AFGANISTAN-EEUU: La guerra de los fantamas

Nunca una guerra ha tenido frentes tan difusos y confusos, estrategias contrapuestas tan diferentes, se ha librado entre bandos que viven en estadios históricos tan lejanos y ha tenido una proporción de víctimas civiles tan elevada.

«Una parte de la información obtenida en la guerra es contradictoria, otra parte todavía más grande es falsa, y la parte mayor es, con mucho, dudosa», afirmaba el general prusiano Karl von Clausewitz (1780-1831), en su ensayo «De la guerra».

Aun así, algunos datos son grandes como montañas. Hasta el momento, han muerto entre 6.000 y 7.000 personas, considerando los atentados terroristas y los ataques aéreos estadounidenses. Y las bajas militares apenas superan el centenar. Es la guerra con la mayor proporción de bajas civiles de la historia.

Los frentes y los objetivos son los más difusos: entre ellos figuran los símbolos del poder económico, político y militar de Estados Unidos. Pero, en realidad, el frente principal es el del miedo, el de la psicología social de los estadounidenses.

Desde los aviones-bomba hasta el ántrax, todo apunta a crear intranquilidad, a destruir las certezas y por esa vía minar los nudos de la economía de la gran potencia y la locomotora económica del mundo global.

Y ni siquiera se sabe si los responsables del terrorismo aéreo y el bacteriológico son los mismos.

En el territorio afgano, con una infraestructura inexistente y casi medieval, sin grandes centros de comando y de comunicaciones, con una fuerza aérea herrumbrada y obsoleta, las bombas y misiles del mayor complejo tecnológico-militar del orbe y de la historia apuntan a los campamentos fantasma de Al Qaeda, en cuevas y refugios diseminados en las montañas.

Sólo ahora, tres semanas después, comienzan a atacar las concentraciones de tropas de Talibán, el movimiento islámico que controla la mayor parte del territorio afgano, en el frente septentrional.

A cualquier analista militar le resulta muy difícil explicar el uso de estas tecnologías, la cantidad de errores cometidos y los altos «efectos colaterales» (muerte de civiles), considerando los objetivos declarados.

El dominio de los cielos de Afganistán estaba garantizado mucho antes de que cayera la primera bomba estadounidense. Podría aplicarse perfectamente una sentencia del escritor argentino Leopoldo Marechal (1900-1970): «La guerra ya no es un arte: es una demolición»

Las tropas especiales de Estados Unidos son hasta hoy las grandes ausentes, los otros fantasmas de esta guerra. Hicieron una furtiva incursión nocturna, casi un paseo demostrativo por un aeródromo, y volvieron a sus bases.

El secretario (ministro) de Defensa estadounidense Donald Rumsfeld habló la semana pasada de un pequeño contingente de tropas en el norte y en el sur de Afganistán. Su presencia es abundante en la prensa y en Internet, pero nula en el campo de batalla.

Las bombas y los amagos de las fuerzas especiales no parecen haber surtido el efecto esperado por los estrategas estadounidenses. El miedo, las deserciones masivas, el desbande de las tropas de Talibán frente a sus adversarios de la Alianza del Norte brillan por su ausencia.

La conquista de puntos clave en el territorio de Afganistán son una especulación periodística y poco más.

Talibán mantiene el control sobre la septentrional ciudad de Mazar-e-Sharif, su aeropuerto y la estratégica carretera construida por los soviéticos que une el norte con Kabul.

Hay un factor absolutamente nuevo en esta guerra. En los 40 siglos precedentes, el instinto biológico de conservación primó sobre cualquier otra consideración. Toda la estrategia y la doctrina militar se basaba en preservar la propia vida y destruir al enemigo. Este era el cimiento de todas las estrategías.

Hoy, esa doctrina se vino al suelo con las dos inmensas torres gemelas del World Trade Center neoyorquino y con un sector del edificio del Pentágono en Washington, pues los terroristas utilizan su propia vida como arma.

Estados Unidos parece, hasta ahora, decidido a no sufrir bajas militares, a preservar por encima de todo a sus soldados y a utilizar y saturar todo con tecnología. Más que el enfrentamiento entre dos culturas es el enfrentamiento de dos periodos históricos separados por 10 siglos.

Esta guerra ya tiene una baja ilustre: la doctrina Powell, que orientó las acciones militares estadounidenses en Granada (1983), en Panamá (1989) y, sobre todo, en la guerra del Golfo (1991).

La doctrina atribuida al general Collin Powell, actual secretario de Estado (canciller) estadounidense y edificada sobre la amarga experiencia de Vietnam, se basaba sobre un principio central: cuando se decide la utilización de la fuerza, ésta debe ser aplastante y devastadora en hombres y medios.

Esta doctrina insiste en que no se debería lanzar un ataque antes de tener objetivos políticos claros y un plan para retirar a las tropas estadounidenses del campo de batalla.

Pero primero Washington debería mostrar si está dispuesto a colocar las tropas sobre el terreno y arriesgarse a un brusco e importante aumento de las perdidas de soldados y oficiales.

Este hecho agravaría aun más el delicado frente interno de la guerra psicológica, avivando los fantasmas de Vietnam.

Como puede apreciarse, ésta es una guerra más llena de preguntas que de certezas. Pero la más compleja de todas ellas es: ¿cómo se gana y se termina esta guerra?

La conquista territorial y la substitución de Talibán en el gobierno de Kabul abrirá grandes interrogantes políticas y diplomáticas sobre las reacciones de Pakistan, de Rusia, de las repúblicas del Caúcaso y, más en general, del mundo islámico.

En el plano militar, se mantendrá la duda sobre la continuidad de un conflicto contra fuerzas irregulares diseminadas en las montañas de Afganistan, pero sobre todo con células terroristas en muchos países en el mundo, mucho más fanáticas y dispuestas al supremo sacrificio de la guerra santa. Con o sin la captura de Osama bin Laden.

La mitología dice que fue precisamente en el Caúcaso donde se abrió la caja de Pandora. Por ahora, sólo están saliendo las furias y los fantasmas. (FIN/IPS/ev/mj/ip/01

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