/Boletín especial/ CHINA: Al galope en el año del caballo

China finaliza 2001 con un comportamiento económico ejemplar y el logro de esenciales objetivos nacionales, en contraste con el estancamiento mundial, agravado por los efectos de los atentados terroristas y la guerra en Afganistán.

En 2002, año del caballo en el horóscopo chino, el país pondrá a prueba su capacidad para adaptarse a los cambios que tanto persiguió, como el ingreso al sistema multilateral de la Organización Mundial del Comercio (OMC), formalizado el 11 de este mes.

Ese logro y la designación de Beijing como sede de los Juegos Olímpicos 2008 son hitos simbólicos para la historia nacional.

Cuando el país albergó la cumbre anual del Foro de Cooperación Económica de Asia-Pacífico, en octubre, la economía de Estados Unidos estaba al borde de la recesión y la de Japón persistía en su estancamiento de una década. China emergió como líder del crecimiento económico de Asia.

Beijing respaldó con firmeza las acciones antiterroristas de Washington, luego de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos, así como la campaña militar contra Afganistán, alineándose por primera vez con las potencias occidentales y apartando los últimos restos de la política exterior aislacionista.

El último año cierra así mismo una etapa de 20 años de turbulenta transición del estado totalitario y autosuficiente a un país integrado a la comunidad internacional.

El ingreso a la OMC obligará a liberalizar nuevos sectores de la economía, y tendrá elevados costos sociales. Desde la agricultura hasta la banca, se perderán muchos empleos, en nombre de la mayor eficiencia. Pero las deficitarias industrias estatales soportarán el grueso de los cambios.

En términos sociales, la liberalización y apertura tenderán a ampliar la brecha entre ricos y pobres y entre el opulento y pujante este y el empobrecido oeste del país.

Aunque China cuenta con un periodo de transición para liberar sus mercados, muchos analistas advierten que Beijing tiene poco tiempo para implementar las reformas más importantes.

En efecto, la transformación de buena parte de las empresas estatales improductivas en compañías modernas, capaces de competir en los mercados mundiales, y la creación de una red nacional de seguridad social que dé algún soporte a los nuevos desempleados, fueron dejadas para el final.

El crecimiento económico de 2001 fue de 7 por ciento, pero según estimaciones del Banco Mundial en 2002 llegará apenas a 6,8 por ciento, un enlentecimiento considerable en relación al 8 por ciento alcanzado en 2000.

A medida que la desaceleración reduzca los ingresos de las empresas estatales así como los empleos en el sector privado, Beijing deberá acotar algunas de las medidas más drásticas para evitar el riesgo de estallidos sociales.

La perspectiva de que trabajadores industriales furiosos sumen sus fuerzas a las de campasinos descontentos es una pesadilla recurrente de la dirigencia china. En una población de 1.300 millones de habitantes, 120 millones viven por debajo de la línea de pobreza y otros 150 millones son trabajadores zafrales, empleados apenas unos meses al año.

Las protestas de trabajadores despedidos o que no reciben sus salarios es frecuente en todo el país, en particular en el cinturón industrial de la región nororiental.

Mientras la economía urbana en las zonas costeras es robusta y crece, amplias regiones del país, en las que habitan 900 millones de personas, permanecen estancadas. En los últimos cinco años el ingreso del sector rural no experimentó crecimiento e inclusive decayó en algunos casos.

En este contexto de gran disparidad la integración del país a al sistema mundial del comercio se convierte en un factor de preocupación.

Al contrario de lo ocurrido en el siglo XIX, cuando China imperial fue obligada por Occidente a abrir sus puertas, el ingreso a la OMC fue persistentemente buscado por el gobierno.

El clima social será clave pues en 2002 debe iniciarse una lenta transferencia del poder en el gobernante Partido Comunista, de la generación del secretario general y presidente del país, Jiang Zemin, el primer ministro reformista Zhu Rongji y otros altos funcionarios, hacia dirigentes más jóvenes.

Según diplomáticos y observadores, Jiang continuará en los próximos años controlando la poderosa Comisión Militar Central, tal como lo hizo su predecesor, Deng Xiaoping. Por tanto, el sucesor de Jiang y su equipo deberán actuar a la sombra de sus mayores, mientras éstos dominen la jerarquía partidaria.

La nueva dirigencia, conocida como la «cuarta generación», que será nombrada en el congreso partidario del próximo otoño boreal, seguramente incluirá a tecnócratas como el actual vicepresidente Hu Jintao y el viceprimer ministro Wen Jiabao.

Si bien pocos observadores creen que los nuevos dirigentes desafíen a la vieja guardia, el ingreso a la OMC introducirá cambios también en la esfera política.

«La participación de China en la OMC ayudará a sellar las reformas de mercado, y dará poder a quienes en el gobierno quieren que su país se mueva más rápido hacia la libertad económica», opinó en marzo de 2000 el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton.

El acuerdo «ayudará a fortalecer el imperio de la ley y elevará la probabilidad de que (el país) se rija por las normas internacionales», agregó Clinton.

Los sectores liberales dentro y fuera del Partido Comunista esperan que la integración económica impulse al país hacia reformas políticas, sofocadas en 1989, junto con el estallido democrático de la Plaza de Tiananmen. (FIN/IPS/tra-eng/ab/js/dc/ip if dv/01

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