El mapa político de Pakistán cambió en forma drástica desde el mes pasado, cuando el gobernante militar Pervez Musharraf decidió apoyar la ofensiva de Estados Unidos y sus aliados contra Afganistán.
Una caricatura publicada el domingo por el diario The Nation, que se edita en inglés, sintetizó la situación.
Musharraf sonríe con suficiencia y mira a sus dos principales opositores, Benazir Bhutto y Nawaz Sharif, ambos ex primeros ministros y exiliados. Bhutto parece perpleja y dice a Sharif: «Apoyar su política (la de Musharraf) me dolería, y no apoyarla le dolería a Estados Unidos. No sé qué decir».
Sin embargo, Bhutto decidió qué decir, y lo ha dicho con claridad: ella y su Partido Popular de Pakistán (PPP) están de acuerdo con el apoyo brindado por Musharraf a la campaña militar lanzada por Estados Unidos tras los ataques terroristas del 11 de septiembre en Nueva York y Washington.
Los ataques contra Afganistán comenzaron luego de que el movimiento fundamentalista islámico Talibán, que controla la mayor parte del territorio afgano, se negara a entregar al saudita Osama bin Laden, a quien Washington considera responsable de los atentados del 11 de septiembre.
La decisión de Musharraf, anunciada sin que hubiera un pedido formal estadounidense, alteró de modo sustancial la política pakistaní. Antiguos aliados del régimen de Musharraf se han vuelto en su contra, y antiguos opositores han pasado a apoyarlo.
Sharif, líder de la Liga Musulmana (LM), no ha expresado su posición sobre el apoyo de Musharraf a la alianza encabezada por Washington, y sería muy incómodo para él oponerse a esa alianza, integrada también por Arabia Saudita, el país en el cual está exiliado.
Además, una fracción de la LM opuesta a Sharif ha expresado su apoyo a la posición del régimen pakistaní en el asunto, y otra que reconoce el liderazgo del ex primer ministro ha manifestado su oposición a la ofensiva militar encabezada por Estados Unidos.
Musharraf tomó el poder en octubre de 1999, con duras críticas a los políticos «corruptos e inútiles», y en especial a los del PPP y la LM, que se habían alternado en el gobierno desde 1988, tras otro régimen militar.
Bhutto fue primera ministra de 1988 a 1990, y de 1993 a 1996. Sharif la sustituyó dos veces, y ambos fueron acusados de corrupción durante sus gobiernos.
El actual gobernante prometió que erradicaría la corrupción y que ningún ex gobernante involucrado en ella tendría oportunidad de volver a la función pública.
El principal apoyo político a Musharraf provino de partidos fundamentalistas musulmanes, que durante los últimos 20 años han sido considerados «aliados naturales» de los militares, debido a su coincidencia de intereses en Afganistán y en la región de Cachemira, disputada con India desde hace medio siglo.
Esos partidos han invocado motivos religiosos para apoyar la resistencia afgana contra la invasión de la ex Unión Soviética (1979-1989) y la insurgencia cachemira contra india, debido a la participación en ambos conflictos de guerrilleros islámicos.
El respaldo de los militares pakistaníes a la resistencia afgana y a los separatistas cachemiros se ha debido en mayor medida a razones geopolíticas.
Desde el 11 de septiembre, los partidos religiosos han manifestado en las calles su oposición a los ataques estadounidenses contra Afganistán y al apoyo que les brinda Musharraf, cuya renuncia piden por «traicionar al Talibán y convertirse en un seguidor de los infieles».
A su vez, integrantes de la Alianza por la Restauración de la Democracia, formada en diciembre de 2000 por el PPP y otros partidos con el propósito declarado de derrocar a Musharraf, han expresado en las últimas semanas su apoyo al gobierno militar.
Partidos regionales menores y moderados, que se oponen a la influencia de los clérigos en la política, tienden en la actualidad a respaldar al régimen contra los partidos religiosos.
Musharraf no ha comentado la nueva situación política, pero tiene claro que sólo la ruptura con grupos fundamentalistas puede hacerlo más aceptable para Estados Unidos y gran parte de la comunidad internacional.
En las últimas semanas, la televisión estatal ha comenzado a difundir expresiones de apoyo a Musharraf de políticos que antes se le oponían, y dirigentes de partidos opositores moderados que habían sido detenidos fueron liberados y autorizados a realizar actividad política.
Esos acontecimientos esbozan una vasta alianza contra los partidos religiosos en las elecciones nacionales previstas para octubre de 2002.
Esa alianza tiene bases de realismo político. En todas las elecciones libres de la historia del país, los partidos criticados por Musharraf en 1999 tuvieron gran apoyo electoral, y los fundamentalistas no lograron más de cinco por ciento de los votos, pese a contar con alta capacidad de movilización.
Todo indica que el gobernante militar se dispone a realizar un giro de 180 grados en la política local, tras llevar a cabo otro similar en la política exterior relacionada con el Talibán.
Sin embargo, los partidos que ahora se aproximan a Musharraf deben tener en cuenta que la opinión pública simpatiza con la bombardeada y hostigada población musulmana de Afganistán, aunque no vote a los grupos fudamentalistas que invocan su causa.
En una encuesta publicada el 15 de octubre por la revista estadounidense Newsweek, 83 por ciento de los pakistaníes consultados expresaron su oposición al bombardeo de Afganistán, aunque 51 por ciento del total dijeron también que compartían el apoyo de Musharraf a la campaña antiterrorista.
Ese terreno marcado por la contradicción pone a prueba las habilidades políticas de Musharraf y de sus nuevos aliados. (FIN/IPS/tra-eng/mh/js/mp/ip/01