El Caballero de París, quien durante décadas fuera el loco más famoso de La Habana y quizás de toda Cuba, volvió a las calles de la zona más antigua de esta ciudad para mezclarse entre los caminantes como en sus mejores tiempos.
Ya no regala flores a las mujeres ni a los niños. En cambio, es él quien recibe rosas de alguna persona que pasa, le habla y le acaricia el hombro con cariño, como si su cuerpo fuera aún de carne y hueso y no una escultura de bronce.
El legendario Caballero de París aparece con su capa, el morral que siempre llevaba consigo y los periódicos en francés o en español que leía y releía acostado en el banco de algún parque o acurrucado en un rincón de la ciudad.
Los que aún lo recuerdan siempre vestido de negro dicen que nunca fue agresivo ni pidió limosna. El Caballero de París aceptaba ayuda, y a cambio regalaba flores, tarjetas coloreadas por él o un trozo de lápiz entizado con hilos de diferentes colores.
«Es algo muy lindo», dijo a IPS el cantautor Angel Quintero, a su regreso de la plaza de San Francisco de Asís, donde fue ubicada la última obra del escultor José Villa Soberón, aún no inaugurada de manera oficial.
«Sentí como si me viniera encima. Casi tropiezo con él», dijo Milagros Ramos, empleada de una empresa estatal que confesó no haber disfrutado de «esa sensación de cercanía, como si fuera alguien más entre los vivos».
La idea, según Villa, es «perpetuar en La Habana una imagen que durante décadas fue leyenda obligada de la ciudad y sobre la cual han hecho referencia expresiones culturales como la música, el cine, las artes plásticas y la literatura».
Cuando «se le observaba con detenimiento, inspiraba mucha ternura y yo traté de que conservara esa expresión. Lo más difícil de conseguir fue darle una expresión cálida, bondadosa, que emanara tranquilidad», explicó.
Villa es también el autor de una escultura de John Lennon, que aparece sentado en un banco de un parque de La Habana. En la mexicana Ciudad Juárez también hay una obra suya, que representa a la estrella del cine de ese país Germán Valdés (Tintán).
Las esculturas de Lennon, Tintán y el Caballero de París forman una trilogía signada, según el artista, por la intención de que no haya elementos que obstaculicen la relación entre el público y las obras, que están «al alcance de la gente».
El verdadero nombre del Caballero de París es José María López Lledín. Nació el 30 diciembre de 1899 en la noroccidental región española de Galicia, y llegó a Cuba a los 14 años, en medio de una oleada de inmigrantes europeos.
Cuentan que a finales de la década del 10 o principios de los 20 fue acusado de participar en un robo al establecimiento en que trabajaba de cajero y llevado a prisión, de donde salió años después, ya demente.
Otras versiones aseguran que Lledín había ido a la cárcel por haber matado a un hombre por accidente. También se dice que enloqueció al perder su familia en el naufragio del vapor Valbanera, en la costa de La Habana a comienzos del siglo XX.
Sea cual sea la razón, ya era un personaje muy conocido en La Habana de los años 50, cuando el cantante Barbarito Diez popularizó un danzón que decía: «Mira quien viene por ahí/el Caballero de París»
La demencia que padecía Lledín, conocida como «delirio de grandeza», lo hacían elaborar frases inolvidables: «Digan al emperador Hiroito que yo soy el emperador de la paz, que es más importante que ser rey», decía.
«Soy de Lugo, la ciudad amurallada donde los moros no pudieron entrar, tierra del reino de León. Allí cazaba el rey Alfonso XII, y a veces cazábamos juntos», era otra de sus ocurrencias.
Cuando en los años 80 ingresó en el Hospital Psiquiátrico de La Habana, por su mal estado de salud, la dirección de la institución respetó sus títulos imaginarios y le asignó una habitación para él solo.
«Estoy en mi paraíso terrenal, en mi quinta de recreo y ellas (las enfermeras) son mis ayudantes de cámara», decía a quien se lo tropezara caminando por los extensos jardines del hospital.
Sin embargo, poco antes de morir de una enfermedad pulmonar en 1985, confesó a su médico de cabecera: «Ya no soy el Caballero de París. Estos no son tiempos de aristocracia».
A su entierro sólo asistió el musicólogo Helio Orovio. Cinco años después, Orovio, un grupo de intelectuales y el historiador de la Ciudad de La Habana trasladaron los restos hasta el antiguo templo de San Francisco de Asís.
El centenario del nacimiento del Caballero de París fue celebrado en Cuba, en Galicia y hasta por la comunidad de exiliados cubanos en Estados Unidos, que organizó una exposición de artes plásticas sobre el mítico personaje.
«Su prestancia y nobleza de alma fueron tales que conquistaron la admiración de los capitalinos, hasta el extremo de convertirlo en una especie de símbolo de la ciudad», reconoció después de su muerte el diario cubano Juventud Rebelde. (FIN/IPS/da/mj/cr/01