manera sostenida en la década del 90, multiplicándose por cinco. Pero la mayoría son cedidos por montos muy bajos respecto de los valores que se manejan tratándose de astros del fútbol mundial, ya sea por ser jóvenes promesas o de veteranos próximos a abadonar la práctica activa.
En 1990 sólo fueron transferidos al exterior 136 futbolistas, pero las contrataciones se aceleraron a partir de 1994, cuando Brasil conquistó en Estados Unidos su cuarta Copa del Mundo.
Portugal permanece como el principal destino de los futbolistas brasileños, con casi 30 por ciento y el triple de transferencias que Japón, el segundo país de la lista, que compensa con altos salarios las dificultades de adaptación por diferencias idiomáticas y de costumbres.
Pero la emigración de futbolistas de Brasil aumenta en cantidad y en diversidad de destinos.
China, que por primera se clasificó para disputar una Copa Mundial, la que se jugará en 2002 en Corea del Sur y Japón, atrajo a dos ex miembros del seleccionado brasileño, Marcio Santos y Junior Bahiano, que tienen más de 30 años de edad.
Esas transferencias de contratos representan un importante ingreso de divisas para el país, al sumar 114,9 millones de dólares entre enero y septiembre de este año, 17 por ciento más que en igual periodo de 2000, según el Banco Central, que pasó a controlar con más atención ese tipo de negocios.
El dinero que llega a las arcas de Brasil es mucho menos que el monto real de las transferencias, debido a irregularidades, al canje de futbolistas o al pago con partidos entre las entidades involucradas.
La venta más destacada este año fue la de Giovanni, del Cruzeiro de Minas Gerais al club Barcelona, de España, en 18 millones de dólares.
Las autoridades comprobaron que los clubes evadieron en el pasado la declaración de ingresos por muchas de esas transacciones, depositando el dinero en paraísos fiscales caribeños. Esas irregularidades son hoy un dolor de cabeza para varios dirigentes del fútbol brasileño.
Una comisión investigadora del Senado, que presentó su informe el 6 de este mes, recomendó a la fiscalía enjuiciar a 17 personas, entre ellas dirigentes de clubes y de federaciones provinciales y el propio presidente de la CBF, Ricardo Teixeira, por delitos financieros y fiscales, falsificaciones y corrupción.
Expertos atribuyen la crisis del fútbol brasileño a ese desorden administrativo, a la informalidad que aún domina la actividad, pese a su creciente peso económico, y a la resistencia de los dirigentes a modificar sus métodos de gestión.
Los responsables de clubes y federaciones se oponen a la nueva legislación que convierte a esas entidades en empresas, porque los obligaría a presentar las cuentas a las autoridades y a sus socios, dijo a IPS Marcilio Krieger, abogado especializado en legislación deportiva.
La decadencia del fútbol brasileño se demostró este año en la mediocre participación del seleccionado en la fase de clasificación para la Copa Mundial de 2002, en la cual quedó en cuarto lugar entre 10 países de América del Sur.
La otrora casi imbatible selección de Brasil, además, fue derrotada por primera vez en la historia por equipos sin tradición futbolística, como fue el caso de Honduras en la Copa América jugada en Colombia, y de Australia.
Esos resultados negativos hicieron que Brasil bajara del primer lugar al tercero en la clasificación de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA), superado por Francia, el último campeón mundial, y por Argentina.
El deterioro de la estructura del fútbol brasileño, incluso financiero, es un factor adicional de emigración, que disminuye la calidad de los partidos en el país y desalienta a los hinchas, en un círculo vicioso.
Sin embargo, los jugadores brasileños mantuvieron su imagen de calidad, a juzgar por la demanda internacional, que generó un nuevo tipo de negocio en el país.
El fenómeno permitió que se multiplicaran los empresarios que negocian transferencias de contratos de jugadores, los «cazadores» de talento y los equipos especializados en «formar» jóvenes futbolistas para venderlos en el mercado internacional con elevadas ganancias.
Incluso grandes clubes, como el Sao Paulo, tradicional cuna de numerosos jugadores, pudieron equilibrar sus finanzas con la exportación de sus jóvenes jugadores más prometedores.
Ese fue el caso este año del ala izquierdo Juan, de 19 años, y del mediocampista Paulinho, de 18 años, quienes fueron «vendidos» por el Sao Paulo al Arsenal, de Gran Bretaña, en sólo 300.000 dólares los dos, pero con una cláusula de participación en las ganancias de futuros negocios con esos futbolistas.
Pero Brasil es también un gran importador de futbolistas, lo cual muestra la creciente circulación mundial de esos profesionales del deporte. Equipos de este país acogieron 352 futbolistas extranjeros el año pasado y 344 entre enero y noviembre, mientras que en 1995 sólo fueron 153.
Los jugadores «importados» provienen principalmente de América del Sur, aunque también llegaron de la antigua Yugoslavia, luego de la guerra que dividió esa república federativa en la primera mitad de la década del 90.
Petkovic, mediocampista del club Flamengo de Río de Janeiro, es el más famoso de estos inmigrantes yugoslavos. (FIN/IPS/mo/dm/cr/01