ESTADOS UNIDOS: El fantasma de Vietnam recorre Afganistán

La guerra que se apresuró a declarar el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, tras los atentados terroristas del 11 de septiembre, parece flaquear en varios frentes.

En la actualidad, Washington muestra más preocupación por los envíos postales con esporas de ántrax en su territorio que por la campaña militar en Afganistán contra el régimen fundamentalista islámico del movimiento Talibán y el saudita Osama bin Laden, a quien acusa de los ataques en Nueva York y Washington.

La guerra no va bien. Hace 10 días, el comando militar estadounidense afirmaba que los bombardeos habían eliminado la capacidad de combate del Talibán, que controla la mayor parte del territorio afgano, pero esta semana admitió que está «sorprendido» por la tenacidad de sus adversarios.

El Talibán ha ganado confianza desde que comenzaron los ataques, el 7 de este mes, sostienen expertos y dirigentes de la afgana Alianza del Norte, que combate desde hace años contra el Talibán y coordina en la actualidad sus operaciones con Washington.

Antes del comienzo de los bombardeos, funcionarios estadounidenses habían predicho que los comandantes del Talibán desertarían cuando estuvieran bajo presión militar y recibieran ofertas de poder y dinero de los servicios de Inteligencia del país.

Eso conduciría a la caída del régimen del Talibán a fines de este mes, o a lo sumo a mediados de noviembre, cuando comenzará el Ramadán, mes santo musulmán, afirmaron.

Sin embargo, en las últimas tres semanas no hubo deserciones. Esa es una de las razones por las cuales la Alianza del Norte no logra capturar la septentrional ciudad de Mazar-i-Sharif, cuya caída en los primeros días de la campaña habían pronosticado los estrategas estadounidenses.

«Cuanto más se prolonguen estos ataques, más gente se pondrá del lado de Talibán para defender a su país», sostuvo Barnet Rubin, especialista en asuntos afganos y profesor de la Universidad de Nueva York.

La mayoría de los analistas en Estados Unidos estiman que la resistencia Talibán se prolongará al menos hasta el comienzo del Ramadán, cuando Estados Unidos deberá cesar los bombardeos si no desea causar protestas sociales que desestabilicen a gobiernos musulmanes aliados.

Esa advertencia fue formulada por el presidente de Egipto, Hosni Mubarak, y el de Pakistán, Pervez Musharraf, entre otros.

Además, la caída de bombas sobre zonas residenciales y depósitos de la Cruz Roja en Afganistán hace que Estados Unidos pierda una batalla moral ante la comunidad internacional, pese a sus desmentidos y las disculpas.

Organizaciones no gubernamentales humanitarias han criticado con severidad esos hechos.

Human Rights Watch (HRW), con sede en Estados Unidos, informó el viernes que por lo menos 23 civiles, en su mayoría niños y niñas de poca edad, murieron debido a bombas estadounidenses en la aldea de Thori, cercana a una base militar del Talibán.

Amnistía Internacional, con sede en Gran Bretaña, pidió a Washington que deje de arrojar sobre territorio afgano bombas de dispersión, que causan heridas y mutilaciones a civiles.

Las terribles imágenes de la destrucción de las Torre Gemelas de Nueva York, donde murieron unas 5.000 personas el 11 de septiembre, son reemplazadas en los medios de comunicación por las de aldeas devastadas y familias destrozadas en Afganistán.

La difusión de esas imágenes hace cada vez más difícil para Washington persuadir a los musulmanes del mundo de que la guerra en curso no es contra el Islam, sino contra un pequeño grupo de terroristas.

Ya está claro que esta campaña militar no será como las de Panamá, Iraq y Kosovo, que en los últimos 12 años ayudaron a Estados Unidos a olvidar la humillación padecida en Vietnam (1960- 1975).

El amargo recuerdo de Vietnam aún no se impone con toda su fuerza en la opinión pública, pero esta guerra lo evoca en algunos aspectos.

Como Vietnam, Afganistán es sobre todo un país agrario, muy pobre y descentralizado, todo lo contrario a un «escenario rico en objetivos», según la jerga del Pentágono (Ministerio de Defensa).

Aún hay grandes diferencias, porque Washington evita cuanto puede estacionar tropas en Afganistán, y no ha empleado todo su poderío aéreo.

Sin embargo, políticos estadounidenses de extrema derecha lamentan que la situación es igual a la de Vietnam en el sentido de que la acción militar es acotada por la estrategia política, que procura ante todo articular una amplia coalición capaz de asegurar la estabilidad futura de Afganistán.

Eso impide que las fuerzas armadas aniquilen al ejército talibán para permitir que la Alianza del Norte, representante de minorías étnicas tajikas, uzbekas y hazaras, se tome Kabul e instale un nuevo gobierno, que excluiría a la mayoritaria etnia patán (pashtún), predominante en el Talibán.

«La prioridad es atacar a Bin Laden y al Talibán. Dejemos el fastidio de preocuparnos por el próximo gobierno y concentrémonos en ella», sostuvo Gary Schmitt, director del derechista Proyecto para un Nuevo Siglo Estadounidense, cuyos miembros ocupan altos cargos en el Pentágono y el Consejo Nacional de Seguridad.

Personas como Schmitt, dentro y fuera del gobierno, piden una campaña más agresiva, que deje de lado intentos de conciliar intereses a menudo contradictorios entre facciones afganas y países vecinos a Afganistán, como Pakistán, India, Rusia e Irán.

Esa demanda es similar a la que formulaban los llamados «halcones» durante la guerra de Vietnam, pero las «palomas» (sectores moderados) de Washington también levantan vuelo.

«¿Cuánto más continuará el bombardeo? Vamos a pagar un alto precio en el mundo musulmán por cada hora y cada día que continúe», advirtió esta semana el presidente de la Comisión de Asuntos Externos del Senado, Joseph Biden.

Washington corre el riesgo de ser considerado en la región y en el mundo como «un matón tecnológico convencido de que puede hacer lo que quiera desde el aire», advirtió, en un eco de agrios debates durante la guerra de Vietnam.

Las afirmaciones de Biden son significativas, por el cargo que ocupa en el Senado y porque siempre había defendido posturas agresivas en materia de política exterior.

Senadores del gobernante Partido Republicano acusaron a Biden de «consolar a los enemigos del país».

Otro factor que hace recordar el pasado es la velocidad con que se agrieta la credibilidad del gobierno.

Eso se debe a afirmaciones prematuras sobre amenazas creíbles a la Fuerza Aérea en Afganistán, secreto sin precedentes sobre operaciones militares, desmentidos iniciales sobre bajas civiles, contradicciones sobre el ántrax y brusca desaparición de los sitios gubernamentales en Internet, la red mundial de computadoras.

Tales hechos, junto con el contraste entre la inicial confianza y la actual ausencia de progresos tangibles, recuerdan los tiempos de Vietnam, en los cuales se erosionó sin remedio la confianza de la población en la competencia y honestidad del gobierno. (FIN/IPS/tra-eng/jl/aa/dc/ip/01

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