Los atentados terroristas perpetrados por grupos islámicos en cualquier lugar del mundo repercuten en la debilitada economía de Egipto, aunque el gobierno derrotó en su territorio al fundamentalismo armado.
El turismo, el sector de actividad que genera más divisas y puestos de trabajo, cayó 18 por ciento luego de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington. Para tranquilizar a los pocos visitantes que llegan a Egipto, se incrementaron las medidas de seguridad en hoteles y aeropuertos.
Para quienes trabajan en hoteles, taxis y comercios, no hay otro culpable que los militantes islámicos violentos.
El turismo, que aportó 4.500 millones de dólares a la economía egipcia en 2000, consiguió mantener su vigoro incluso después del levantamiento palestino contra la ocupación israelí, en septiembre del año pasado.
«Hemos sufrido durante años los ataques terroristas como ningún otro país en Medio Oriente. Vimos el ascenso del islamismo militante violento y lo aplastamos», sostuvo Abdel Menem Said, director del centro de estudios estratégicos Al Ahran.
En efecto, en ningún otro país con excepción de Siria los movimientos islámicos fueron reprimidos tan duramente como en Egipto. Durante años, el gobierno egipcio encarceló, torturó y ejecutó a militantes islámicos.
Desde los años 70, las autoridades egipcias solicitaron infructuosamente a Gran Bretaña la extradición de refugiados musulmanes a quienes acusaban de delitos. El derecho británico prohíbe la extradición a países donde rige la pena de muerte.
En 1954, el líder egipcio Gamal Abdel Nasser (1954-1970) ilegalizó a la entonces no violenta Hermandad Musulmana, que había apoyado inclusive su ascenso al poder.
En los años 70 aparecieron organizaciones radicales como Gamaa Islamiyya (Grupo Islámico) y Jihad Islámica (Guerra Santa Islámica), que luchaban por crear una república musulmana mediante la violencia y que fueron ilegalizadas de inmediato.
En 1981, Jihad Islámica asesinó al presidente Anwar el Sadat. Desde entonces rige el estado de emergencia.
Luego del terremoto que devastó la capital en 1992, grupos islámicos como la Hermandad Musulmana fueron los primeros en salir a las calles para recoger escombros y auxiliar a las víctimas, mientras era notoria la ausencia del gobierno.
Las organizaciones musulmanas procuraron ampliar su respaldo popular mediante actividades y servicios sociales.
El gobierno replicó con la prohibición de donaciones en moneda extranjera y puso bajo control del Ministerio de Asuntos Sociales a las instituciones benéficas islámicas, con el fin de impedir la fuga de fondos.
Pero en 1997, Gamaa Islamiya asesinó a 60 turistas en Luxor. «Los hechos de Luxor aislaron a las organizaciones radicales, las privaron de todo apoyo de la población. No había justificación política para el atentado, que afectó la economía», dijo Diaa Rashwan, experto en asuntos islámicos del centro Al Ahran. Algunos militantes renunciaron entonces a la violencia.
«Jihad Islámica y Gamma Islamiya creían que la liberación de Jerusalén (ciudad sagrada en manos de Israel) debía comenzar en El Cairo: antes de golpear al enemigo último se debía atacar al enemigo interno, derrocar a los regímenes árabes corruptos», explicó Muntasser Zayyat, ex miembro de Jihad Islámica.
Durante tres años, Zayyat compartió una celda con Ayman Zawahiri, el principal colaborador del saudita Osama bin Laden, a quien Estados Unidos acusa de los atentdos del 11 de septiembre.
Cuando ambos recuperaron la libertad, Zawahiri se dirigió a Afganistán, pero Zayyat decidió abandonar la violencia.
«Ahora, Gama Islamiyaa ha optado por combatir al enemigo interno por medios pacíficos», agregó.
En la oficina en el centro de El Cairo, varias mujeres con los estrictos velos de la tradición sunita, el rostro y los ojos ocultos tras gruesos encajes negros y guantes en las manos, visitan a los abogados defensores de sus maridos y hermanos, en prisión por pertenecer a Jihad o Gamaa.
En los últimos cuatro años el país se mantuvo libre de actos terroristas. Algunos expertos como Rashwan consideran improbable un brote de violencia en Egipto, y aseguran que la amenaza islámica que blande el gobierno no es más que un tigre de papel.
«Somos rehenes de (el presidente Hosni) Mubarak. No abandonará el gobierno hasta que muera. Mientras tanto, continuará gobernando bajo el estado de emergencia, para asegurarse que ninguna organización, islámica o secular, se acerque demasiado al poder», sostuvo otro analista que no quiso dar su nombre.
Aunque las críticas a la falta de democracia no son ignoradas por Estados Unidos, Egipto continúa siendo un importante aliado de Washington en la región, y el segundo receptor de ayuda después de Israel. El Cairo recibe 1.300 millones de dólares de asistencia militar anual de Washington.
El gobierno egipcio dio total apoyo a la campaña militar que Estados Unidos comenzó el 7 de este mes contra Afganistán, y presionó a la prensa para que minimizara las críticas a Washington. Tampoco se han realizado grandes manifestaciones contra la guerra.
«Egipto ha manejado muy bien la situación, dejando satisfechas a todas las partes», opinó el analista Said, subrayando que la cooperación egipcia no incluye la participación de tropas en la guerra, un punto que es inaceptable para el resto de los países árabes. (FIN/IPS/tra-eng/kg/mn/dc/ip/01