(Arte y Cultura) MUSICA-CHILE: El retorno de Los Prisioneros con la voz de los 80

Los Prisioneros, el grupo más emblemático del rock chileno en los convulsionados años 80, volvió a reunirse luego de 12 años de separación y prepara un gran concierto para el 1 de diciembre en el Estadio Nacional de Santiago.

Más allá de las consideraciones artísticas que inspire este reencuentro con el público, no cabe duda de que el regreso de la banda rockera será un éxito financiero.

El trío que lidera el vocalista y bajista Jorge González, e integran el guitarrista Claudio Narea y el baterista Miguel Tapia, piensa reunir a 69.000 fanáticos en su concierto, para recaudar alrededor de 680.000 dólares.

El 9 de octubre, en una concurrida conferencia de prensa, se anunció el concierto y solo en las dos semanas siguientes se vendieron 25.000 entradas, para dar la pauta de una demanda incesante de boletos de quienes no quieren perderse «el acontecimiento artístico del año».

Carlos Fonseca, promotor, representante y socio de la banda, señaló que si las autoridades lo permiten se pondrán a la venta entradas adicionales y que no se descarta un segundo recital si el interés del público sigue en alza.

Por ahora, el grupo ha dicho que el reencuentro es sólo para el recital del 1 de diciembre, dejando para una evaluación posterior no sólo un segundo concierto sino también la posibilidad de volver a unirse en una propuesta de largo plazo.

Los Prisioneros nacieron en San Miguel, un municipio de clase media baja en el sector centro-sur de Santiago, a comienzos de la década del 80, cuando Chile vivía bajo el rigor de la dictadura del general Augusto Pinochet (1973-1990).

La banda, que comenzó con presentaciones en festivales estudiantiles, comenzó a adquirir notoriedad con un perfil propio en una escena musical juvenil atraída entonces por el llamado rock latino.

Quienes encabezaban entonces las ventas eran los grupos argentinos Soda Stereo, GIT y los Enanitos Verdes, junto con solistas como Charly García y Fito Páez.

Los Prisioneros irrumpieron con una propuesta tal vez más ajustada a las viejas tradiciones del rock en lo musical, pero con un aire irreverente y rupturista en la letra de sus canciones.

Era el Chile que se debatía entre los esfuerzos preliminares de un movimiento político y social que buscaba el retorno a la democracia, en medios de crecientes protestas reprimidas por el régimen dictatorial.

El nombre del grupo ya representaba una suerte de provocación al poder, desde la perspectiva de jóvenes que vivían en un país de contrastes, donde el discurso exitista de la dictadura contrastaba con la falta de oportunidades de realización a futuro.

Por eso, no fue extraña la identificación de los adolescentes chilenos con esos tres muchachos procedentes de su misma matriz social, que cantaban temas como «Pateando piedras», sobre la vagancia forzada de las nuevas generaciones, o «Muevan las industrias», acerca del cierre de las fuentes de empleo de sus padres.

«La voz de los 80» fue uno de los álbumes más representativos de la banda encabezada por González, autor también de la mayoría de las letras de «Pateando piedras», otra de las grandes producciones de Los Prisioneros en esos años.

En 1989 produjeron «La cultura de la basura» y poco tiempo después se proudujo la separación del grupo, aunque González y Tapia intentarían algunos años después una nueva aventura musical, que no prosperó.

La condición de «ex prisionero» los marcó a los tres en cada uno de sus intentos de formar nuevos grupos, y el nombre original de la banda permaneció grabado en la memoria musical de los chilenos.

Fonseca, quien continuó siendo una especie de denominador común para los tres músicos, consiguió reunirlos en 1996, tras siete años de distanciamiento, para producir un álbum doble denominado «Ni por la razón, ni por la fuerza», donde incorporaron antiguas grabaciones inéditas.

Con ese título, que es una parodia del lema del escudo de armas de Chile («Por la razón o la fuerza»), se rescató en plena transición democrática la imagen irreverente y rupturista con que nació el grupo bajo la dictadura.

Una nueva iniciativa de Fonseca, con el reciclaje de grabaciones inéditas en presentaciones en vivo, dio nacimiento a fines de 2000 a «El caset pirata», que es en rigor el último álbum de Los Prisioneros.

Los tres artistas que el día 9 anunciaron su reencuentro en vivo ya no son los adolescentes de los 80, sino cuarentones que se asoman al siglo XXI con un pasado de glorias y desgracias.

Lo cierto es que ni González, ni Narea ni Tapia pudieron repetir individualmente la exitosa experiencia del grupo.

González, el alma del grupo, cayó en los últimos seis años en sucesivas experimentaciones musicales que no agradaron a sus seguidores de antaño y también en depresiones que lo llevaron al consumo de drogas.

Luego de dos tratamientos de desintoxicación en Cuba, el líder de Los Prisioneros mira confiado el próximo reencuentro del grupo con sus miles de incondicionales en el Estadio Nacional.

«Ojalá (el concierto) sea una gran negocio. Nosotros no fuimos un grupo que ganara mucho dinero en su momento, como lo fueron los grupos que entonces tenían apoyo, como los argentinos que venían a Chile», dijo González el día 9.

«Nunca fuimos esa clase de grupo y si ahora consiguiéramos una buena ganancia no estaría nada de mal. Pero si el asunto fuera una cuestión meramente económica, no nos habríamos separado nunca. O nos habríamos juntado harto», recalcó el artista.

Para el 1 de diciembre prometen «ponerle todo» y «tocar 40 canciones al hilo (seguidas), aunque uno se muera cantando».

Mientras, el esperado regreso sigue dando dividendos, no sólo por la venta de entradas, sino también por una renovada y masiva demanda por las grabaciones de la banda y por el libro «Corazones rojos», biografía no autorizada de Los Prisioneros escrita hace dos años por el periodista Freddy Stock. (FIN/IPS/ggr/mj/cr/01

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