India y Pakistán volvieron a las amenazas una semana después de la visita a ambos países del secretario de Estado estadounidense Colin Powell, quien exhortó a la contención a ambos rivales de Asia meridional.
Si la violencia estalla entre India y Pakistán, que desde 1947 se enfrentaron tres veces en guerra, las consecuencias serán impredecibles para esta volátil región de 1.300 millones de habitantes, un quinto de la población del planeta.
Aunque las hostilidades verbales y las escaramuzas en la frontera son casi permanentes estos dos países vecinos con capacidad nuclear, esta vez el propio primer ministro indio, Atal Bihari Vajpayee, y el presidente pakistaní, Pervez Musharraf, son los protagonistas de la guerra de palabras.
Musharraf amenazó el lunes con «dar una lección a India» si intenta cruzar la Línea de Control, que divide a la región musulmana de Cachemira entre ambos países.
Vajpayee replicó el martes llamando a Pakistán un vecino «indigno de confianza». Además, lo acusó de oportunismo y traición y de respaldar el «terrorismo transfronterizo» en Cachemira.
«Pakistán armó a Talibán (el grupo fundamentalista islámico que gobierna Afganistán), pero ahora está librando una guerra contra ellos. ¿Quién puede confiar en ese país?», preguntó Vajpayee, y desafió a Islamabad a decidir si quiere ser amigo o adversario de India.
El ministro de Defensa indio, George Fernandes, afirmó que India es un país «amante de la paz» y calificó de «basura» la acusación pakistaní de que Nueva Delhi tiene planes de cruzar la Línea de Control.
Así mismo, el ministro del Interior Lal Krishna Advani, un hinduista radical, prometió impulsar una política «proactiva».
El canciller indio también se sumó a la guerra verbal diciendo que no deseaba participar en «debates estériles» con Islamabad, el cual debería dejar de «buscar quimeras» y en cambio combatir el «terrorismo transfronterizo».
Pakistán, por su parte, presentó una protesta al embajador indio en Islamabad contra las declaraciones «provocativas» de Nueva Delhi.
La causa inmediata de esta guerra verbal son los ataques de Estados Unidos contra Afganistán por proteger al extremista saudí Osama bin Laden y su red Al-Qaeda, considerados los principales sospechosos de los atentados perpetrados el 11 de septiembre en Washington y Nueva York, que dejaron unos 5.500 muertos y desaparecidos.
Los bombardeos alteraron el equilibrio militar entre Talibán y la opositora Alianza del Norte en favor de ésta, que ahora tiene más posibilidades de encabezar el próximo gobierno afgano.
Ni Nueva Delhi ni Islamabad tienen control sobre las acciones que están cambiando el equilibrio de poderes en Afganistán, pero ambos se muestran ansiosos por aprovechar sus efectos en beneficio propio.
India, al igual que Rusia e Irán, respalda a la Alianza del Norte, y en los últimos años le suministró ayuda económica, humanitaria y militar.
Mientras la Alianza está integrada en general por tribus no patanes y partidos seculares, los Talibán pertenecen casi exclusivamente a la etnia patán y tienen una ideología fundamentalista e intolerante.
Los patanes forman 40 por ciento de la población afgana y tienen estrechos lazos culturales e históricos con los pakistaníes. Por esta razón, Pakistán promueve la inclusión de «elementos moderados» de Talibán en el próximo gobierno de Afganistán.
Estados Unidos no se opuso a esa propuesta pakistaní e incluso podría respaldarla si cumple su objetivo de capturar a Bin Laden «vivo o muerto».
Sin embargo, India, Rusia e Irán se oponen férreamente a la inclusión de elementos «moderados» de Talibán en un futuro gobierno y lo consideran una contradicción en sí misma.
Paralelamente a la guerra verbal, la violencia separatista en la parte india de Cachemira aumentó desde el comienzo de los ataques de Estados Unidos contra Afganistán, hace 19 días. Más de 150 personas, en su mayoría rebeldes, murieron desde entonces en choques armados.
India acusa a Pakistán de armar y entrenar a los guerrilleros cachemiros, pero Islamabad sostiene que sólo les ofrece «apoyo moral y diplomático».
Ambos gobiernos ofrecieron apoyo a la coalición internacional contra el terrorismo, pero Nueva Delhi declaró que se está acabando su paciencia por el apoyo de Islamabad a los separatistas de Cachemira.
Vajpayee se encuentra bajo presión interna de radicales hindúes para aprovechar el actual clima internacional «antiterrorista» con el fin de aplastar a los separatistas musulmanes.
Musharraf, por su parte, se encuentra sitiado por extremistas islámicos que respaldan la resistencia afgana, y entonces la única forma de sostener su apoyo a Estados Unidos consiste en radicalizar su discurso contra India.
El peligro de que la situación se descontrole en Asia meridional es muy real, según estrategas estadounidenses.
Una escalada del conflicto significaría una conflagración nuclear, de acuerdo con fuentes militares citadas en el diario The Washington Post.
Mientras, funcionarios estadounidenses exhortaron otra vez a India y Pakistán a reducir la tensión bilateral. Powell incluso ofreció ayuda para ese fin, pero India rechazó cualquier mediación de «terceros».
La única esperanza de contención consiste en un encuentro entre Vajpayee y Musharraf en Nueva York, donde ambos deberán dirigirse a la Asamblea General de las Naciones Unidas dentro de tres semanas.
Sin embargo, incluso esa posibilidad parece remota, dado que Vajpayee ya advirtió que no se reunirá con Musharraf a menos que éste ponga fin al «terrorismo transfronterizo». (FIN/IPS/tra- en/pb/js/mlm/ip/01