La búsqueda de trabajo en Israel para mantener a su familia en los territorios palestinos le costó la vida a Hosni Abu Layl, una víctima más del permanente conflicto de Medio Oriente.
Abu Layl, de 19 años, ingresaba al comienzo de cada semana en forma clandestina a Israel con la esperanza de encontrar un trabajo temporal que le permitiera llevar dinero a sus 10 hermanos y dos hermanas en el campamento de refugiados donde tenían su hogar.
El y su hermano Mohamed, de 22 años, debían mantener a la familia, ya que su padre estaba enfermo. "Teníamos miedo, pero necesitábamos el dinero para vivir», dijo Mohamed.
Abu Layl inició el 7 de este mes el viaje de seis horas por callejuelas secundarias de Cisjordania que solía llevarlo a Tel Aviv, justo a tiempo para buscar trabajo.
Tres automóviles cargados de trabajadores tan desesperados como él integraban la caravana, que se detuvo ante una barricada de piedras próxima a la aldea cisjordana de Silat a-Zahir, a las 1:30 de la madrugada.
Los testigos narran que varias personas salieron de los automóviles para retirar las piedras, pero entonces soldados israelíes en las cercanías abrieron fuego contra ellos con armas automáticas.
Abu Layl, sentado en uno de los automóviles, murió de los balazos que recibió en el pecho, un brazo y el cuello. Otro trabajador, un jardinero llamado Jalil Sarafandi, de 50 años, también falleció por la misma causa, mientras 10 más resultaron heridos.
Oficiales del ejército israelí informaron que el incidente se está investigando. Palestinos habían disparado contra un asentamiento judío cercano esa noche, por lo que se habían instalado más puestos militares en las calles cercanas, explicaron.
Las investigaciones oficiales no condujeron a sanciones contra los soldados involucrados en todos los casos anteriores de incidentes con participación militar en los que murieron civiles palestinos desarmados.
La vida clandestina de Abu Layl como trabajador ilegal en Israel era casi tan inquietante como su muerte.
Su hermano Mohammed cuenta que Abu Layl debía dormir a la intemperie y estaba en constante temor, algo similar a la situación de 1.000 palestinos que no tienen más remedio que buscar trabajo en territorio israelí.
Abu Layl «era muy inteligente», afirma uno de sus primos. Pero el joven era un refugiado pobre y tuvo que abandonar la escuela secundaria para trabajar con Mohamed como pintor de casas.
La casa de la familia no tiene televisión ni radio, algunas ventanas no tienen vidrio, y Abu Layl debía compartir su dormitorio con ocho personas más.
La única decoración de la habitación es un cartel con los 99 nombres de Dios en la religión islámica. Ahora también hay una foto de Abu Laylen la misma pared.
Mohamed y Abu Layl comenzaron a viajar periódicamente a Israel en busca de trabajo hace tres años. Los dos no cesaron los viajes cuando se desató la intifada (levantamiento popular) palestina en septiembre de 2000, aunque el ejército israelí controlaba el paso de vehículos y los soldados tenían mayor libertad para abrir fuego contra sospechosos.
«La gente como Abu Layl es aquella que no tiene otra opción. Están dispuestos a arriesgar sus vidas porque no tienen nada que perder», dijo Lucy Renee, del Centro por la Democracia y los Derechos de los Trabajadores, en Ramalá.
Siempre que llegaban a de Tel Aviv, Mohamed y Abu Layl se paraban en la intersección conocida como Pardes Katz, donde esperaban que israelíes los contrataran para trabajar por el día.
En un buen día ganaban unos 20 dólares cada uno, pero en ocasiones trabajaban por mucho menos o no conseguían trabajo, dijo Mohamed. Los dos mentían cuando se les preguntaba por su origen, ante el temor de ser arrestados, y respondían que vivían en zonas árabes de Israel, y no en Cisjordania.
La actividad que cumplían era peligrosa, según Mohamed, y muchas veces consistía en tareas de construcción, excavación o traslado de objetos pesados. En ocasiones, su empleador se negaba a pagarles el jornal, y no había nada que los dos hermanos pudieran hacer, sostuvo.
"Siempre teníamos miedo, siempre estábamos ocultándonos», recordó Mohammed.
Cada fin de semana los dos volvían a su casa, próxima al lugar donde el ejército israelí empleó un auto bomba para asesinar a Izham Mazzar, un combatiente del movimiento Fatah, de Yaser Arafat, presidente de la Autoridad Nacional Palestina.
En su camino pasaban por muros cubiertos de carteles de otros dirigentes asesinados por Israel, incluso Jamal Salim y Jamal Mansour, fundadores de Hamas, el Movimiento de Resistencia Islámica.
Entonces Mohammed y Abu Layl distribuían entre sus familiares el dinero obtenido en Israel, gran parte del cual se destinaba al tratamiento médico de su hermano mayor Mayoub, quien estuvo sin trabajar tres años por razones de salud.
Pero ahora todo eso quedó en el pasado. Se terminaron los viajes a Israel, asegura Mohamed. ¿Qué hará ahora? «Sólo Dios lo sabe», dijo Samir, otro de los hermanos de la numerosa familia.(FIN/IPS/tra- en/bl/mn/aq/ip/01)