La retirada del grupo Talibán de la capital afgana y el ingreso en la misma ciudad de la Alianza del Norte, el martes 13, fueron los hechos más importantes en Asia central desde 1979.
En aquel año, la Revolución Islámica erradicó la influencia de Estados Unidos de Irán, hasta entonces su más estrecho aliado en la región, y la invasión de Rusia a Afganistán enfrentó al Ejército Rojo contra los afganos en una guerra que duró una década.
Veintidós años después, en un cambio de papeles, Estados Unidos y Rusia son aliados y respaldan a la Alianza del Norte, junto con China, Irán, Turquía, Uzbekistán, Tajikistán e India, una coalición impensable hace apenas algunas semanas.
Tres preguntas surgen de estos hechos.
¿En qué situación queda Pakistán, que ha sido el actor externo más activo en Afganistán en los últimos 25 años?
¿Cuál es el plan de Estados Unidos, dado que el principal objetivo de la guerra -la captura del terrorista saudí Osama bin Laden, responsabilizado por los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington- todavía no se alcanzó?
Y por último, ¿de qué manera puede lograrse un futuro de paz para Afganistán?
Pakistán ha presenciado los últimos hechos con sentimientos contradictorios. Políticos y medios de comunicación discuten «quién perdió Kabul», sugiriendo que después del 11 de septiembre Pakistán abandonó a sus amigos, los Talibán, sólo para que fueran reemplazados por la Alianza del Norte, adversaria de Islamabad.
A nivel oficial, el presidente pakistaní Pervez Musharraf debe sentir cierto alivio porque su juego de ponerse del lado de Estados Unidos y abandonar a Talibán rindió frutos, dado que aparentemente está en el bando de los vencedores.
El repliegue de Talibán a una zona cada vez más limitada del sur de Afganistán probablemente reducirá la presión política que el general Musharraf enfrenta dentro de Pakistán de parte de radicales musulmanes y hará perder su fervor inicial a las protestas contra la nueva política exterior de Islamabad.
Sin embargo, los pakistaníes deben enfrentar el hecho de que la política de promover un «gobierno amigo» en Afganistán ha sido un estrepitoso fracaso.
Pakistán, así como Estados Unidos, Rusia, Irán o India, no tienen por qué participar de la instalación de un gobierno en Kabul, porque es una decisión que sólo compete a la nación afgana, devastada por 22 años de guerra.
Islamabad debe aprender a relacionarse con cualquier gobierno que asuma en Kabul y dejar de lado su tendencia a promover a «favoritos» políticos. La vecindad geográfica con Afganistán no deja otra opción que la coexistencia pacífica.
Por otra parte, los objetivos de la «guerra contra el terrorismo» encabezada por Estados Unidos sólo se alcanzaron parcialmente.
Los Talibán siguen siendo una fuerza militar con la capacidad de desestabilizar a Afganistán, si bien debilitada y dispersa.
Además, la base de Talibán es la etnia patán (pashtun), mayoritaria dentro de la población de 25 millones, y casi ausente en la Alianza del Norte. Veinte millones de patanes residen en dos provincias pakistaníes fronterizas con Afganistán.
El éxito militar de Estados Unidos se une a un fracaso político: la incapacidad de organizar un gobierno viable, de base amplia, alternativo a Talibán, aunque tuvo seis semanas para hacerlo.
Este fracaso, que conlleva las semillas de la inestabilidad y el conflicto futuros, se asemeja al resultado de las acciones estadounidenses en 1989, cuando los soviéticos fueron expulsados de Afganistán sin que se crease un régimen alternativo.
El vacío político resultante condujo a una feroz guerra civil.
Ahora que la Alianza del Norte tiene el control de Kabul, hay un vacío político semejante al de 1989.
A Estados Unidos le aguardan de inmediato tres enormes tareas: liquidar militarmente a Talibán, de modo que no represente amenaza alguna para el nuevo orden impulsado por Washington, capturar a Bin Laden y su red Al Qaeda, y enmendar los vínculos entre la Alianza del Norte y Pakistán.
Irán y Turquía, dos países musulmanes que respaldan a la Alianza del Norte pero tienen buenas relaciones con Pakistán, están dispuestos a realizar la mediación para lograr ese tercer objetivo.
En cuanto al futuro de Afganistán, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) debe actuar con urgencia para organizar una fuerza de mantenimiento de la paz que supervise la transición política.
Ya se habla de un aporte de países musulmanes como Turquía, Bangladesh e Indonesia a esa fuerza, que sería seguida por un auténtico gobierno de base amplia, representante de todas las etnias afganas.
La comunidad internacional ha fallado hasta ahora en ese sentido, y el progreso político hacia la meta de un gobierno representativo es inexistente pese a los numerosos esfuerzos diplomáticos.
La ONU ya envió a la región a Francesco Venderell y Lakhdar Brahimi, y Estados Unidos a Richard Haass y James Dobbins, este último nombrado enviado especial ante la oposición afgana. Dobbins llegó a Islamabad el miércoles 14 luego de reunirse en Roma con el depuesto rey afgano Zahir Shah.
Es indispensable el despliegue de una fuerza de paz de la ONU para mantener la estabilidad y la seguridad interna, tal como ocurrió en Bosnia-Herzegovina, Timor Oriental y la provincia serbia de Kozovo.
A la vez, deben intensificarse los esfuerzos diplomáticos para promover un gobierno de transición y de base amplia que cuente con la confianza de los afganos y de los países vecinos a Afganistán.
Por último, se debe dar prioridad a la ayuda humanitaria para siete millones de afganos que podrían morir de hambre en el próximo invierno y otros cinco millones refugiados en Pakistán e Irán.
Los países musulmanes agrupados en la Organización de la Conferencia Islámica deben ofrecer respaldo financiero en este momento de necesidad para sus hermanos de fe.
En todo caso, el papel de los países islámicos en la actual crisis ha sido casi inexistente, más allá de la aprobación inmediata de cualquier acción de Washington, incluso los bombardeos masivos sobre Afganistán que provocaron tantas bajas civiles.
La situación actual ofrece la posibilidad de un futuro de paz para el pueblo afgano. Sólo si se aprovecha esa posibilidad habrá una luz al final del largo y oscuro túnel de Afganistán. (FIN/IPS/tra-en/mh/ral/mlm/ip/01