India e Israel fueron dejados de lado de la campaña militar de Estados Unidos contra el terrorismo, aunque se consideran víctimas del fundamentalismo islámico y, por lo tanto, candidatos naturales a participar en los acontecimientos.
La prioridad de Washington es mantener el respaldo de sus aliados musulmanes y árabes en Medio Oriente en una guerra que el presidente estadounidense George W. Bush asegura que no es contra el Islam.
Esta decisión disgustó a los gobernantes de India e Israel. El primer ministro israelí Ariel Sharon criticó en la última semana a Washington porque éste lo presiona para que acepte el cese del fuego y las negociaciones de paz con la Autoridad Nacional Palestina (ANP).
Estados Unidos pretende «apaciguar a los árabes a costa de nosotros», protestó Sharon.
Mientras, India solicitó a Washington que exija el cese del apoyo de Pakistán a los milicianos que realizan incursiones en la región de Cachemira, disputada por esos dos países vecinos.
El secretario de Estado estadounidense Colin Powell tiene previsto visitar Nueva Delhi e Islamabad en los próximos días para calmar los ánimos. Powell prometió al primer ministro indio Atal Bihari Vajpayee que Washington colaborará en la lucha contra los grupos armados cachemiros, además de combatir a la organización Al Qaeda.
Estados Unidos responsabiliza al líder de Al Qaeda (La Base), el saudita refugiado en Afganistán Osama bin Laden, de los atentados que derribaron las torres gemelas de Nueva York y demolieron parcialmente el edificio del Pentágono en Washington el 11 de septiembre.
India e Israel pretenden que la guerra en curso contra Al Qaeda y el régimen de Talibán en Afganistán se amplíe, para atacar a los «terroristas islámicos» que los acosan.
En el caso de India, se trata de los combatientes islámicos que tienen bases en Pakistán y son respaldados por Inter Services Intelligence (ISI), el organismo de inteligencia de las Fuerzas Armadas pakistaníes.
Por su parte, Israel pretende una ofensiva total contra las guerrillas árabes Hamas y Jihad Islámica en Cisjordania y Gaza, y contra la oeganización libanesa Hezbolá, que destruyó la embajada y cuarteles de la Marina de Estados Unidos en Líbano en 1983.
Hezbolá también obligó a Israel a retirarse del sur de Líbano en 2000, un territorio que ocupaba desde 1982. Sharon incluso llegó a sugerir que la lucha antiterrorista se extienda hasta el presidente de la ANP, Yasser Arafat, a quien comparó con Bin Laden.
En Estados Unidos, altos funcionarios del Pentágono y del entorno del vicepresidente Dick Cheney también desean que la guerra antiterrorista trascienda las fronteras afganas.
El subsecretario de Defensa Douglas Feith y el jefe de personal de Cheney, I. Lewis Libby, consideran al «fundamentalismo islámico» una amenaza estratégica para Estados Unidos, Israel y Occidente en general.
Los mismos sectores argumentan que India e Israel, así como Turquía, son los aliados naturales de Washington para «contener» esa amenaza.
Washington se ha concentrado en Afganistán hasta el momento, y argumenta que el apoyo y la cooperación de líderes musulmanes, como Arafat y el presidente paquistaní Pervez Musharraf, son más valiosos que India e Israel.
Los motivos son evidentes en el caso de Pakistán. El país comparte una extensa frontera con Afganistán y el organismo de inteligencia ISI tiene más información sobre Talibán y Bin Laden que ningún otro en el mundo.
Esa información es clave para la primera etapa de la campaña de Washington, que pretende anular a Talibán y capturar o matar a Bin Laden y sus colaboradores más cercanos.
Musharraf demostró en los últimos días su valor como aliado, al destituir a altos oficiales considerados simpatizantes de Talibán, incluso al jefe del ISI.
Por eso Washington no tiene interés en apoyar una posible ofensiva de India contra los grupos armados cachemires, al menos hasta que termine la campaña en Afganistán.
El valor simbólico del rechazo de Arafat a los atentados terroristas del 11 de septiembre es muy alto, sobre todo porque Bin Laden expresó su apoyo a la causa del pueblo palestino en un video trasmitido el domingo al mundo islámico por la televisión Al Jazeira, de Qatar.
Al igual que Musharraf, Arafat también tomó pasos arriesgados en los últimos días, como cuando ordenó a la policía el lunes que reprimiera manifestaciones a favor de Bin Laden en Cisjordania y Gaza.
Esto aumentó la presión sobre Sharon, cuyas declaraciones le granjearon la semana pasada la reprimenda de la Casa Blanca.
Así mismo, la credibilidad de Sharon en Washington se vio deteriorada luego de que aprobara la construcción de al menos 10 asentamientos judíos nuevos en los territorios palestinos ocupados, aunque había prometido a Bush lo contrario.
Así mismo, a diferencia de Musharraf, cuya importancia estratégica puede disminuir cuando concluya la etapa en Afganistán de la guerra de Bush, Arafat sigue siendo esencial para mantener una amplia alianza árabe en apoyo de la campaña estadounidense.
Dirigentes árabes han reiterado desde el 11 de septiembre que el fin de la violencia en Cisjordania y Gaza y la reanudación de las negociaciones de paz entre Israel y Palestina son fundamentales para otorgar su apoyo a Washington. (FIN/IPS/tra-en/jl/aa/aq/ip/01