«¿Qué puedo hacer cuando no consigo alimentos suficientes para dos comidas diarias?», se pregunta Shahrukh, una viuda afgana de 40 años, madre de 11 hijos, que mendiga para contribuir a la subsistencia de su familia.
El esposo de Shahrukh murió en la resistencia contra la ocupación soviética (1979-1989) y ella habita una vivienda precaria en las afueras de Islamabad, la capital de Pakistán.
Los dos hijos mayores de la viuda recogen y venden residuos, sin lograr el ingreso necesario para que la familia se alimente y compre medicamentos para una de sus hermanas, que está enferma.
En la choza contigua a la de la familia de Shahrukh viven Safia Bibi, de 60 años, y sus cuatro hijas adolescentes, que no tenían alimentos el día en que hablaron con IPS.
«No pude pedir limosna porque estaba enferma, y carecemos de otra fuente de ingresos», explicó Safia, cuyo marido perdió ambos brazos debido a la explosión de una mina terrestre, durante la resistencia contra los soviéticos. La mujer no envía a sus hijas a mendigar por temor a que sean víctimas de acoso sexual.
«Conocemos a afganas que eran maestras y ahora mendigan en las calles, mientras sus hijos recogen residuos», dijo a IPS Saima Karim, portavoz de la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán (ARMA).
Muchas mujeres como Sharukh y Safia abandonaron Afganistán para escapar del régimen del movimiento Talibán, fundamentalista islámico, que tomó el control de la mayor parte del territorio afgano en 1996, tras vencer a otras facciones armadas, y arrasó con los derechos de la mujer.
La interpretación del Islam de ese movimiento prohibió a las mujeres, entre otras cosas, educarse, participar en actividades políticas y sociales, realizar casi todos los trabajos remunerados e incluso salir a la calle sin compañía de su esposo o de un pariente varón.
En la actualidad, el Talibán ha perdido el control de la mayor parte del territorio que dominaba, debido a bombardeos de Estados Unidos y sus aliados que permitieron el avance de la afgana Alianza del Norte, pero activistas enfatizan que eso no permite prever el fin de los abusos contra mujeres.
Varios grupos integrantes de la Alianza del Norte fueron responsables de violaciones durante enfrentamientos cerca de Kabul en 1993 y 1995, según denuncias registradas por la organización no gubernamental (ONG) humanitaria Human Rights Watch.
Esa ONG también registró en 1998 actos de violencia contra mujeres cometidos por diversas facciones afganas, con fines punitivos en el marco de luchas internas.
«Las mujeres fueron las primeras fáciles víctimas de los traidores del Talibán y de quienes invocaban la 'guerra santa'. Ahora ellas deben ser la primera daga en el corazón de los fundamentalistas», dijo a IPS una integrante de la ARMA, que fue creada en 1977 y resistió al Talibán desde la clandestinidad.
«Muchas mujeres fueron deshonradas durante el régimen de Buranuddin Rabbani (1992-1996), cuando fundamentalistas las violaron en forma indiscriminada», dijo a IPS Fatana Gillani, del Consejo de Mujeres Afganas.
Rabbani, uno de los principales dirigentes de la Alianza del Norte, aún es considerado presidente de Afganistán por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que nunca reconoció al Talibán como gobierno afgano.
Desde 1996, «el Talibán sometió a las mujeres a graves privaciones económicas, y muchas perdieron pronto la moral. En la actualidad, cuanto más vulnerable es una mujer, más probable es que venda su cuerpo», añadió Gillani.
El actual predominio de la Alianza del Norte puede aliviar en forma temporal la situación de las mujeres, ya que esa facción no desea irritar a la comunidad internacional mientras se negocia el futuro de Afganistán, pero una solución de largo plazo exige profundas reformas sociales que comprometan a todas las facciones.
Es preciso secularizar el Estado y la política para lograr un auténtico cambio social, dijo a IPS Marian, activista de la ARMA.
Gran parte de las afganas que abandonaron su país durante los últimos 20 años se dirigieron al vecino Pakistán.
Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, más de 10.000 mujeres que vivían en Kabul llegaron a la septentrional ciudad pakistaní de Peshawar, sólo desde octubre de 1996 a febrero de 1997, y muchas más recorrieron luego el mismo camino.
La escritora afgana Bilquis Makez calcula que 80 por ciento de las mujeres que vivían en Kabul terminaron en Peshawar. «Conozco a muchas que mendigan los jueves, cuando los musulmanes devotos están más dispuestos a dar limosna, y trabajan en el servicio doméstico otros días de la semana», dijo a IPS.
Pakistán no es firmante de la Convención sobre Refugiados de la ONU, aprobada en Génova en 1951, y no ha concedido a las afganas estatuto de refugiadas.
Las mujeres que escaparon de Afganistán «dejaron atrás los males de la guerra, pero también aumentó su dependencia», señaló Bushra Asif, de la ONG Instituto de Desarrollo de Políticas Sustentables, con sede en Islamabad, y especialista en la situación de las afganas en Pakistán.
«Su carga es aún más pesada debido a las dificultades económicas, el ambiente desconocido y la desintegración de su anterior red de relaciones sociales. Sus vidas son controladas mediante restricciones culturales y de la libertad de movimiento», agregó.
Saira es una de las 80 residentes en un refugio de la ONG Sach, en la septentrional ciudad pakistaní de Rawalpindi.
Era maestra cuando el Talibán tomó el poder, y escapó con su familia a Paistán, donde su esposo la obligó a prostituirse y luego la abandonó, llevándose a sus tres hijos.
Saira sufrió una crisis de agresividad y fue internada en un hospital, cuyos empleados llamaron a la policía porque no podían controlarla. Según su breve testimonio a representantes de Sach, los policías la violaron antes de enviarla a un refugio estatal.
El psiquiatra Rizwan Taj, del Instituto de Ciencias Médicas de Islamabad, dijo a IPS que ha tratado a más de 1.000 afganas afectadas por el síndrome llamado desorden de estrés postraumático.
Esas personas «viven en un constante estado de nerviosismo, y experimentan vívidos recuerdos de sus padecimientos en ensoñaciones diurnas y pesadillas, que las dejan paralizadas por el terror. Su estado puede debilitarlas en forma permanente, si no reciben intenso apoyo psicológico», explicó.
En la mayor parte de los casos, ese síndrome se debe a la experiencia vivida en Afganistán, donde los Talibán prohibían a las mujeres aparecer en público sin un vestido tradicional que las cubriera por completo, y la policía religiosa golpeaba o azotaba en público a las infractoras.
Según el relator especial de la ONU sobre Violencia Contra la Mujer, los decretos del Talibán que controlaron las vidas de las mujeres se aplicaron en forma más estricta en las áreas urbanas, y apuntaban en especial a las afganas con mayor educación.
Antes de 1996, en Afganistán eran mujeres 70 por ciento de los los maestros, 50 por ciento de los funcionarios y 40 por ciento de los médicos.
En la actualidad, más de 90 por ciento de las niñas de Afganistán son analfabetas, indicó en octubre Human Rights Watch. (FIN/IPS/tra-eng/ni/js/mp/hd/01