El régimen comunista de China está destinado a desaparecer a causa de la corrupción y la erosión de la ideología dominante, aseguró el experto en cultura y política asiática Ian Buruma.
En su último libro, titulado «Bad Elements: Among the Rebels, Dissidents and Democrats of Greater China» («Malos elementos: entre insurgentes, disidentes y demócratas de la Gran China»), Buruma describe el mundo de los disidentes, presos políticos y exiliados del país más poblado del mundo.
La obra contiene entrevistas a políticos radicados en China, Estados Unidos, Singapur y Taiwan realizadas durante cinco años por Buruma, columnista del diario británico The Guardian, conocido por sus escritos sobre política japonesa y sobre la fascinación de Europa con Asia.
«Muchas cosas extrañas suceden a las dinastías chinas cuando se acerca su final. Se dañan represas, hay terremotos, se forman nubes con forma de bestias, las lluvias adquieren colores extraños y los insectos invaden los campos», reza el párrafo inicial del libro.
«Ya nadie cree en el dogma. El comunismo no es suficiente para legitimar el gobierno», dijo Buruma en una conferencia que brindó el 29 de noviembre, en la sede de Washington de la Sasakawa Peace Foundation, organización radicada en Japón que tiene el objetivo de promover la paz en el mundo.
Sin un aglutinante ideológico que justifique su autoridad, el gobierno chino recurrió a las tradicionales exhortaciones a mantener el orden y los intereses nacionales y a la promoción del materialismo, afirmando que sus políticas económicas pueden hacer que «todos se enriquezcan».
Pero el libre flujo de bienes y la apertura de los mercados de capital suelen producir crisis económicas como la que comenzó en Tailanda en junio de 1997 y que afectó a países de Asia oriental, aseguró Buruma, quien nació en Holanda, recibió su educación en Japón y pasó gran parte de su vida en países asiáticos.
«Un gobierno sin legitimidad no está bien plantado para hacer frente a una crisis. Las cosas podrían ponerse muy feas. Los movimientos insurgentes se producen con facilidad en la China rural y entre los desempleados urbanos», aseguró Buruma.
El experto trazó paralelos en la visión de la política y la cultura predominante en la Gran China, que incluye China, Hong Kong, Singapur y Taiwan. En todos esos países, se sobreentiende que el gobierno, sea comunista como en China o promotor del libre mercado como en Singapur, es el guardián de las tradiciones.
«La idea de que un gobierno de fuerte autoritarismo es una barrera contra el caos» prevalece en toda la Gran China, explicó.
En Taiwan, el Kuomintang, partido nacionalista formado por anticomunistas exiliados del continente y que ha gobernado desde 1949, «se ve a sí mismo como el verdadero guardián de la tradición china, aplastada por Mao» Zedong, agregó. El Kuomintang perdió por primera vez las elecciones parlamentarias el día 1.
«Es una especie de concepción cósmica de la política que se remonta a siglos atrás», sostuvo Buruma. Los gobernantes tradicionales chinos se han percibido a sí mismo como «personas que intermediaban entre el cielo y la tierra» y que protegían la ética, la cultura y la política china de las fuerzas foráneas.
Eso les permite descalificar con facilidad a los disidentes, a quienes tildan de «antichinos», explicó. El desafío para los opositores «no es sólo mostrarse como un rebelde político sino como un salvador de la civilización china», dijo.
En el largo plazo, «la única garantía de estabilidad en China» es «un sistema democrático y representativo», según Buruma.
Minxin Pei, cientista político integrante del Fondo Carnegie para la Paz Internacional, dijo que los disidentes chinos deben «encontrar medios prácticos de institucionalizar las tradiciones democráticas».
El pluralismo democrático es la ruta preferible para la estabilidad, pero existen peligros en ese derrotero a medida que China realiza su transición desde el autoritarismo a las libertades, según Pei.
«La transición está llena de obstáculos, pues el actual régimen está mal equipado para lidiar con ella, dado que no ha afrontado sus errores y atrocidades de los últimos 50 años», dijo.
Como consecuencia, una «glasnost» (nombre ruso que recibió el periodo de transparencia en el gobierno que precedió la caída de la Unión Soviética) acarrearía «recriminaciones e ira», a tal punto que causaría «desestabilización más que consolidación de la estabilidad»
Parte del problema radica en que el Partido Comunista poee el control total del Estado. «Si el partido colapsara, habría un Estado fracasado o ningún Estado», advirtió.
Pei puso en tela de juicio la capacidad de los disidentes chinos para convertirse en una fuerza política clave en la China poscomunista. Sus «voces están enmudecidas» porque se desarraigaron de la patria, explicó.
Al mismo tiempo, los disidentes radicados en Estados Unidos están divididos en facciones que en raras ocasiones llegan a acuerdos, lo cual limita su eficacia política, dijo Pei.
«Cuando un régimen cambia, debe competir por el poder con otros grupos», y cuando eso sucedió en las vísperas de la caída de la Unión Soviética, «los exiliados retornaron pero desaparecieron con rapidez», recordó.
Mientras, Dimon Liu, disidente china radicada en Estados Unidos, afirmó que es posible una rápida transición a la democracia en su país. «Quien argumente a favor de una transición lenta no es un verdadero demócrata», dijo. (FIN/IPS/tra- eng/ts/js/lp-mj/ip/01