El gobierno militar de Pakistán enfrenta su momento más difícil. En lo interno, debe hacer frente a protestas cada vez más violentas contra las acciones militares de Estados Unidos en el vecino Afganistán, y en lo diplomático, debe asegurarse de que el próximo gobierno afgano le sea favorable.
Las protestas empezaron poco después del comienzo de la campaña militar de Estados Unidos y Gran Bretaña sobre territorio afgano, el domingo, en respuesta a los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, que dejaron casi 6.000 muertos y desaparecidos.
Al menos cinco pakistaníes murieron a causa de la violencia de las manifestaciones. Líderes políticos y religiosos islámicos llamaron a la «guerra santa» contra Estados Unidos y condenaron al presidente pakistaní Pervez Musharraf por su apoyo a la coalición internacional contra el terrorismo encabezada por Washington.
Las violentas manifestaciones también produjeron decenas de heridos, incendios en oficinas de las Naciones Unidas y daños a propiedades públicas en varias ciudades.
Musharraf, por su parte, prometió actuar «con rapidez y firmeza» contra los agitadores. Varios líderes de derecha fueron puestos bajo arresto domiciliario o en custodia policial.
Este jueves, el gobierno confirmó que militares estadounidenses llegaron a Pakistán, pero aclaró que el territorio nacional no se utilizaría como base para lanzar ataques contra el vecino Afganistán, cuyo gobierno protege al principal sospechoso de los atentados en Estados Unidos, el extremista saudí Osama bin Laden.
«No creo que sean tropas de combate», respondió el portavoz gubernamental Rashid Qureshi a la agencia de noticias Reuters cuando se le preguntó si ya había soldados estadounidenses en Pakistán.
Las protestas de grupos extremistas eran previsibles en Pakistán, pero el gobierno no se preparó para la respuesta, consideraron analistas.
«No fue una reacción inesperada. Las autoridades debieron prepararse para el problema, en especial en lo político, para amortiguar el impacto del enojo por los ataques», señaló una nota editorial del diario de lengua inglesa The News.
Algunos informes de prensa sugieren que los manifestantes detenidos podrían ser juzgados en virtud de las leyes contra el terrorismo, que prevén penas de hasta 14 años de cárcel.
Incluso políticos alguna vez considerados aliados de Musharraf se están distanciando ahora de la política de respaldo a los ataques contra el gobierno afgano del grupo fundamentalista Talibán.
«Los ataques terminarán de devastar a Afganistán. Debe encontrarse una solución acorde con las tradiciones y valores del pueblo afgano», declaró Ajmal Jattak, quien formó su propio partido en la Provincia de la Frontera Noroccidental, limítrofe con Afganistán, tras ser expulsado del Partido Nacional Awami por su acercamiento al gobierno militar poco después del golpe de 1999.
El gobierno prevé otra ronda de protestas, quizá más violentas, para este viernes, el día sagrado musulmán.
«La situación puede explotar si las fuerzas de seguridad recurren a sus métodos tradicionales para reprimir a los manifestantes y los trata como delincuentes», advirtió un analista de seguridad.
En el plano diplomático, los desafíos para el gobierno pakistaní son todavía mayores. La tarea más difícil será impedir que la Alianza del Norte, contraria al gobierno Talibán, aproveche la situación actual para tomar el poder en Afganistán.
La Alianza, que domina cinco por ciento del territorio afgano, acusa a Islamabad de haber promovido y respaldado al grupo Talibán. Por su parte, Pakistán desconfía de los estrechos vínculos de la Alianza con India y la considera perjudicial para los intereses nacionales.
«No aceptaremos a la Alianza del Norte y ya he dicho que no debe permitirse la entrada de sus fuerzas en Kabul», la capital afgana, dijo Musharraf en una reunión de gabinete.
Pakistán pretende que el próximo gobierno de Afganistán sea multiétnico y asegure la representación de la etnia mayoritaria patán a la que pertenecen los talibanes-, que tradicionalmente ha tenido estrechas relaciones con la población pakistaní.
Musharraf procura garantías de Estados Unidos y sus aliados de que el próximo gobierno afgano sea amigo de Pakistán, pero hasta ahora no las ha obtenido.
Por el contrario, funcionarios del Pentágono sugirieron que la Alianza del Norte sería muy importante en sus ataques terrestres contra las posiciones de Talibán.
Además, el presidente estadounidense George W. Bush predijo que la guerra en Afganistán sería muy larga, mientras que Musharraf expresó su pretensión de un conflicto «corto y focalizado».
Shireen Mazari, directora del Instituto de Estudios Estratégicos de Pakistán, destacó los estrechos vínculos entre India, la Alianza del Norte y el antiguo rey afgano Zahir Shah.
«Si esos grupos llegan al poder, Pakistán puede esperar una frontera occidental inestable y una presencia india en el vecino Afganistán», advirtió.
«Pakistán debe desarrollar sus propias alternativas para el futuro marco político en Afganistán», exhortó, sugiriendo que Islamabad no debe confiarse en las promesas de Occidente. (FIN/IPS/tra- en/mr/ral/mlm/ip/01)