Casi un mes después de iniciados los ataques de Estados Unidos contra Afganistán, existen claras señales de que la campaña no evoluciona de acuerdo con los planes y Washington podría hundirse en un costoso conflicto.
Luego de arrojar más de un millón de bombas sobre Afganistán, incluso las temibles bombas «de racimo» antipersonales, no hay signos de un colapso del régimen Talibán ni de un acercamiento de Estados Unidos a sus mínimos objetivos militares o políticos.
En una guerra dispar, se considera que la parte más débil está «ganando» simplemente cuando resiste y no pierde, y eso es precisamente lo que hace el grupo extremista islámico Talibán.
El propio Pentágono (Departamento de Defensa de Estados Unidos) admitió que los guerreros de Talibán son «oponentes formidables».
El contraalmirante John Stufflebeem, portavoz del Pentágono, declaró el 24 de octubre que los Talibán son «guerreros duros» y manifestó «sorpresa» por «su manera tenaz de aferrarse al poder».
De hecho, Estados Unidos se perjudicó a sí mismo con sus bombardeos erróneos.
Además de un hospital en Herat y una base de las Naciones Unidas en Kabul para la remoción de minas, las bombas también mataron por «error humano» a toda una familia en el territorio de la opositora Alianza del Norte y destruyeron tres de los cinco depósitos de la Cruz Roja en un lapso de 10 días.
Y para colmo, el líder guerrillero opositor Abdul Haq, considerado clave para la campaña de Estados Unidos, fue capturado y ejecutado por los Talibán el mes pasado.
Es en este contexto que comenzó una gran reevaluación crítica de la estrategia bélica, incluso dentro de Estados Unidos.
El presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, Joe Biden, asimiló los ataques con bombas y misiles a actos de «prepotencia de alta tecnología».
El semanario Jane's Defence Weekly lamentó la falta de «una estrategia ganadora» y que los estadounidenses «no hayan pensado esto con detenimiento».
«Nadie tiene ninguna solución», sentenció el canciller pakistaní Abdul Sattar, en una cándida admisión de la incertidumbre de la coalición antiterrorista sobre el futuro.
La exasperación de Estados Unidos por el estancamiento de su campaña en Afganistán también se reflejó el 29 de octubre en la alarmante negativa del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, a descartar la opción nuclear.
No sólo Washington fue incapaz de abrumar militarmente a Talibán luego de cuatro semanas de intensos bombardeos, sino que también está perdiendo la batalla por «las mentes y los corazones» de los musulmanes, demostrando una creciente insensibilidad hacia las preocupaciones islámicas.
El viernes 12 de octubre, las fuerzas estadounidenses se abstuvieron de arrojar bombas «por respeto al día sagrado musulmán», pero al viernes siguiente, ese respeto brilló por su ausencia y los bombardeos continuaron como siempre.
Ahora, Estados Unidos habla incluso de una implacable campaña militar durante el mes sagrado del Ramadán, pese a las advertencias de países islámicos.
No sorprende que la nueva sede de información de la coalición se haya establecido en Washington, con una «sala de prensa de guerra» para coordinar una contraofensiva informativa las 24 horas, con oficinas en Londres e Islamabad.
Mientras Rumsfeld recorría países de primera línea en la guerra antiterrorista por segunda vez en un mes, el saudí Osama bin Laden, protegido del régimen Talibán y principal sospechoso de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, emitía el pasado sábado un vídeo en que se mostraba aún en pie y desafiante.
Todo parece indicar que Washington cometió tres grandes errores de cálculo antes de lanzar su campaña sobre Afganistán.
En primer lugar, Estados Unidos se equivocó al pensar que su alta tecnología militar sería suficiente para derrocar al gobierno afgano.
En segundo lugar, subestimó la determinación y capacidad de resistencia de Talibán.
En tercer lugar, sobreestimó la fuerza de la oposición de Talibán, en particular de la Alianza del Norte.
Además de los errores de cálculo, existe confusión acerca de los objetivos de la represalia encabezada por Estados Unidos.
Al principio se trataba de capturar a Bin Laden «vivo o muerto», luego de derrocar a Talibán, y después de forjar un nuevo gobierno en Afganistán. Washington llegó a sugerir que «otros países» podrían ser blanco de ataques militares, en referencia a Iraq.
También parece haber cierta desconfianza de Estados Unidos hacia los socios musulmanes de la coalición contra el terrorismo.
En las últimas dos semanas, por ejemplo, hubo una sostenida propaganda contra Arabia Saudita en medios de prensa estadounidenses.
La declaración del príncipe heredero saudí Abdulá de que «sólo la fuerza no puede producir una solución», el 27 de octubre, fue otra manifestación de la inquietud islámica por un conflicto que no parece arrojar una luz al final del túnel.
Así mismo, varios informes en medios de prensa occidentales reflejaron desconfianza sobre la capacidad de Pakistán (ex aliado del régimen Talibán y actual socio de Estados Unidos en la coalición contra el terrorismo) de manejar sus «activos nucleares».
Los esfuerzos para formar un nuevo régimen en Afganistán también parecen empantanados.
Pakistán condicionó su apoyo a Estados Unidos a la inclusión de miembros «moderados» de Talibán en cualquier nuevo gobierno afgano, pero China, Irán y Turquía rechazan esa posibilidad.
El secretario de Estado estadounidense, Colin Powell, expresó reservas sobre la organización por Pakistán de una reunión de opositores afganos que excluyó a la Alianza del Norte.
«Pakistán no puede decidir cuál será el próximo gobierno de Afganistán», advirtió Powell.
Mientras, crecen las protestas de grupos radicales en Pakistán contra el gobierno por su apoyo a la campaña militar de Washington. El sentimiento anti-estadounidense podría profundizarse si los bombardeos continúan durante Ramadán, que comienza el día 17.
El 7 de octubre, tras la primera noche de bombardeos, el comandante Biff, jefe de un escuadrón de Tomcat F-14, declaró a la prensa que esa noche se empezó «a restaurar la confianza de Estados Unidos».
Pero el costo de la restauración de la confianza de los estadounidenses podría ser la destrucción de las relaciones de Washington con el mundo islámico. (FIN/IPS/tra-en/mh/js/mlm/ip/01