Brasil es una mina de proyectos sociales innovadores, de comprobado éxito como llave para abrir nuevos horizontes a jóvenes pobres, aunque no logró aún convertirlos en programas masivos para prevenir la exclusión y la delincuencia.
Una de las iniciativas de mayor repercusión es el Proyecto Axé, iniciado en 1990, que acogió a más de 11.000 niños, niñas y adolescentes que vivían marginados en las calles de Salvador, capital del nororiental estado de Bahía, reinsertándolos en la escuela y la sociedad.
El plan incluye artes, deportes y educación para el trabajo, con disciplina acordada en conjunto, como instrumentos de la resocialización.
La experiencia es orientada por la «pedagogía del deseo», corriente que motivó varios libros y estudios y que empieza por despertar o descubrir los anhelos y vocaciones de los niños.
Por todo eso sorprende la ausencia de este trabajo entre los 30 seleccionados como ejemplos en «Cultivando vida, desarmando violencias», un estudio publicado en agosto en Brasil por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
«Experiencias en educación, cultura, entretenimiento, deportes y ciudadanía con jóvenes en situación de pobreza» es el subtítulo del libro de la Unesco, que en sus 583 páginas busca mostrar caminos para una cultura contra la violencia y las drogas, a través de iniciativas casi todas de organizaciones no gubernamentales.
La socióloga Mary García Castro, coordinadora del estudio, justificó la ausencia del Proyecto Axé, explicando a IPS que esta experiencia ya es conocida y existe «amplia literatura» al respecto, y por eso se optó por otros 30 casos menos divulgados, pero también ejemplares.
Añadió que unos 222 proyectos investigados tienen sus datos registrados en el sitio www.unesco.org.br/pesquisa.
La diversidad de acciones, medios y tamaños, tal como la fragmentación, caracterizan esas experiencias, aunque los principios y objetivos son comunes.
La lista incluye desde la Fundación Gol de Letra, creada por los futbolistas Raí y Leonardo para rescatar niños en riesgo de Sao Paulo a través de la complementación escolar con la cultura y el deporte, hasta el Comité para la Democratización de la Informática, que distribuye computadoras y cursos a comunidades pobres en varias ciudades del país.
El estudio de la Unesco también describe iniciativas innovadoras gubernamentales, como el Programa de Atención a la Niñez y al Adolescente (PACA), desarrollado por la alcaldía de Camaragipe, en el estado nororiental de Pernambuco.
La violencia juvenil y el embarazo prematuro de 40 por ciento de adolescentes, incluyendo niñas de 10 y 11 años, llevaron a la alcaldía de Camaragipe a ofrecer a jóvenes de los barrios pobres cursos de danza, informática y artes gráficas, con debates sobre violencia, sexo y énfasis en cuestiones ambientales.
La diversión es un componente vital de todos los proyectos, señaló García Castro. Los diagnósticos sobre la violencia juvenil en las grandes ciudades siempre apuntan a la escasez de «espacios y equipos» para el entretenimiento, «un vacío» en los barrios pobres y en las escuelas públicas.
Esa situación explica el éxito de otra experiencia desarrollada en Río de Janeiro, también estimulada por la Unesco, como es el Programa Escuelas de Paz, que consiste en abrir las escuelas durante los fines de semana para actividades culturales con la comunidad.
«Darle voz a los jóvenes», estimulando el «protagonismo juvenil», unir valores éticos y estéticos, valorar la cultura como generadora de autoestima e incluso de empleos, y promover un nexo entre sociedad y política, son principios que orientan los proyectos, según la coordinadora del estudio.
El éxito se mide, en general, por la mejora en el desempeño de los niños y adolescentes en la enseñanza formal y en la recuperación de delincuentes.
Entre los participantes del Proyecto Axé nunca hubo reincidencia en delitos practicados cuando vivían en las calles, aseguró Cesare la Roca, fundador y coordinador de la experiencia.
Los proyectos son muchos, pero de alcance limitado, cada uno atendiendo «un promedio de 200 personas», observó García Castro.
La demanda es inmensa, ya que los jóvenes pobres en Brasil suman unos 35 millones, que equivale a 40 por ciento de la población infanto-juvenil del país, precisó.
Las organizaciones de la sociedad civil piden políticas públicas para ampliar el universo juvenil atendido, pues son concientes de sus limitaciones, que no pueden sustituir el Estado y tampoco caer en «un sesgo culturalista», olvidando el papel de la economía para superar la pobreza, sostuvo.
Sin embargo, señalan que los proyecto son de bajo costo y la ampliación de sus efectos no exigiría muchos recursos. Además, cada suma aplicada en tales proyectos sociales ahorra ocho veces más en gastos de la policía, estimó Jorge Werthein, representante de la Unesco en Brasil. (FIN/IPS/mo/dm/dv pr/01