ESTADOS UNIDOS: ¿Después de Afganistán, qué?

Estados Unidos debe decidir de qué manera continuará su guerra contra el terrorismo, ahora que derrotó en Afganistán al grupo fundamentalista islámico Talibán y arrancó a la red Al Qaeda (La Base) de sus últimos reductos en las montañas de Tora Bora, cerca de la frontera con Pakistán.

La guerra no sólo confirmó la eficacia militar de Washington, sino que también estableció el antiterrorismo como argumento para la intervención de Estados Unidos en casi cualquier parte del mundo, así como el anticomunismo lo fue durante la guerra fría.

Algunos altos funcionarios, en especial el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, insistieron en que queda mucho por hacer dentro de Afganistán, principalmente encontrar al mulá Mohammed Omar, líder supremo de Talibán, y al saudí Osama bin Laden, el principal sospechoso de los atentados del 11 de septiembre.

Funcionarios estadounidenses expresaron frustración ante evidencias de que sus supuestos aliados de la etnia patán (pashtun), la misma de los Talibán, podrían en realidad haber ayudado a ocultar a Bin Laden o a sacarlo de Afganistán.

Sin encontrar al hombre «más buscado» del mundo, Washington no podrá declarar una victoria total.

Dado que el nuevo gobierno de Afganistán carecerá de incentivos para encontrar a los «malhechores», serán las fuerzas estadounidenses quienes deban buscar y destruir los restos de Al Qaeda, la red de Bin Laden, sea en Afganistán o al otro lado de la frontera con Pakistán.

Según esas fuerzas, la parte más difícil de la guerra recién ha empezado, y en ella la fuerza aérea y los aliados locales no tendrán un papel tan destacado como hasta ahora.

Algunos funcionarios de gobierno están ansiosos porque Washington despliegue su espectáculo antiterrorista antes de que el público estadounidense pierda interés y comience a preocuparse por el peligroso estado de la economía nacional.

Dentro del gobierno de George W. Bush y en el Congreso crece el apoyo a una campaña militar contra el presidente de Iraq, Saddam Hussein, en particular por el éxito inesperadamente rápido de la estrategia en Afganistán.

Una encuesta de opinión reveló que la mayoría del público está a favor de una acción contra el líder iraquí.

«¿Después de Afganistán, qué?», preguntó Eliot Cohen, profesor de estudios estratégicos de la Facultad de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins, en una columna publicada el martes en The Wall Street Journal.

«Iraq es el gran premio», respondió Cohen, quien tiene estrechos vínculos con los líderes civiles de línea dura del Pentágono (Departamento de Defensa).

Aunque algunos funcionarios confirmaron que hay planes de contingencia en curso para una guerra contra Bagdad, las fuerzas estadounidenses podrían apuntar a otros objetivos, aunque a un nivel mucho más reducido, luego de la campaña en Afganistán.

Hace 10 días, por ejemplo, 19 soldados estadounidenses se incorporaron a las tropas de Filipinas en la provincia de Mindanao para reforzar a las fuerzas que luchan contra el grupo guerrillero islámico Abu Sayyaf, al que el gobierno cree vinculado con Al Qaeda.

Además, el Pentágono está usando sus antiguas bases en Filipinas por primera vez desde que fue expulsado, en 1991.

Mientras, Bush trata de persuadir al Congreso de reanudar los vínculos militares -suspendidos por cuestiones de derechos humanos- con Indonesia, en base a la admisión de Yakarta de que Al Qaeda ayudó a establecer en Sulawesi campos de entrenamiento de Laskar Jihad, un grupo radical islámico que lucha contra los cristianos en esa provincia, y en las islas Molucas.

Varios planificadores de la política estadounidense están claramente interesados en Yemen y Somalia, donde se cree que Al Qaeda tiene operadores y seguidores que tratarían de escapar luego de la derrota de su grupo en Afganistán.

Tanto Estados Unidos como Francia y Gran Bretaña ampliaron su presencia naval en el área para poder detener buques con cargamentos sospechosos.

Es improbable una gran operación militar contra el nuevo gobierno interino de Somalia, al que Etiopía acusa de haber sido infiltrado por Al Qaeda.

Sin embargo, la semana pasada, una delegación estadounidense de nueve miembros mantuvo conversaciones con militares etíopes y grupos opositores somalíes en Puntland, supuestamente para evaluar la factibilidad de ataques en Somalia contra individuos específicos vinculados con la red de Bin Laden.

Washington y el gobierno de Yemen, antes acusado de no cooperar en la investigación del ataque suicida del año pasado contra el buque de guerra estadounidense Cole, en el puerto de Aden, también intensificaron sus vínculos militares y de inteligencia desde el 11 de septiembre.

Se sospecha que los recientes ataques de fuerzas yemenitas contra áreas tribales donde hay supuestos partidarios de Al Qaeda fueron realizados a instancias de Estados Unidos, luego de las conversaciones entre Bush y el presidente yemenita Alí Abdullah Saleh, en Washington.

Los ataques fueron una respuesta a la negativa de líderes tribales a entregar a individuos vinculados con Al Qaeda por los servicios de inteligencia de Estados Unidos.

Se cree que Washington entregó listas similares a otros gobiernos de la región, principalmente Sudán, que ya entregó a dos hombres requeridos por Estados Unidos y arrestó a más de 20 desde el 11 de septiembre.

Mientras, la nueva posición de Washington en el corazón de Asia central, rica en petróleo y gas natural, ha transformado el paísaje geopolítico de la región.

Aunque el Pentágono ya realizaba ejercicios militares conjuntos con algunas repúblicas ex soviéticas desde hace algunos años, ahora le llueven invitaciones de los gobernantes autoritarios de esos países para utilizar sus bases.

El gobierno de Bush, muy vinculado con la industria petrolera estadounidense, parece ansioso por aprovechar su creciente influencia en la región, como lo demostraron las recientes visitas de Rumsfeld y el secretario de Estado Colin Powell, si bien cabe esperar una fuerte reacción de Rusia y China.

Además, el anuncio de Rumsfeld la semana pasada de que el Congreso levantaría las condiciones para la ayuda militar a Armenia y a su rival Azerbaiyán sugiere intenciones de consolidar la influencia en el área del mar Caspio, todo en nombre del antiterrorismo.

La repentina influencia de Washington en Asia central y el mar Caspio, así como su abrupto retiro del tratado sobre misiles antibalísticos celebrado con la Unión Soviética en 1972, ponen de relieve hasta qué punto el éxito militar en Afganistán alentó a las fuerzas unilateralistas de la administración Bush. (FIN/IPS/tra-en/jl/mlm/ip/01

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