Estados Unidos y China se aproximaron tras los atentados en Nueva York y Washington, pero el énfasis del gobierno de George W. Bush Washington en la guerra antiterrorista y en la seguridad interna desvían su interés de asuntos asiáticos esenciales.
Expertos en China y ex funcionarios estadounidenses coincidieron en que las buenas relaciones bilaterales se mantendrán mientras Washington no toque la cuestión de la política interna china.
Las conclusiones pertenecen a un foro organizado la semana pasada por la Sasakawa Peace Foundation en la capital estadounidense.
«Es muy posible que Estados Unidos no dedique demasiado esfuerzo a elaborar definiciones estratégicas sobre Asia. Ya se advierte que en el ámbito más alto (del gobierno) no existe una verdadera atención a la cuestión», dijo Kurt Campbell, subsecretario adjunto de Defensa para Asuntos Asiáticos y del Pacífico del gobierno de Bill Clinton (1993-2001).
«Esto tendrá consecuencias mucho más significativas que las que algunos creen». El desinterés del gobierno de Bush por Asia debería preocupar a sus aliados regionales, señaló Campbell, actual vicepresidente del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos.
Las nuevas prioridades de Washington coinciden con una etapa de cooperación con Beijing, lejos de las tensiones creadas por la cuestión de Taiwan, los derechos humanos y el armamentismo, que caracterizaron las relaciones bilaterales de los últimos años, dijo Jia Qingguo, profesor de la Universidad de Beijing y miembro visitante de la Brookings Institution.
Pero esta nueva realidad prevalecerá sólo si Washington evita toda presión por cambios políticos en China, opinó Jia.
«Mientras Estados Unidos no intente imponer cambios en China ni la trate como enemiga, ambas naciones contarán con espacio para conducir sus relaciones en forma constructiva», aseguró.
Los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos modificaron el escenario internacional y persuadieron a los gobernantes de ambos países de la necesidad de minimizar sus diferencias y colaborar en la guerra contra el terrorismo, afirmó Jia.
El gobierno de China condenó de inmediato los actos terroristas, perpetrados mediante el secuestro de aviones comerciales.
La determinación de Beijing quedó de manifiesto con una compra de aeronaves por valor de 1.600 millones de dólares a la atribulada compañía estadounidense Boeing y el suministro de información de inteligencia a Washington sobre la organización Al Qaeda (La Base), del saudita Osama bin Laden, a quien Estados Unidos acusa de los atentados.
El gobierno chino dio un impulso fundamental a la causa estadounidense durante la cumbre del foro de Cooperación Económica de Asia y Pacífico (APEC) de octubre, a la que asistió Bush.
«China actuó sin condiciones para mostrar que realmente quiere colaborar», indicó Jia.
El gobierno de Bush respondió refiriéndose a China como su «competidor estratégico», una expresión que utilizaron tanto el presidente como sus funcionarios de seguridad nacional.
Bush también se refirió a China como una «gran potencia» con la cual su país desea una relación constructiva, durante la reunión de APEC, en la que se entrevistó con el presidente chino Jiang Zemin.
«Lo que importa es preguntarse si esta colaboración durará». Eso dependerá en gran medida, opinó Jia, de la forma en que Estados Unidos trate a China en el nuevo periodo de transición que se abre para ese país como consecuencia de su ingreso en la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Mientras China conducía en la última década el cambio de un régimen planificado y centralizado a una economía de mercado, los gobernantes estadounidenses insistían en su disconformidad con los escasos avances que percibían en el ámbito político, recordó Jia.
Ante lo que observadores gubernamentales e independientes señalaban como el desafío chino a la supremacía mundial de Estados Unidos, se hizo prioritario para Washington presionar por cambios políticos en el país asiático, que está gobernado con mano férrea por el Partido Comunista.
Esta convicción fue evidente en el ala más derechista del Partido Republicano y en organizaciones liberales como los sindicatos, que se opusieron con firmeza al ingreso de China en la OMC.
«El esfuerzo estadounidense amenazó inclusive con minar la misma legitimidad política del gobierno chino», que resistió las presiones y exigió a Washington que respetara su soberanía, agregó Jia.
Las tensiones se agravaron en los primeros meses del gobierno de Bush, cuando éste dio a conocer su sistema de defensa con misiles, que podría dejar obsoleto el arsenal de misiles balísticos chinos.
El enfrentamiento llegó a su clímax en abril, con el incidente que concluyó con el derribo de un caza chino y el aterrizaje de emergencia de un avión espía estadounidense sobre la isla de Hainan, en China.
Pero tras los atentados de septiembre, el gobierno de Bush parece haber abandonado la idea de que China es su enemigo.
Campbell coincidió en que las buenas relaciones entre Beijing y Washington se mantendrán mientras no se toque la delicada situación interna china.
Por otra parete, la nueva postura hacia China representa una gran modificación de la política exterior de Bush, obsesionada con los peligros de las potencias emergentes, sostuvo el experto.
«Los funcionarios de política exterior realmente creían que era inevitable un enfrentamiento entre China y Estados Unidos. Esta visión era mucho más dominante que lo que se admite en público», afirmó Campbell.
El nuevo escenario influye en la situación de la isla Taiwan, reclamada por Beijing. «Uno espera que Taiwan no haga en este momento nada inapropiado, ni genere una situación contraria a nuestros intereses», dijo Campbell.
«La tarea más importante del gobierno es dejar claro a los amigos en Beijing y en Taiwan que no es momento para pequeñeces», opinó Campbell.
Por otra parte, los atentados de septiembre fortalecieron el peso del sector internacionalista moderado en desmedro de los derechistas unilateralistas dentro del gobierno de Bush, estimó David Shambaugh, profesor de ciencia política de la Universidad George Washington.
Sin embargo, subsisten muchos problemas: la situación de Taiwan, la defensa misilística, el papel de Japón en la seguridad de Asia oriental y los derechos humanos, advirtió Shambaugh.
«No creo que debamos engañarnos pensando que las cosas simnplemente mejorarán con el tiempo», concluyó. (FIN/IPS/tra- eng/ts/js/dc/ip/01